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Contra todos los pronósticos el candidato
oficialista sa salió con la suya abrumadoramente. La ola verde pareció
un soplo veraniego. Los demás candidatos hicieron lo propio pero ahora
no representan un factor decisivo que cambie el rumbo de la historia. La
verdadera sorpresa estuvo en los cacareados ‘primivotantes’: ni lo uno
ni lo otro. ¿No que el voto joven sería decisivo en las elecciones?
¿Qué, acaso el sol del domingo no los convenció de salir? ¿O la falta de
alcohol de la ley seca motivó la inasistencia a las urnas?

Ahora el 20 de junio podemos asistir al triunfo más cómodo de la
historia política nacional, cediendo una vez más al paternalismo, a la
unidad pero de los amigos del poder. Aún así no tendremos a un
presidente con nombre propio sino a una versión cada vez más desmejorada
de una derecha pícara, que convence con el discurso de mirar al cielo
como si de arriba viniera la unción, apelando a la memoria de los
muertos para demostrar que la fe trae votos, haciendo lista de amigos y
amigas que acompañaron por alguna razón una causa vieja: vamos realmente
para cuatro años más de lo mismo, tal vez con consecuencias nefastas.
Uno desea equivocarse, pero cuando la historia se ve forzada a
repetirse pues no queda más remedio que creer en el fin del mundo dentro
de dos años y medio.

Sí, los verdes pasaron a segunda vuelta, pero con
un resultado adverso:
en parte culpa de las encuestas y sus increíbles virtudes de acomodar la
realidad para satisfacer las veleidades de un país que sabe muy bien
hacia donde ir…hacia el abismo.

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juanchopara@gmail.com
 

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