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La terquedad me llevó a conocer a Fernando Gaitán el 28 de septiembre del año 2000. Iniciaba mi formación en el proyecto de formación periodística para jóvenes Código de Acceso que tenía en convenio este diario con la Fundación Antonio Restrepo Barco. A la pregunta del periodista Francisco Celis Albán sobre qué personaje escogeríamos para realizar una entrevista mencioné sin titubear al entonces exitoso creador de Café, con aroma de mujer.

Así es: en ese momento quería escribir para televisión. Con diecinueve años y recién llegado a Bogotá alimentaba frecuentemente la obsesión por crear la serie o la telenovela más irreverente posible y, de paso, divertirme en el proceso. A donde iba llevaba en la mochila tres o cuatro cuadernos de cien hojas con un centenar de ideas garabateadas, algunas de ellas pasadas a limpio. Si tenía la suerte de tocar en la puerta correcta aprendería como ellos el oficio del guionista, al tiempo que trataba de leer lo que podía mientras estudiaba Filosofía en la Universidad Nacional, requisito que compartía con varios de los escritores y escritoras de esa época como Mónica Agudelo. Ya saben, todas esas fantasías de adolescentes que esperan triunfar con la ayuda de la divina providencia, que ignoran los entresijos del día a día y al final se decantan por otros caminos cuando caen rocas en la vía.

Maestro Fernando Gaitán (QEPD). Foto: Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Maestro Fernando Gaitán. Foto: Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO

Olvidemos el final de mi sueño. El hecho es que ahora marcaba en el itinerario el vincularme a un gran medio de comunicación como lo hizo Fernando Gaitán, solo que en condiciones muy diferentes. Quería escuchar de él todos los secretos, consejos y frustraciones de su profesión. También quería deslumbrar a la sección de Cultura y Entretenimiento del diario con una entrevista que balanceara su lado profesional y humano con fluidez. Pero ojo, era el libretista del momento, exitoso pero ocupado, con un estilo bien particular de trabajar, cuyos guiones salían casi al minuto de llamado a escena. ¿Iba a ser fluida una entrevista que podía terminar abruptamente? ¿Dedicaría parte de su apretado día a resolver un ejercicio de clase que no iba a publicarse por más bueno que quedara?

Resumen de la anécdota: gracias a Celis, a Martha Luz Monroy y José Ángel Báez, periodistas de la sección de Televisión, se hizo el contacto con Fernando Gaitán a través de su asistente de entonces, Elsa Cortés. El día: jueves. Hora: 5:00 p.m. Tiempo pactado: 20 minutos. Jamás había ido a Las Américas y el Transmilenio era una odisea entenderlo. Pero podían más mis emociones, así que falté a clase, llegué con sobrado tiempo al Canal RCN y, tras un breve recorrido por los estudios aledaños a las oficinas de Gaitán, más unos minutos de espera lo tuve frente a frente.

Aclaración: no fue una entrevista de ensueño. Gaitán fumaba con cierto relax pero se notaba algo estresado. Como pidió ver el cuestionario casi se desmaya al ver la cantidad de preguntas (preparé 34) y me dijo que eso estaba muy largo. De los nervios pasé a la angustia, así que solo quedaba improvisar, así que lo tranquilicé con el insignificante argumento de “no se preocupe, solo son guías, me saltaré varias”. Puse la grabadora sobre su escritorio, sin acertar a probar la cinta o la calidad del registro y así comenzaron más de 34 minutos de un encuentro muy técnico en algunos sentidos, emotivo y lleno de lugares comunes sobre su vida y obra en otros. Tan poco profesional fue que ni una foto quedó del momento. Nunca la publiqué en estos diecinueve años. Hasta hoy. Este documento inédito adquiere mucho significado, no por su fallecimiento, sino por la demostración de lo que sucede cuando los sueños que nunca tuvimos se cumplen y los que siempre deseamos cumplir solo los postergamos. Además, confirma varias de las ideas que sus más entrañables amigos, amigas, familiares y amores han expresado sobre él desde que se conoció la noticia de su deceso. Fernando Gaitán es entrañable, no me lo imaginé como jefe, pero fue por un microsegundo la imagen de lo que esperaba ser en un futuro meteóricamente inmediato. El audio está en proceso de digitalización para que lo escuchen (lo que se pueda) y quede la evidencia del principio de este sueño aplazado.

