Señoras y señores lo siento por el que piense lo contrario, pero la premisa de “para triunfar lo tienes que dar” no es ni de lejos un tema superado. El sexo es –y sigue siendo- instrumento de poder. Así lo ven tanto aquellas personas que, sin ningún empacho, han confesado sostener relaciones sexuales consensuadas para llegar más alto en sus aspiraciones profesionales como para aquellas que accedieron a ser manoseadas bajo algún tipo de coerción y callaron por temor al qué dirán o amenazas. Por encima de todas las víctimas se encuentran algunos dueños de la pasta que sacaron ventaja de cualquier oportunidad y ahora purgan sus culpas en una tardía expiación que solo refuerza la doble moral de la sociedad frente a estas conductas.
El caso del magnate cinematográfico estadounidense Harvey Weinstein es ejemplo de esto último. Las revelaciones de una serie de investigaciones adelantadas principalmente por The New York Times y nuevos testimonios en The New Yorker se convirtieron en la punta de lanza de un increíble desfile de acusaciones que van desde insinuaciones sexuales hasta violaciones a cotizadas actrices de la industria americana que trabajaron para el excéntrico productor detrás de éxitos como Pulp Fiction, Shakespeare Enamorado o El Discurso del Rey. Prácticamente era un secreto a voces que nunca veía la luz, bien porque creyeran que “estaba bien, es Hollywood”, o por los malos oficios de amigos del productor (como Matt Damon) que supuestamente evitaron su divulgación hacia el 2004, reclamo hecho por la periodista Sharon Waxman, ex redactora de The New York Times, medio al que curiosamente señala por no darle la importancia a su propia indagación en aquella época, al parecer por presiones del mismo Weinstein.
Lo paradójico de este episodio es que algunas de las reconocidas figuras públicas que hicieron oficiales los desmanes de Weinstein (encabezadas por la actriz Rose Mc Gowan de la serie Embrujadas y Ashley Judd, cuya lista se extiende a Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Asia Argento y Cara Delevigne, entre otras) admitieron haber aceptado compensaciones económicas a cambio de no entablar acciones judiciales en su contra justo cuando acontecieron los abusos. Unido al silencio cómplice de años sobre estos hechos, el mensaje no es nada alentador para víctimas menos famosas que han sufrido de acoso y abuso sexual tanto en el trabajo como en el hogar.
Estados Unidos ha presenciado cientos de ejemplos de conductas inapropiadas en todos los ámbitos: desde los devaneos del asesinado John F. Kennedy hasta el aluvión de acusaciones contra el inefable “padre de familia” Bill Cosby, pasando por señalamientos al emblemático Woody Allen o el interminable caso del director Roman Polanski, sin olvidar el furor mediático protagonizado por el ex presidente Bill Clinton y la ex becaria Mónica Lewinski hacia finales de la década de los noventa. Todos impregnados del mismo juego de poder (lo vas a pasar muy bien, nadie te va a creer si me delatas) e igualmente, de la misma reacción del público (es mejor comer callado, si estaba buena ¿por qué no?, etc) entrando en una vorágine de estereotipos y revictimizaciones en donde las mujeres han sido las grandes perdedoras, a pesar de algunos logros en cuanto a sanciones legales y sociales.
Por el momento solo falta ver el mensaje definitivo que envíe la potencia americana ante esta bola de nieve ¿Se tapará con la misma cobija o se unirá al cada vez más extendido reproche? No puede ser que perdure ese “como trabaja el mundo” afirmación de Christina Cauterucci del portal Slate y, al mismo tiempo, se siga denigrando el trabajo artístico de profesionales del cine y la televisión.
Cualquier acto hecho en contra de la voluntad de las personas debe denunciarse, merece el repudio total y no importa quién deba caer, desde luego, absolutamente comprobado. No obstante, es claro que la omisión u ocultamiento de tales actos y “hacerse de la vista gorda” ante su ocurrencia tampoco ayudan a ganar la batalla. En nuestro país la industria del entretenimiento no ha dejado ver ese lado flaco, pero seguro que ha sucedido en similares circunstancias. Ahora bien, no se tratan de “meros polvos” para conseguir un papel, obtener un ascenso o mantener un estatus social de pareja perfecta: se trata de permitir que el juego de dominación subsista, y con él, una forma sutil de esclavitud.
De profesión actor
Precisamente con el tema de hoy recomiendo esta mirada sobre la actuación a partir de un ejercicio multiplataforma ganador del Premio Nacional de Concertación Cultural del Ministerio de Cultura y en el que intervienen jóvenes realizadores de la Fundación LP Los Productores en coproducción con el Canal Zoom y la universidad Uniagustiniana. De Profesión Actor acude a la farsa y el humor negro para recrear las expectativas y vicisitudes más comunes que rodean a cuatro prospectos que desean incursionar en el mundo de la farándula y los medios. Se emitirá todos los miércoles a las 7:40 de la noche por el canal universitario y cada semana verán sus capítulos en You Tube.
Coincide esta producción colombiana con la incorporación al catálogo de Netflix de Paquita Salas, la serie web éxito del 2016 en España creada por Javier Calvo y Javier Ambrossi, otra ácida reflexión sobre el mundo del actor desde la óptica de una particular manager. Los cinco capítulos de la primera temporada se pueden ver por esta plataforma.
@juanchoparada