«Hace seis años celebré la boda con la mujer de mis sueños. Vivimos los dos primeros meses en la casa de sus papás hasta que nos entregaran el apartamento. Nos mudamos, dormimos en el primer colchón de cama doble juntos, cocinábamos en esas estufas de dos puestos…y usamos la clásica vajilla que alguien se acuerda de regalar en las bodas. Ahora tenemos lo necesario para la casa. Aún no tenemos hijos, pero eso no ha importado.

Un día encontré por internet una de esas páginas de contactos. Parecía interesante. Igual, nadie tiene por qué enterarse. Cree una cuenta de internet con otro nombre, e incluso una de facebook. Publiqué fotos mías sin dejarme ver el rostro. Lo único cierto que publiqué era del deseo de tener sexo. Pura calentura. Empezaron a llegar, uno a uno: jovencitos de 18 y 20 años bien plantados, recièn graduados, hasta viejos verdes. Pero me quedé con los jovencitos. Todo era virtual, hasta el día en que uno de ellos llegó a cautivarme. No dejaba de ver sus fotografías. Me envió algunas de ellas sin ropa. Ese descaro me impulsó a tomar una decisión. Nos citamos en un bar gay de Chapinero. Pensaba todo el tiempo que era una soberana estupidez, que podía pasarme algo, aunque siempre me aseguraba de contactar chicos serios, cero amanerados. Respiré profundo y seguí adelante.  

Cuando nos vimos la atracción fue inmediata. Bueno, no dejaba mi bebida por nada del mundo, pero no podía empezar a desconfiar. Resultó ser muy interesante y, para mi suerte, lanzado como el que más. Niño de universidad privada, mezcla de paisita con rolo, vive en uno de esos barrios cerca a Kennedy con su mamá, unas tías y dos hermanos más. Pensé que solo lo vería una vez. Pero no fue así. Cada vez era más fuerte el deseo. Nunca le he revelado la verdad, he preferido dejarlo de ese tamaño. Si llama mi esposa, le digo que es una amiga o del trabajo. Compré un segundo celular, de diferente operador al que tengo habitualmente, y es así como nos comunicamos. Despertó una curiosidad en mí y no puedo darme el lujo de perder las emociones que eso me transmite. Pero está de por medio mi esposa, nuestras familias…Por otro lado está él, quien ya me ha manifestado sus sentimientos. No niego que me atraiga pero no lo veo como una relación romántica. Detesta a los bisexuales, pues cree que son indecisos y pretende una relación donde la otra persona sea gay como él. Por eso me da temor contarle quién soy. Llevo cuatro meses en este plan. Si llegan a pillarme, en cualquier caso  sé que saldré perdiendo…»  

Si alguna vez se ha preguntado cómo se ve el lado oscuro de la luna, este es un ejemplo de lo que más podría acercársele.  Sin entrar a juzgar  los hechos que plantea esta historia, el tema acá es de la estructura del engaño, las motivaciones y maquinaciones que elabora una persona dispuesta a probar sus límites, más aún cuando ninguna de las personas involucradas tiene idea de lo que sucede. 

No conozco a ciencia cierta con qué frecuencia ocurre esto. Para muchos hombres, la atracción erótica sea o no con alguien del mismo sexo, se convierte en un mero embeleco, una canita al aire que ‘refresca’ algunas relaciones de pareja en estado de oxidación. No obstante, el asunto corresponde más al hecho de elaborar una doble vida, de crear una personalidad con el mayor número de detalles posibles para alejarse de la la dificultosa realidad que atraviesa con su pareja ‘oficial’. Y no sobra mencionar que para el o la amante, el lugar que siempre ocuparán será el de ser plato de segunda mesa, aún si tienen conocimiento de la verdad. Si lo aceptan así, seguro hay buenas razones para continuar en esa situación, pero ¿por cuánto tiempo?  

Para los que me leen y tal vez se encuentren en esta situación ¿qué tan conveniente les ha sido mantener en secreto una relación paralela? ¿Por cuanto tiempo mantuvieron un doble engaño? ¿Qué reacción tomaron sus amantes al saber de su condición de casados? ¿Los han descubierto ambas personas?

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