Parte 1.

Juan Carlos Bermúdez: ¿Qué soñaba cuando era niño, cuando tenía diez años?

Fernando Gaitán: Tenía los sueños normales de cualquier niño: aspiraba a ser piloto, en un momento dado me hubiera gustado ser astronauta, a los doce años soñaba con ser futbolista, pero nada relacionado con la escritura.

JCB: ¿Nada que ver con la escritura? ¿Y después, cuando salió del colegio?

FG: En la secundaria me gustaba la literatura, hice teatro, escribía teatro, en ocasiones crónicas, ensayos. Desde esa época descubrí como esa vena. Iba a estudiar filosofía. Inicialmente quería estudiar Economía, luego Filosofía y finalmente no estudié nada.

JCB: Al final, cuando le tocó decidirse por algo, que no quería seguir botando el tiempo ¿qué eligió?

FG: Me decidí por lo más próximo que era el periodismo, pero tampoco lo estudié. Salí directamente del colegio a hacer crónicas en El Tiempo, precisamente.

JCB: En este diario usted estuvo en la sección de judiciales

FG: Yo arranqué en El Tiempo recogiendo muertos.

JCB: ¿Hay alguna imagen, así tenaz, que lo persiga desde esa época, que no se le haya podido quitar de la mente?

FG: No fue visual, lo que pasa es que cuando leía los informes del forense, los reportes de levantamiento de los cadáveres, los testimonios de la gente, pues ahí encontré el origen de la crónica roja que es muy interesante, y entendí una cosa que me abrió muchísimo los ojos: el valor de una vida. En el periódico aparecen como cien, doscientos o tres mil muertos, pero detrás de cada uno de ellos había una historia espectacular. De cada muerto que usted recogiera, por anónima que fuera la víctima, siempre hay una historia espectacular.

JCB: ¿Fue presa del sensacionalismo o trataba de evitarlo?

FG: Por eso lo contaba yo, por cada muerto escribía una crónica de seis a diez páginas, y me parecía muy interesante contar esas historias. Eran historias narradas a muchas voces, un crimen a muchas voces, más el parte médico, la necropsia…era espeluznante. En fin, me encarretaba mucho con eso, pero en realidad me parecía conmovedor. Fue como una forma de aterrizar, un aterrizaje que yo necesitaba, de poner los pies en la tierra. Además, estaba más en el mundo de la literatura y la filosofía que en la realidad. La realidad para mí no existía y no la tenía muy cuestionada. El periodismo me permitió saber qué era un ministerio exactamente, los poderes del Estado, cómo se movía el país, todo desde un punto de vista práctico y real.

JCB: ¿De esa parte vivencial no sintió la necesidad de retomar algo, lo ha tratado de plasmar de alguna manera en sus historias?

FG: Indiscutiblemente, mis primeros pasos profesionales, la primera vez que jugué a torcerle el cuello al cisne como decía García Márquez y por ello, usando un lenguaje más concreto, entendí finalmente qué era el público finalmente. Todo lo que hago actualmente todavía tiene incidencias de esa época, llena de investigación, de crónica, de nuevo periodismo. Por otra parte, todas mis historias siempre las armo como una crónica, sin dejar de lado la investigación y el reportaje. Esto es fundamental para un buen dramaturgo, de aplicar el mismo rigor del periodismo, así como las técnicas del reportaje.

JCB: En un ámbito personal, ¿cómo se define Fernando Gaitán como amigo, padre, esposo y compañero de trabajo?

FG: Ante todo soy muy buen padre. También Profesional. Puedo fallar en muchas áreas, una novela me absorbe todo y me aleja un poco de todos esos ambientes. Como amigo trato de ser el mejor, aunque no cuento con el tiempo suficiente para serlo.

JCB. Si tuviéramos al frente la ficción de sus historias y su vida personal ¿qué tanto tiene la primera de la segunda?

FG: Cuando uno escribe tiene que ser algo vivencial, tiene que agarrar universos, por ejemplo, el universo del café, de la moda, en fin. Pero todas las relaciones interpersonales que he establecido en mis telenovelas hacen parte de mi vida personal, como testigo, como protagonista, como alguien que recogió un chisme. Creo que es un error que la gente escriba sobre algo que no conoce o no ha vivido. Por ello considero importante que uno entre más vive mejor escritor puede llegar a ser.

