Bendito sea Dios con esos traumas de infancia. Los ideales de vida recta y sacrificada de adolescentes mártires al uso fueron por un momento la inspiración de largas tardes de catecismo animadas por los libros del presbítero Eliécer Salesman ¿Los recuerdan?
No importaba si uno ya se despellejaba de la desesperación por tanto drama junto. Sobre todo el del Flora y Elio (que creo jamás se llevará a la pantalla) Aún así tenían su público y la forma en que narraban sus «aventuras» era el gancho perfecto para atraer ovejillas descarriadas por la senda de la rectitud moral, para honra de los padres y maestros.
Bueeeeeno… cualquier intento de vida santificada quedó desterrado en mi caso, pero lo recuerdo básicamente por el común denominador que se hace de las biografías de santos o beatos: personas del común generalmente jóvenes que alcanzan la gloria eterna tras chorrocientas pruebas llenas de sufrimiento: orfandad, compañeros odiosos, enfermedades y toda clase de pruebas físicas (a cual más desvariante) que justificaran un vínculo con «papá Dios».
En los entresijos de sus vidas asépticas era imposible pensar en que cualquiera de ellos tuviera un comportamiento fuera de onda: siempre dispuestos a recibir toda clase de burlas o ser víctimas de crueldades, sin tiempo para pensar en helados, dormir hasta tarde, primeros besos, urgencias eróticas o copiar en un examen. Su heroísmo se medía en una escala invisible de atropellos a su dignidad que resistían con estoicismo. Muchas de estas historias se contaban con un sorprendente ritmo y llegaban a ser entretenidas. Ignoro si algo de eso se recupera en las versiones cinematográficas o de televisión sobre algunos de estos personajes, como la película de la beata chilena Laura Vicuña
Santa Teresa de Jesús
San Martín de Porres (el patroncito de Marimar)
En todo caso, llega a nuestras pantallas la vida de la primera santa colombiana, Laura Montoya Upegui, un intento de Caracol Televisión por lavar su fachada de narcohistorias y «traer a la franja prime un producto familiar lleno de valores» o algún discurso similar, eso sí, elevando los estándares en cuanto a producción, pues el primer capítulo, salvo algunas escenas de «fondo verde», brilló por su dirección de arte y una fotografía cuidada que resaltó perfectamente los hermosos paisajes antioqueños.
¿Qué no me cuadró de esta historia? Pues precisamente el tono. Si algo cuestiono de la vida de algunos de esos santos hiperbólicos es esa perspectiva lúgubre, de personajes atormentados casi al borde de la locura. Fue difícil crear empatía con la historia, pues no había un respingo de tranquilidad con tantos hechos trágicos desde el minuto uno. Aún si así ocurrieron los hechos, narrativamente se me hizo atosigante tanta mala saña, y así pasé una hora de mala vibra donde poco faltó para que saliera Charlie Charlie.
Ahora, usualmente en las bionovelas el sello de éxito ha recaído en los episodios de la infancia, unos mejor logrados que otros, y en «Laura» desprovecharon ese reclamo para avanzar a su faceta adolescente de forma inmediata, como si no hubiera nada para contar (o imaginación para hacerlo verosímil) Sin duda, Julieth Restrepo imprime su estilo a la etapa del personaje que le tocó, pero no sé si esa es la imagen que debemos recordar de «Laura». Más allá de ternura o bondad (vaya estereotipo) se me antojó delirante, como si su perfil joven lo hubieran calcado del de Sarah Bailey, la protagonista de Jóvenes Brujas. Pero caí en la cuenta que había un modelo mucho más influyente en esta parte del capítulo uno: la inolvidable y ocurrente Candice White. Para más señas, Candy Candy. Y fíjense que como ficción tiene más salero, aún a pesar de las situaciones adversas en las que se ve envuelta este inolvidable anime.
Sin conocer la biografía oficial de la santa Laura Montoya, imagino que los elementos descritos anteriormente pudieron resolverse de otro modo para hacer más digerible la historia en términos de la conexión emocional. Del resto, villanos arquetípicos comenzando con la pesada de la madre, la hermana racista y el abuelo con ínfulas de ciudadano correcto, o el de la prima. Lástima el personaje de la gran actriz Ana María Arango, que equilibraba esa atmósfera rancia, lo mataron rapidito. Destaco también el buen giro que le dieron al tema del falso robo del que iban a acusar a «Laura», resuelto con inteligencia sin hacer un dramón telenovelero. De todos modos, será complicado establecer lo real de la cosecha de los libretistas, y posiblemente muchos se seguirán indignando por los aspectos más noveleros de la trama.
Queda esperar si la demanda interpuesta por las Hermanas Misioneras a Caracol TV prospera, no obstante cualquier arreglo (si lo hay) será en edición, pues seguramente ya fue grabada en su totalidad.
La llegada de este tipo de producciones parecen satisfacer a la teleaudiencia. Si bien la apuesta del canal hace un contrapeso a su competencia (Lady la Vendedora de Rosas y Diomedes) en términos de las calidades humanas de esta benefactora, tendrá que esforzarse un poco más para que cale en el recuerdo tanto de fieles como de curiosos y no termine como una telemovie para Discovery.
Ustedes ¿qué opinan? Los que conocen a fondo la historia e influencia de la santa Laura Montoya ¿creen que se hace justicia a su memoria? ¿Cuál producción en televisión o cine sobre la vida de algún santo lo ha impactado positivamente?
@juanchoparada
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