¿Alguna vez han visto el silencio que hay alrededor de la desesperación? Las cosas que no se dijeron, la rabia, la melancolía… en el suicidio no hay momentos apacibles. Cada acción que lleva a besar un arma, arrojarse al vacío o cortarse las venas solo es sinónimo de angustia, hasta en los últimos segundos en que el anhelo de liberación se convierte en la respuesta a una larga súplica.
Tras ver “13 Reasons Why” de Netflix no solo vuelve el debate sobre si tenemos el derecho o no de quitarnos la vida, por el motivo que sea. El foco también está en las razones. Y cuando los protagonistas son jóvenes es cuando más terror causa la explicación.
En Estados Unidos, país de origen de la producción, anualmente se quitan la vida 41.000 personas “casi el doble de los homicidios”. Es la segunda causa de muerte en edades de 15 a 34 años. En nuestro país las cifras van en aumento: durante el 2015 el suicidio fue la cuarta causa de muerte violenta y del total de los casos reconocidos como tal, el 48,74 correspondían al mismo rango de edad que en la Unión Americana, creciendo dramáticamente en edades entre los 10 a 14 años. No es una simple estadística: es una prueba más de nuestra deshumanización como sociedad.
Sí. Una persona cercana, un famoso, un criminal o nuestra madre deciden finalizar con su existencia. Sin mayores explicaciones. Todas las razones circularán en forma de rumores, críticas, lecciones filósoficas o reproches disfrazados de vulgaridad en redes sociales. La gente muere por su propia mano y enseguida salimos a buscar responsables. No obstante, como dice Clay Jensen, el atormentado amigo de Hannah, tenemos derecho a sentirnos culpables. El asunto no es únicamente cuándo intervenir si sospechamos que alguien tiene intención de dispararse: también cuenta, y mucho, qué hicimos o dejamos de hacer para impulsarlo a ello.
Esa premisa de la serie adquiere sentido cuando se analizan los nombres de quienes están detrás de ella: viene de una novela escrita por Jay Archer en el 2007 con fundamentales cambios en la adaptación, la produce la cantante Selena Gómez, artista juvenil constantemente en el ojo de fanáticos y medios de comunicación quien, dicho sea de paso, hizo una pausa en su carrera, y cuenta con la dirección en sus primeros episodios de Tom McCarthy -el reconocido director y guionista de la oscarizada Spotlight-. Sin duda alguna está hecha para incomodar, con su mezcla de tonalidades claras y oscuras, con sus flashbacks recurrentes en escenas de matoneo y muerte, con el patetismo a flor de piel de padres de familia y educadores, también llamados a responder por lo ocurrido con sus hijos. Incluso el papel de la amistad en la era selfie queda en entredicho por el mismo individualismo que se cuestiona hoy en día.
El tema de la salud mental aún está fresco por los recientes asesinatos de mujeres a manos de parejas o ex parejas. La crítica sobre el seguimiento a personas con algún tipo de trastorno se traslada igualmente a las herramientas con las que cuenta la sociedad para abordar el suicidio ¿Qué es lo que falta en los hogares, en las instituciones educativas y en las entidades de salud para que cualquier persona sienta que pueda ser escuchada? Así como repartimos culpa hay que ponernos la camiseta para identificar y enfrentar los factores de riesgo, fortalecer redes de apoyo, agotar todos los recursos posibles para mostrarle a un potencial suicida que sí importa lo que le está sucediendo.
Lo que estemos haciendo mal debemos resolverlo a tiempo. Hay más personas en este momento que piensan en todas las maneras de “liberarse”, pero su muerte solo hará la carga más pesada, especialmente si se ignoran los motivos. Que no llegue a sus manos una carta, video o grabación con algo que pudieron saber en vida.
@juanchoparada
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