Le debemos al reciente invierno el que nos haya estimulado en el recogimiento (de nuestros hogares) para sacar unos minutos de reflexión frente a la época que se avecina. A los que fuimos criados como católicos nos enseñaron la doctrina de los siete pecados capitales (lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia, soberbia) a los que se oponen las siete virtudes teologales (humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad, diligencia) A evitar los primeros y exaltar los segundos.

Cada acto trae una consecuencia, es una ley que no podemos negociar. No obstante, a la hora de las cuentas, en materia de pecados nadie negará el placer que generan algunos, incluso en el exceso.  ¡Quieto veneno! ¿Lujuria? Ocuparía el top ten de la lista, de no ser porque da más ira saber que los buenos polvos  no duran nada.

El gusto de un buen postre antes de ir a la cama no es técnicamente una falta mortal (a no ser que coma acostado)

¿Darse un merecido descanso en el nuevo spa en vez de prestar esa platica a su hermana varada resulta verdaderamente indignante?

Vengarse de una novia desgraciada, en ligeras dosis y sin mayores estragos ¿no levanta el ego?

Piénselo. A mi me gustaría que la mentira fuera un pecado mortal. Del resto creo que es deducible cuales son mis pecados favoritos. Ojo, esto no es una invitación a la anarquía total (¿más?)

Por otro lado, parte de la reflexión para este gélido receso está naturalmente en el perdón. Va muy de la mano con el tema anterior. Es demasiado trillado, lo sé, pero el límite de aguante de cada uno de ustedes, amigos lectores, es el que hace la diferencia entre una moderada satisfacción y una horrenda pena. Leía hace un momento la entrevista a Ivonne Lozano, la mamá del pequeño Luis Santiago, quien abiertamente expresa que el segundo hijo concebido con quien fuera su agresor «solo tiene mi sangre». Es un ejemplo vivo de esas cargas que se llevan en el alma hasta el final de sus días: traición, asesinato, engaño. Existen nuevos alicientes para continuar existiendo, pero desafortunadamente no somos de arena como para borrar con agua salada las malas huellas dejadas por algunos.

Tal vez no hayamos pasado por cosas similares, aún así ¿usted es de los que echa tierrita y sigue como si nada? ¿Realmente lo imperdonable no tiene chance?

Para los que viajen, aprovechen el solecito en donde verdaderamente esté saliendo. Y los que nos quedamos, hagamos lista de películas para alquilar, pues no aseguro novedades en la televisión. A lo mejor una nueva versión de Los Diez Mandamientos.

juanchopara@gmail.com