JCB ¿Existe una anécdota curiosa o un detalle en particular que le haya motivado a crear alguno de sus personajes?

FG: En realidad me considero un buen amigo, pero soy mal amigo en otros aspectos. Les absorbo la vida también a mis amigos. Claro, uno no alcanza a vivir lo que vive todo el mundo, entonces desde ese punto de vista pongo el oído a funcionar. Soy muy buen escucha y me encanta oír sobre todo a mis amigas. No persigo un personaje que sea biográfico, pero sí me robo situaciones y sentimientos de amigos míos que reflejen exactamente algo, y tampoco he usado nombres de ellos. Me han llamado muchos amigos y me dicen que yo desenmascaro las técnicas de los hombres, que les parece un acto ruin de mi pare contar cómo han sido las estrategias para escapar de las presiones de sus parejas.

JCB: Alguna vez dijo que le parecía inconcebible que un personaje suyo no tuviera humor ¿Por qué?

FG: Primero que todo una historia tiene que divertirme, claro, me tiene que causar la ansiedad por contarla, pero antes que todo me tiene que divertir. En realidad, soy muy malo para escribir cosas muy serias, y uno dura con los personajes uno o dos años de su vida. Si un personaje no tiene humor no tiene gracia ni es inteligente. El humor es una forma de demostrar astucia, de mostrar un punto de vista particular sobre algo, y además ayuda muchísimo a que la novela no sea una historia sombría, oscura, sino que sea un relato agradable.

JCB: Cuando acaba una de sus novelas ¿no siente que ha podido escribirla de otra manera o se queda conforme con el trabajo realizado?

Pues en algunas. En Café quedé muy conforme. Había etapas que hubiera querido cambiar. En “Betty” estoy conforme, pero claro, hay cosas que uno quisiera cambiar. Es cosa de todo escritor, y me recuerda a los literatos. Varios de ellos cuando terminan una obra no la voltean a mirar jamás, porque si no no desean haberla escrito. Juan Carlos Onetti decía que la novela es un acto de un solo disparo, que uno no puede pasarse toda la vida pegado siempre al mismo computador. Una novela tiene que salir tal como se la dictan a uno la conciencia y el alma. Entonces una telenovela no da lugar a arrepentimientos.

JCB ¿Hay una escena o algo en lo que usted haya exclamado “¿por qué hice esta vaina”?

FG: Sí, Carolina Barrantes.

Próximo post, segunda parte.

Killing Eve llega a Latinoamérica

 

La destacamos durante su exitoso debut en el 2018 en Estados Unidos y Europa. Fue la consentida en no pocas listas de lo mejor del año pasado y una de sus protagonistas, Sandra Oh, no deja de recibir reconocimientos por su papel de Eve Polastri, entre ellos el Globo de Oro y el SAG Award como protagonista de serie dramática. Por ese motivo mi recomendado en este descanso de ceremonias cinematográficas y musicales es el estreno de esta impactante serie por Paramount Channel este domingo 3 de febrero a partir de las 9:00 de la noche. Su temporada se va en un suspiro por el nivel de tensión entre sus protagonistas y lo retorcidos de sus giros argumentales. Agéndela desde ya.

juanchopara@gmail.com

@juanchoparada

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Periodista y filósofo. Máster en Dirección de Marketing Digital y Comunicación Web 2.0. Social Media Manager. Escritor cine, cultura, televisión, entretenimiento, sexualidad y tecnología.

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1 Comentarios
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  1. Más de cincuenta años de telenovelas metiéndole física basura a la cabeza de la gente, siempre con el mismo formato. Nada que dignifique a la mujer, nada que eduque a nuestra sociedad, nada que eleve los valores morales. Sólo saben estimular las pasiones bajas, el odio y la violencia, porque eso se vende. La última perla es el Bronx, lo más rastrero, roñoso, despreciable y sórdido de nuestros genios de la televisión. Después se preguntan por qué hay tanta violencia contra la mujer y abusos sexuales a niñas. Mejor apague y vámonos.

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