El garrafal error ortográfico visto en dos ocasiones en el estreno del Desafío 2011 de Caracol el pasado domingo es el abrebocas para comentar los recientes estrenos de la televisión nacional. 

Hablemos del reality. Desde su estreno en el 2004 (cuando Caracol «cedió» la franquicia de Expedición Robinson), el Desafío hace honor a su nombre: es un verdadero reto encontrarle gusto a un programa basado en pruebas de resistencia y peleas de campamento. Es el as del rating cuando ninguna ficción cautiva a la teleaudiencia, ahora bajo el enfrentamiento de regiones (como si no tuviéramos suficiente con los de la cotidianidad), en donde parece que el ganador es el que más preserve su acento, sea costeño, paisa o cachaco. Locaciones costosas, supuestas condiciones infrahumanas y montajes similares a un torneo organizado por Bosquechispazos. ¡Esa es la telerrealidad que nos han vendido!
Lo visto este domingo fue un desgaste de la fórmula: llegada de participantes, presentación, llegada de presentadores, prueba y ubicación en las respectivas playas o cavernas. ¿Dónde está la novedad? Curiosamente en las dos últimas versiones los paisas ganaron la primera prueba. Otra vez repiten. Parecen calcar las emisiones anteriores.
Será imborrable el recuerdo de Margarita Rosa de Francisco con su camiseta mojada de sudor en las axilas, mientras su copresentador llega fresco como una lechuga. ¿El look de la presentadora estrella buscaba asemejarse al de un competidor más? Me parece fatal, pues para lo que debió cobrar lo mínimo que podían hacer era cuidar un poco más su imagen, o asegurarse la publicidad de Lady Speed Stick. Los aportes de la Toya Montoya son relleno del editor. El conjunto: un programa sin emoción pero con mucha «tención», que ya se olvida después de su apabullante capítulo uno.
La comparación es odiosa pero Amazing Race sí es una aventura, un descubrimiento de personalidades y un homenaje al instinto humano de supervivencia. Costoso, pero vale la pena la inversión.

El otro comentario va para «A Corazón Abierto 2». Su éxito radica en explotar cada aspecto del melodrama tradicional. En otras palabras es una telenovela ¿Cuál serie? ¿De qué temporadas estamos hablando? ¿Creen que veremos a Marlon Moreno o a Verónica Orozco hasta el 2014 como médicos de un hospital privado? La ingenuidad que tenemos como televidentes asusta. Esta NO es una serie. Si querían marcar una diferencia con Grey’s Anatomy lo lograron desde el principio.
Su «nueva temporada» inicia retomando las vidas de los personajes poco después de los sucesos vividos en el último capítulo que vimos en el 2010. El tiempo no pasó, parecía la continuidad de un capítulo que quedó sin estrenar.
En este hospital lo absurdo es el pan de cada día: todos se acuestan con todos, se juran amor eterno y vuelven a empezar como amigos trabajando en el mismo sitio, en una sucesión de piruetas argumentales a cual más forzada. Los personajes nuevos son arquetipos de villanos y/o héroes que no transmiten sino la sensación de tedio, pues no hay quien destaque, se ven contenidos. En resumen, la experiencia de imitar series gringas con nuestro toque secreto para las telenovelas produce un engendro capaz de conectarse con la teleaudiencia pero que decepciona a la industria del entretenimiento. Cualquier premio nacional que se gane no tiene validez, su impacto real se verá en el tiempo, cuando a alguien se le ocurra hacer la «tercera temporada».
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