El reciente estreno de la telenovela de Caracol, La Mamá del 10, integrado por actores y actrices afrocolombianos, no solo se anticipa a la fiebre mundialista que cegará el entendimiento en pleno ambiente electoral. Nuevamente pone en el tapete la representación de la diversidad étnica en la ficción, pues no solo se trata de otorgar el rol principal a una mujer del Pacífico colombiano: hay todo un elenco que representa a la región.
El asunto no tendría nada de novedoso por los tiempos que corren actualmente: el año pasado Moonlight, un drama homosexual entre afroamericanos, obtuvo el Premio Óscar a Mejor Película, pero es Estados Unidos (y, quizá, su corrección política). De ese calibre está el asunto. Mientras, en Latinoamérica aún causa terror que un hombre o una mujer de la raza negra encabecen el reparto de cualquier producción, a no ser que retrate el esclavismo de antaño o las clases populares con sus dramas de exclusión y marginamiento ¿Esa es la única manera?
Aquí muchos recordarán la ya añeja Los Colores de la Fama, también ambientada en el contexto futbolístico, que contó con el empeño del fallecido Pepe Sánchez en la dirección y a Óscar Borda en el protagónico, o Luzbel está de visita donde el actor Walter Díaz representaba a un misterioso personaje que enloquecía a una familia de la alta sociedad bastante majadera. Los resultados obtenidos fueron dispares tanto en sintonía como aceptación, pero quedaron en el inconsciente colectivo como una tímida ventana al talento de actores y actrices afrocolombianos asumiendo el mando de una ficción, aunque también reforzaron erróneamente el miedo a las pérdidas por repetir un esfuerzo semejante.
Definitivamente hay que actualizarnos en los argumentos: hay mujeres afrodescendientes ocupando cargos públicos, manejando poderosas corporaciones o influyendo a la opinión pública desde la ciencia, el arte, la música, la literatura o el entretenimiento (sí, Oprah) Igual caso en los hombres. No hay que retroceder tan lejos en el tiempo para observar el rentable éxito cinematográfico del momento: Black Panther, marveliana hasta la médula, pero con el valor adicional de crear un referente poco usual en el mundo de los superhéroes para la comunidad, que ha acudido en masa a devorarla.
Si vamos a señalar a alguien de white-washing es a nuestra propia cultura audiovisual, felizmente engolosinada con la idea de pretender ser contemporáneos a medias, donde la búsqueda del amor verdadero corintelladezco o las ansias de manejar los hilos del mundo son conflictos propios de la gente blanca, mientras la gente negra “se ve mejor” lidiando con la pobreza o la delincuencia. Personalmente yo me abono a romances intra e interraciales a luchas por el control de un negocio familiar o ascenso social (Scandal o Empire son buenos ejemplos de ese punto) una comedia familiar con afrocolombianos sin exagerar acentos, e incluso, a un periodista, general del Ejército o algún gobernante afectado por la violencia en su territorio de origen. En fin, posibilidades es lo que hay, pero como ya es habitual en nuestra nueva “era creativa”, la pereza no exige pensar.
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