1992
“¿Dónde diablos jugarán? Los pobres niños…”
Si me castigan por confesarlo, tuve en casete ese trabajo de Maná. Rock de almohada y pétalos de rosa. Tan inofensivo, al punto que su momento más rudo consistía en gritar a dos kilómetros de los papás “porque me vale, vale, valeeee, me vale huevo”. Luego se volvió el látigo de cuanta miniteca consumí, que terminé odiando cada una de sus letras. Por cierto, ya me había atragantado de Soda Stéreo y Radiohead, además de una buena ración de grunge. Hablar de Maná sin sonrojarse era un desafío corporal.
1997.
PUTOooooo
Por encima de Rambo o el presidente Samper de la época, uno se sentía bien carroña mascullando y pogueando este coro infernal, seguido de “matarile al maricón”, “hijo de perra” y toda una colección de suciedades que enfermaron a medio mundo ¿De dónde salieron? Llegó a mis manos un CD en cuya portada se advertían en primerísimo plano unas pantaletas furtivas bajando de unas piernas morenas que provenían de una minifalda colegial. ¿Título? “Dónde jugarán las niñas”. Esto no es Maná, ni nada que se le parezca. Y en sus 12 cortes llenos de ‘espanglish’ salían contadores invisibles de madrazos a políticos, canales de televisión, cerdos, perras arrabaleras… toda una fauna de maldiciones que si las ponemos hoy siguen funcionando como himnos de nuestro atraso social. Los culpables de tanto desorden: Molotov.
No quiero imaginarme a Tito, Paco, Miki y Randy de marchantes musicales con su álbum debut tras causar estragos en las tiendas que prohibieron su circulación. Ni la negociación con Universal, aún con el aval de Gustavo Santaolalla y Anibal Kerpel, los mismos detrás del sonido del Re de Café Tacvba. Ni los vetos de Televisa (que, tiempo después, los reconocería en unos premios Telehit) Molotov se ganó el enojo de la generación anterior a la nuestra. Pero no con el Puto PUTO, sino con la queja más reluciente del rock latinoamericano ¡cantada en inglés!
Gimme The Power fue una moda pero al mismo tiempo una denuncia. Coexistió en su momento con Señor Cobranza de Bersuit Vergarabat, armando un tinglado de duros reclamos a los gobiernos de porquería de cada uno de sus países ¿Novedoso? Quizás no, pero si las canciones sufrían de censura radial, así como sus videos, era porque sí decían algo que pocos manifestaban en otras tribunas del arte y la opinión.
Lo especial del rock latinoamericano de los noventa fue la diversidad de sus propuestas: elegantes, estéticas, populacheras o copias anglo, no importaba la fuente. Tuvimos que pensar un poco más allá de la fiesta o el romance para darnos cuenta con la grosería que era en serio, que sí nos estaban jodiendo y aún lo hacen, solo que la caja de resonancia de hoy se diseminó en partículas diminutas de puro eclecticismo.
Sobra aclarar que Molotov no es una banda misógina u homofóbica. Los que se quedaron con la superficie califican de pose toda su mala leche, pero lo cierto es que se burlaron de nuestro machismo todo el tiempo, así como lo hicieron con nuestro borreguismo. Por eso, para entender un poco más de su impacto les recomiendo el documental «Gimme The Power» del 2012 dirigido por Olallo Rubio en donde quedaron expuestos las razones artísticas y de pensamiento que cimentaron la propuesta de estos cuatro locos.
El año pasado conmemoraron sus 20 años como agrupación y no fueron pocos los agradecimientos. Su música recorrió el mundo y si bien han tenido los altibajos normales del medio se mantienen unidos, cualidad que se extraña en las bandas contemporáneas. Así recordamos este trabajo en Radiodistractor en Stereo Joint Radio ¿Cómo lo vivieron ustedes?
@juanchoparada
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