No llevamos tres meses del 2015 y los escándalos por cuenta de la «irreverencia» de reconocidos presentadores en la televisión internacional ocupan la plana mayor de las noticias de espectáculos.

El más reciente es el despido fulminante del venezolano Rodney Figueroa del canal Univisión, contratado para una sección en el eterno programa del Gordo y La Flaca para meter «venenito» con sus comentarios de moda hacia los famosos.

¿Su pecado? Comparar a la Primera Dama de Estados Unidos, Michelle Obama, con un simio. Los programas de chismes y tendencias se han esforzado por venderse como una cantera de lugares comunes desde la personalidad de sus presentadores hasta la truculencia de algunas de sus notas. Esa no es novedad, y lo seguirán haciendo, pues según ellos «eso le gusta a la gente» (claro, como los estudio de mercado y la realidad misma demuestran que nos tratamos pésimo) Pero en una época en la que corren huracanes de corrección política y moral, cualquier coma, silencio, sustantivo, apodo, adjetivo y demás se tomará «fuera de contexto», desatará la ira de algunas madres o ligas de algo y será necesario el correctivo. Hay muchos ojos y oídos encima, tanto en pantalla o micrófonos como fuera de ellos, como le sucedió a Jeremy Clarkson, presentador del popularísimo programa inglés Top Gear.

Y aquí salta a la vista otro gran defecto de algunos presentadores. Al llegar a la cúspide inmediatamente aflora su lado malévolo, comportándose como ‘divos’ ante sus compañeros de trabajo o superiores. En esa idea de que el rating lo da el conflicto, las ganas de echarlos a patadas deben reprimirse en aras del billete que generan los numeritos de estos presentadores.

El asunto no es únicamente de personalidades con exceso de humor negro o un carácter endemoniado. Expresar posiciones distintas a las de la empresa también se ha convertido en causas para despidos con cara de renuncia. Para no ir más lejos, el sonado caso del periodista y presentador Maurico Arroyave con Canal Capital y su ex gerente, Hollman Morris. 

Tampoco es un tema exclusivo de la pantalla chica. Las «estrellitas» de la radio también han generado dolores de cabeza en la opinión pública. Las emisoras 40 Principales y La Mega son blanco frecuente de reproches por una parte de su audiencia y padres de familia frente al trato irrespetuoso manifestado por algunos locutores hacia los oyentes. Se hacen foros y seminarios para obligarlos a autorregularse y al cabo de un tiempo la historia se repite. No pasa nada. Como para mostrar el contraste, el caso de la emisora 970 en Atlanta (EE.UU) , que despidió sin contemplaciones a tres presentadores tras su desfortunada broma con Steve Gleason, ex jugador de fútbol americano que sufre de esclerosis lateral amiotrófica.

¿Qué reflexiones saco de esta situación? Muy simple: el relevo generacional de grandes presentadores o locutores está en veremos. Tampoco nadie es dueña de la verdad. Aunque las plataformas cambien y tengamos a disposición nuevas maneras de convertirnos en «personalidades» no debemos olvidar que aún somos personas.

Por otra parte, en la era de las redes sociales resulta inútil defenderse ante una salida en falso (deliberada o no). Alguien lo escuchará o verá y lo compartirá rabiosamente entre sus contactos. Somos la nueva inquisición mediática. Queremos castigos ejemplares tanto para los asesinos de niños, mujeres o animales como para los humoristas involuntarios, los gomelos infractores o los periodistas soberbios. Inmediatamente aplicamos la condena al burlamos de todos ellos con memes o parodias. La reputación de cualquiera de nosotros está en las manos de todos nosotros. Es el nuevo orden y el precio a pagar porque «hablen de mí, bien o mal, pero que hablen».

¿Qué opinan sobre esto? Con tantas nuevas leyes y los ojos encima de los adictos a las redes ¿veremos caer más estrellitas?

@juanchoparada

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