Huele a ropa vieja. A Pollo a la broaster, un poco de marihuana y café con empanada mixta. A mujer de la calle, niño explotado, dulce de jalea o policía sin bandidos que atrapar.

El centro de las ciudades suele ser la atracción que recomiendan casi todos los taxistas y diestros representantes de oficinas de turismo para ir a conocer y deleitarse con un pasado embadurnado de modernidad. ¿Por qué el centro? El de Bogotá lo he experimentado en cada una de las 24 horas del día: desde su abarrotada jornada matutina hasta su desolada madrugada. Realmente no me agrada para vivir, muchas veces me insisten en trasladarme, pero no me llega al corazón, si bien la oferta cultural es amplia.

Cuando pienso en el centro, inmediatamente se me viene a la cabeza la idea de desorden. Caos. Es inevitable cuando por allí confluyen siempre las manifestaciones de todo tipo: desde las marchas gay hasta las protestas sociales y los desfiles militares. No hay un centro comercial digno de Palm Beach. Es la creencia que el centro ha de culturizarnos, pero vaya que podemos encontrar la zona de tolerancia a solo seis cuadras del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Donde las casonas luchan por abrirse paso en medio de estrafalarios edificios.

El centro me atrae y me repele al mismo tiempo. Donde compras el mismo pan de 200 pesos y a un paso siguiente, diez veces más caro por cuenta de un Juan Valdéz. No sé, para los que me leen de otras ciudades, si el centro de sus ciudades les genera esa misma sensación de invitación y abandono simultáneos. 

¿Qué es lo bonito y lo feo del centro de su ciudad? ¿Qué deberían hacer los gobiernos locales para lograr del centro esa verdadera convergencia? No es únicamente la mera convivencia indiferente. Tiene que haber más.  

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BOCADILLO: ¿Rock al Parque en el festival de Verano? ¿Les suena?  Podría experimentarse el cambio…

BOCADILLO 2: Por más que renuncie todo el Ejército Nacional ¿quién le devuelve las vidas a los muchachos que ejecutaron? En este país se volaron todos los límites a cuenta de un poco de prestigio. Lástima por los pocos honrados que deben quedar ahí dando la cara. Lástima a quienes creen aún en que un ejército es una respuesta a nuestros problemas.