El reciente estreno de la bionovela Garzón Vive, inspirada en los hechos reales que rodearon la vida y asesinato del periodista y humorista colombiano Jaime Garzón, no solo volvió a reflejar la polarización que nos caracteriza: o se toma partido por el insulto a su memoria al pretender que una “novela” emitida por el Canal RCN le rendirá un justo homenaje, cobrando de paso su postura ideológica como causa del rechazo en el público, o se elige la posición más mesurada, aquella que aboga por el rescate de personajes alejados de las sombras del narcotráfico o la villanía, exaltando además la fidelidad con la que el actor Santiago Alarcón ha reconstruido su imagen.
No obstante, las raíces del malestar no las encuentro en si fue un atrevimiento que enloda el legado de Jaime Garzón o una magnífica realización incomprendida. Para mí, lo irritante de este asunto es el abuso en el que se ha tornado la fórmula de la bionovela (y bioseries, vaya usted a saber cómo la entienden los nuevos genios del entretenimiento) que ya es la manía en México y Estados Unidos con resultados igual de dispares.
Por eso voy a la fuente de esta tendencia: el biopic cinematográfico, que autores como Pérez Bowie en su libro “Leer el Cine, la teoría literaria en la teoría cinematográfica” consideran una herencia de la literatura de la que traslada igualmente el mismo problema de la veracidad. En su libro cita a Javier Moral al afirmar que dicha verosimilitud depende de que “el peso de lo dicho recae en la aparente verdad de lo narrado que el espectador conoce previamente a través de otros textos [y fuentes]”. En las biografías cinematográficas los autores reconocen dos tipos de verosimilitud: la discursiva y la referencial, siendo esta última “como principal operación veredictoria del biopic la ocultación de su condición de relato: el texto se proclama como real apoyándose en la ilusión biográfica y en una “saturación de efectos de realidad”, como señaló Barthes, mediante la recurrencia a datos “superfluos”, resistentes al análisis y a toda estructuración significativa, y que funcionan como lo “real concreto”.
Por otra parte, como lo señala el crítico Joel Poblete en un artículo para el portal chileno Mabuse, “los relatos biográficos dan para tergiversaciones que pueden ser tan peligrosas como reveladoras de las intenciones de sus autores/realizadores. Vale decir, o la historia filmada nos presenta sólo los rasgos positivos y edificantes de un personaje, obviando sus caídas y frustraciones y convirtiéndolo en una figura de cartón piedra, o en ocasiones se lo retrata de manera tan negativa que se nos esconden los aspectos que ayudan a matizar su personalidad, lo que habitualmente da para quejas y demandas de sus parientes o descendientes”. ¿No ocurre lo mismo con la bionovela de Jaime Garzón? Evitar el maniqueísmo y la caricatura son algunos de los grandes riesgos, que bien sorteados, pueden derivar en un replanteamiento de la figura pública que es objeto de estas realizaciones.
Ahora bien: ¿cómo elegir el personaje más adecuado? ¿Eligen los más adecuados? ¿Queremos solo vidas ejemplares? ¿O queremos restregar moralina con sentencias como “el crimen no paga”? Una idea nos la da la selección de las 100 mejores biopics en la historia de cine, hecha a partir de las calificaciones de usuarios del portal IMDB en el 2015 . La Lista de Schindler, de Steven Spielberg, ocupa el primer lugar, seguida por Corazón Valiente, de Mel Gibson y Goodfellas de Martin Scorsese. Aunque no sean los mejores ejemplos el punto es que una biografía en cine o televisión no busca la mera identificación per se, es un todo que involucra rigurosidad, emoción y relevancia para entender un determinado momento histórico. Por algo las academias de cine y festivales suelen chiflarse cuando encuentran producciones de esta naturaleza… ¡Tienen algo más de dos horas para hacer un retrato de época y lucirse con una apuesta demoledora!
¿Y qué pasa en televisión? Las miniseries (ahora renombradas como series limitadas) eran la excusa perfecta para tratar de condensar ese sentimiento. Entre Europa y Estados Unidos nos invadieron con toda clase de muestras, pero no hay que ir muy lejos si mencionamos Bolívar, el hombre de las dificultades, serie de la década de los 80 dirigida por Jorge Alí Triana con el inolvidable actor Pedro Montoya, enmarcada en el universo de Revivamos Nuestra Historia. Es un ejemplo clásico, pero que sirve para ilustrar uno de los buenos propósitos que guían a una bioserie.
