No solo los grandes artistas también se mueren, como Prince o George Michael. También seguimos celebrando fiestas de quince años como la de la mexicana Rubí (la mejor demostración de la pereza noticiosa de fin de año), indignándonos por reformas tributarias como quien le grita a una nube, pues estamos atragantados de buñuelos y aguardiente, amén de conservar la fidelidad a la riña callejera, la nota negra de la fiesta navideña.

La pregunta de este post, que nació de una conversación con una gran amiga, me hizo pensar en lo que consideramos tradiciones. El lugar común de “todo tiempo pasado fue mejor” se resiste a dejarnos, muy a pesar del Snapchat y las videoconferencias supersónicas triple equis que compartamos.

Empecemos con la música. Este 2016 el panteón de talentos con vidas turbias casi no da abasto con tanto artista caído. Y en un nuevo ejercicio nostálgico que emprendí en You Tube al volverme adicto a los comentarios de la gente la sensación era la misma: “Ya no hay artistas así” “Esa fue la mejor época de mi vida” “Las canciones decían algo”.

Los mayores de treinta años aburrimos hasta la médula expresando esa orfandad. Y razones no faltan ¿Justin Bieber? ¿Selena Gómez? ¿Burning Caravan? ¿Twenty One Pilots? ¿Qué rayos ocurrió en el sistema para que pasemos de las leyendas del pasado a unas minúsculas versiones de las mismas, tan rutilantes como esos fastidiosos cableados navideños y tan dependientes de artificios como los views en Instagram? En alguna parte del camino, la mística que envolvía a un artista integral se deformó hasta significar la creación de  –ibers  e –itas rabiosos y adictos a shows más llenos de selfies y videos que de conexión con una experiencia musical.

Por otra parte la noticia cula del momento, los quince años de una tal Rubí, es una prueba más tanto de la majadería de la prensa –como si no pasaran cosas en el planeta- como del extraño poder de las redes sociales, que hacen espectacular la intrascendencia. De hecho ¿se siguen celebrando los quince años? ¿No habían quedado sumergidos en el sótano del siglo veinte los vestidos rosados, la zapatilla blanca y el Tiempo de Vals de Chayanne como anuncios del paso de niña a mujer? ¿Siempre había que celebrarlos? ¡Por favor! Quinceañera fue una telenovela cuyo clímax era la dichosa fiesta, y por alguna enferma razón el drama se volvió reality con “Mis super dulces 16” entre otras mugres decadentes.

Para qué mencionar esa providencial tomadura de pelo de nuestros gobernantes que aprueban maratónicamente una importante reforma tributaria en época de descanso y totalmente llena de excesos, pero ante la cual poco podemos hacer pues en plenas vacaciones de fin de año el golpe no se siente, pero ya está a la vuelta de la esquina enerito donde sí que nos dolerá la billetera con los nuevos incrementos. Eso tampoco es nuevo, y mientras no hagamos algo contundente seguirá pasando.

Finalmente, me llama la atención el tema del incremento de las riñas en Nochebuena. Sin contar las que sucedan en Año Nuevo, demostramos una vez más que no sabemos celebrar. Darle en la jeta al hermano o a la vecina delante de niños es, absurdamente, el “paisaje local” de cualquier parte del territorio nacional. La pasión por el consumo de alcohol en proporciones industriales continúa transformando la alegría de una noche especial en incómodas visitas a estaciones de policía -si es que aparece, claro está-.

De este modo confirmo que cambiamos de milenio pero no de costumbres. Nos resistimos a cambiar en lo fundamental. Por más tecnología que modifique algunos hábitos humanos, continuaremos admirando los artistas consagrados, desdeñando los figurines actuales y criticando el mundo mientras nos embriagamos a las patadas…en Navidad. Así que, señoras y señores: ¡No ha empezado aún el famoso siglo XXI!

@juanchoparada

juanchopara@gmail.com