Rosario Tijeras pordebajea a Medellín. Las Muñecas de la Mafia denigra a las mujeres. Sin Tetas no hay Paraíso disgustó al departamento de Risaralda. El Capo y El Cartel de los Sapos se venden al exterior como superproducciones que exaltan las vergüenzas nacionales.

Esta discusión no es nueva y por demás fastidiosa. ¿Acaso New York está paralizada por la imagen vulnerable que exhiben de ella los realizadores de 24, la popular serie de Fox? El encanto de Betty la Fea en el exterior ¿obedeció más a que fue una realización colombiana o al tratamiento ‘novedoso’ de la historia, que por demás es bastante universal?

Las lecturas precipitadas sobre la producción de entretenimiento provocan esta clase de debates cansinos que no llevan a ninguna parte. Por un lado oigánse señores productores y libretistas: ¿a qué realidad se refieren cuando hablan de ‘mostrar la realidad’? Creer que las novelas o seriados  son objetivos y educativos han sido los peores errores de los proyectos televisivos de hoy. Si tanto les gusta educar o informar ¡pues produzcan documentales o reportajes que tanto hacen falta en la parrilla actual! Los productos de ficción antes que nada son entretenimiento, hechas eso sí con cierta lógica e investigación, pero para que dejen huella no deben promocionarse como verdades absolutas o cátedras de moral y buenas costumbres, solo para quedar bien con esa parte pacata de la sociedad que aún condena las escenas de sexo entre hombres y mujeres.

¿Alguien se exasperó con el parroquianismo de El Chinche o el machismo de Escalona? Seguramente
no, se encuentran en el altar de los gratos recuerdos, pero sí hubo
montones de rezanderas y anunciantes escandalizados al ver a Judy
Henríquez, con cuarenta años y casada, rumbiándose a un hombre mucho
menor que ella. ¿Importó más que era una producción nacional o una
realidad a todas luces campante pero que nadie se atrevía a reconocer
públicamente? ¿Se armaron motines en las cárceles colombianas por verse
crudamente retratadas en La Mujer del Presidente? ¿Los caleños armaron tropel por su escueta caracterización en ‘La Sucursal del Cielo? El asunto está hasta donde llega el tópico dramático (amor, traición, humor) y cuándo comienza a afectar el contexto particular, circunstancia en donde muchos brincan por sentirse defraudados o fielmente reconocidos: «así no es el antioqueño», «¿tan ridículas nos vemos las costeñas?»

Definitivamente el costumbrismo exaltado en lo audiovisual introdujo en parte la desgracia para las novelas y series nacionales. Precisamente por esa razón vemos más novelas asépticas, más carentes de color local y con abundancia de moralina propia de siglo XIX por las susceptibilidades que genera el ‘verse reflejado así’ en determinado programa. Y tampoco sirve de nada emitir producciontes totalmente ‘lavadas’. Igual provocan rechazo dichos esfuerzos, pues nadie se siente reconocido ‘como mujer colombiana’ o ‘joven colombiano’, si no aparecen antes un vallenato o un acento paisa. ¿Será que en Brasil pensaban igual cuando salieron al aire éxitos de factura como El Clon o La Esclava Isaura? ¿En disponer cada detalle para aclarar a cada segundo que están viendo una novela ‘con el sabor brasilero’?

Esa obsesión de vincular ‘la colombianidad’ a cualquier
cosa que se apruebe en los canales merece un análisis de fondo. ¿Es que
ser colombianos o colombianas nos dota de superpoderes? ¿O de
espantosos defectos? Justamente uno de los debates acerca de las
producciones nacionales (y cabe la extensión a producciones brasileñas,
chilenas y argentinas) es su escasa difusión en el formato original
desde la barrera idiomática y los giros del lenguaje hasta el reflejo de
costumbres ya bastante anacrónicas o incomprensibles para otros países
del mundo. Desde luego, como documento histórico tendrán alguna
trascendencia en lo local, pero eso no es suficiente -e incluso
valorado- por el mercado actual,  el cual impone cada vez más la compra
de formatos y libretos. La condición humana no reconoce fronteras: en todas partes se ama y se muere por amor, se busca el dinero fácil, se tienen erecciones u orgasmos, se mata sin importar el método que sea. No nos hace mejores o peores personas una nacionalidad, así como no lo hacen el sexo, la posición económica y demás etiquetas que supuestamente nos definen por encima de lo humano. 

Siempre será muy fácil recomendar que cambie el canal o lea un libro. Pero también puede exigir mejores productos sin tantas consideraciones de forma. Uno quiere en últimas dispersarse, pasar un buen rato en familia o solo, eligiendo lo que más le guste. Ahí es donde está la responsabilidad de educar.

Para los que me leen ¿Debemos volver al costumbrismo en la televisión nacional? ¿Qué clase de producciones nos gustaría ver? 

juanchopara@gmail.com