Sin embargo las nuevas formas del negocio televisivo y la falta de carácter para llevar a cabo aventuras similares se esfumaron. Es así que pasaron casi cuatro lustros para volver a ver en pantalla hechos y personajes de la vida real retratados en televisión. Pero esta vez casi todas provenían del jalón de “bestsellers” del género de la no ficción. Así vimos producciones como El Cartel, donde se cimentaron las características de esta ola de bioseries: desajustes históricos, verdades a medio cocinar, cambios en los nombres de personajes claves o amalgamas de varios de ellos, actores interpretando el mismo papel (incluso en canales diferentes) y un revuelto con el melodrama rosa para encandilarnos con la intención de que los capos, “madames” y corruptos también son humanos. La receta funcionó y desde la década anterior han desfilado al menos una treintena de series cortadas con la misma tijera en las que se vuelve un acto mecánico predecir si nos la cuentan linealmente, o desde el final y con la andanada de flash-backs posibles, sin olvidar el ingrediente adicional de su kilométrica duración.
Para terminar de moler el riñón a alguien se le ocurrió que los cantantes de música popular reunían ese potencial de historias “ejemplares” con el más infame de los dramones, y no es necesario hacer la lista de todos los que hemos visto. De hecho, coincidiendo con el lanzamiento de Garzón Vive, en Estados Unidos el canal Telemundo presentó José José, El Príncipe, para seguir con el camino sembrado por su antecesora, Mariposa de Barrio (basada en la vida de la cantante Jenny Rivera) y aún sin superar el enorme éxito de la, esta sí bioserie, Hasta que te Conocí, la vida de Juan Gabriel. Todas asentadas en el mismo esquema de niñez-ascenso-triunfo-fracaso-renacer-muerte. En ese contexto llegamos a una interesante ruptura con la elección del ex presidente de Venezuela Hugo Chávez, un personaje llamado a controvertir, perfecto para llevar a cualquier pantalla. Pero nada de eso vimos en El Comandante, y es de todos sabido el destino que corrió durante su emisión. En esa línea le sigue en suerte esta bioserie de Jaime Garzón, a tal punto que se convirtió en el detonante para especular sobre el futuro del Canal RCN, que no ve su suerte desde hace ya tres años.
La bioserie de Jaime Garzón comparte su estreno además con un subgénero particular de las bioseries, instaurado por Ryan Murphy con su propuesta de American Crime Story, que se lo ganó todo con su primera temporada dedicada al caso de O.J Simpson en el 2016, y ahora busca validar su estilo con su segunda salida, dedicada al homicidio del diseñador italiano Gianni Versace (estrenada esta semana a nivel global y en Latinoamérica en el canal FX) Al respecto y a modo de curiosidad, el canal Divinity emitió el año pasado la TV Movie House of Versace, en el que Donatella, hermana del fallecido, cobra un inusual protagonismo. Parece que nadie se exaltó con ella, como sí ocurre con la serie de Murphy. Al igual que con la adaptación de la vida de Jaime Garzón, buena parte de la familia Versace no ven con buenos ojos el proyecto. Y esta semana termina con otra película para televisión dedicada a otro personaje colombiano, esta vez una mujer, la otrora temible Griselda Blanco, encarnada por Catherine Zeta-Jones en la TV-Movie Cocaine Godmother para el canal LifeTime.
Todo lo anterior puede aclarar algunas cosas sobre lo que observamos en pantalla durante los primeros cuatro capítulos de Garzón Vive ¿Es perversa? A mi juicio, no ha resultado tan nefasta, aunque el peso dado al melodrama distrae más de lo necesario, y la obsesión por hacerla digerible, dada su extensión, no evita lugares comunes. A veces parece grabada a las prisas, olvidando que recrea épocas como 1999 y se le han colado locaciones o marcas actuales. Y si bien ha retratado medianamente los temores que albergaba Jaime Garzón con el Ejército Nacional o las confrontaciones c0n grupos armados ilegales como los paramilitares, otros colegas han evidenciado algunas inexactitudes que afectan la credibilidad del drama, sumadas al previsible cambio de nombres a personajes y lugares, excusa frecuente para justificar licencias dramáticas. Por el rating ni se molesten en preguntar: como la televisión actual la consume primordialmente la costa Atlántica, de pronto Garzón no era el personaje para cautivar de forma masiva en algunas regiones. Hay que analizar mejor las audiencias, a quién dirigimos ciertos contenidos, pues de esa investigación también depende el éxito de un producto.
En conclusión, aunque hay directrices, realmente no hay una sola forma de hacer biografías de personajes reales. Pero si se abusa del poder otorgado, podemos esperar versiones amañadas y olvidables que solo empañarán nuestra memoria y nuestra historia. El personaje en cuestión, si está muerto, ya no se podrá defender de todo lo que hagan en su nombre, así que traicionar la verdad es el peor atentado contra la imagen que podamos conservar. Si bien con esta serie Jaime Garzón vuelve a animar conversaciones alrededor de la televisión nacional, también estoy de acuerdo en que trasciende este y cualquier otro homenaje que deseen rendirle. Su genialidad interpretativa y su cáustica mirada sobre nuestra realidad son cualidades que hoy en día no son fáciles de encontrar, mucho menos así de imperecederas.
Pueden revisar otras aproximaciones a la figura de Jaime Garzón como este especial emitido por Señal Colombia en el 2017.
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@jaunchoparada