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Este post farandulero tiene una fuente de inspiración: la controversia desatada en México por el final de la telenovela mexicana ‘Teresa’, cuya protagonista, caracterizada como una mujer ambiciosa y calculadora, obtiene todo lo que desea y es recompensada con rating. Que en pleno siglo XXI la opinión se divida entre el castigo para el mal y el premio para el bien es como perder contacto con la tierra que pisamos.

Todos somos responsables de nuestros actos y asumimos las consecuencias de ellos, pero uno no espera que hacer las cosas ‘de otro modo’ nos represente admiración. Es el caso de Charlie Sheen, el reciente dios mediático que pone contra las cuerdas a Warner Bros TV, divulga imágenes con sexys rubias en su propia casa sin asomo de respeto hacia su familia… y es seguido por casi un millón de personas en Twitter. Juzgamos muy ligeramente a personajes de la ficción, pero somos condescendientes con personalidades reales que actúan en contravía a nuestros principios. Él es el héroe del show business  y los demás somos los envidiosos de doble moral que exigimos promover valores hacia los niños pero que en voz baja mascullamos»¡eso quisiera hacer yo!».

¿Por qué Gadafi sale a bailar en esta pista? Muy fácil. Ahora que el mundo cae en la cuenta de los desmanes cometidos durante su mandato, artistas y estrellas de Hollywood se dan golpes de pecho por aceptar invitaciones a cantar en sus lujosas fiestas o tomarse fotografías con sus hijos. No se requiere de un concienzudo análisis para evidenciar que más de 40 años en el poder no son precisamente rasgos de modestia y democracia. Cuando nadie prestaba atención a esta realidad estaba bien ir a tomarse cocteles con ‘ese excéntrico petrolero que paga en efectivo’. Hoy, por cuenta de la debacle de estas tiranías en el mundo árabe, los famosos reaccionan con indignación y anuncian, como lo hizo Nelly Furtado, que devolverán el dinero pagado por sus presentaciones. ¿Es que nos creen idiotas?

En Colombia ocurre iguall: Pablo Escobar, David Murcia, los Rodríguez Orejuela. Mientras todos se hicieran los de la vista gorda, eran los mejores amigos que podían conocer. Se desataron los escándalos y ahí salieron todos a defenderse con pobres afirmaciones del tipo ‘no tengo nada que ver con él’.

Un caso aparte es John Galliano y su comportamiento antisemita. Sí, el tipo fue un patán de campeonato. Aún así tiene en jaque a la casa Dior pues no se trata de un obrero más: es una marca, un sello de innovación y glamour difícilmente reemplazable. La historia decidirá si esta salida en falso lo entierre en el olvido, pero lo que no logrará es que su estilo muera. Quiero ver la primera hoguera pública de accesorios y vestidos en Beverly Hills o en Paris en protesta por su actitud. ¿Verdad que no tirarán a la basura mil o dos mil dólares?

La ficción puede darnos cátedra de moral y buenas costumbres. Pero siempre la realidad superará a la ficción.

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