La Casa de Papel encarna a la perfección la moraleja del cuento de Hans Christian Andersen: el patito feo que se convierte en cisne, pero con notables diferencias en su transformación.
La creación de Álex Pina, producida por Atresmedia y Vancouver Media para su emisión original en Antena 3, fue concebida como un thriller de verano de 15 capítulos, redondo en su final original y con una audiencia modesta. Netflix la atrajo a su estanque a finales del 2017 y el resto es historia: un delirio de masas, la excusa para el mejor disfraz en Halloween con la máscara de Dalí y el overol rojo encendido, la popularidad de la pandilla de estelares como Úrsula Corberó, Álvaro Morte, Jaime Lorente y Pedro Alonso encarnando a delincuentes identificados con capitales del mundo y la buena relación con la crítica especializada con el premio Emmy Internacional al Mejor Drama que recibió el año pasado. Con todos estos elementos era previsible estirar el chicle. La pregunta es ¿hasta dónde?
Su tercera temporada, lanzada con todo lujo la semana anterior, que contó con la presencia de parte del elenco en Bogotá, evidencia que, en cuestión de recursos, La Casa de Papel es todo un cisne real: locaciones en más de cinco países, magnificencia en la puesta en escena, efectos especiales a granel, un nuevo golpe, nuevos personajes en el ajedrez y un final con cierto gancho. Desde luego, si es un cisne adulto asumimos que navega muy bien en el tú por tú junto a series de alta factura, cuyo rasero es qué tan norteamericana puede llegar a ser en su espectacularidad, amén de las británicas o alemanas con que comparte más similitudes en otros aspectos.
¿Eso disgusta? A un sector del público y a la misma crítica les parece que La Casa de Papel es un producto sumamente inflado, que de cisne poco y sí más un pavo real. En mi caso me ubico en un sutil intermedio. Pina tuvo que considerar el rumbo de la historia tras el robo a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, su desarrollo y sus consecuencias y encontrar una justificación que fuera lo suficientemente creíble para reunir al equipo una vez más. Esa noción de equipo/familia muy a lo Rápido y Furioso como metáfora de coaching suena bien en una charla empresarial, pero como excusa para rescatar a un integrante que se pasó de listo y sugerir un golpe aún más ambicioso sí parece una auténtica gringada.
Ese heroísmo exacerbado derriba en cierto modo la pretensión inicial de la serie, que ahora cumple con el canon Netflix: personajes entrañables (Nairobi y Berlín como muestra), diálogos locuaces, mayor despliegue en la acción y la preocupación por la cantidad de revoluciones del producto en el streaming que aseguren su supervivencia. En resumen, un entretenimiento puro y duro con el que nadie debería incomodarse. Pero como para gustos los colores…Por contraste, les recomiendo una miniserie que cuenta uno de los atracos más audaces del siglo XX: el asalto al tren de Glasgow en 1963, donde el miembro más insignificante de la banda gozó de fama y libertad hasta el último de sus días. Esta versión es protagonizada por Luke Evans y se estrenó en el 2013. La encuentran en YouTube.
Casualmente este fin de semana finalizó otra serie, más de aclamación crítica que de favor del público en sus inicios como lo fue Big Little Lies, y comparte con La Casa de Papel algunas coincidencias. Su continuación se prodigó los mejores elementos (con una Meryl Streep luciéndose como villana o una desbordada Laura Dern), con un final preciso para el terreno de las especulaciones y con la duda sobre una tercera parte, tras un balance que se vio empañado por algunas inconsistencias narrativas y el artículo de Indiewire que reveló la casi nula autonomía que tuvo su directora, Andrea Arnold, en el montaje final, en un inexplicable contrasentido que mejor recordamos con agrado su primera temporada.
Big Little Lies era una serie limitada brillante en su propuesta inicial que se dio el lujo de continuar, pero que quizás debió asegurar coherencia en los elementos que le brindaron el triunfo precedente. La Casa de Papel mantiene el control creativo y básicamente está detrás el mismo equipo, pero aún así pueden no ser infalibles, por lo que saber poner el fin y evitar cegarse por una mastodóntica chequera es parte de la tarea de las historias que conservamos con mayor aprecio.
Ice on Fire: la inquietud ambiental de Di Caprio
Los especiales documentales de HBO abren espacio a esta producción auspiciada y narrada por el famoso histrión norteamericano Leonardo Di Caprio, en un legítimo interés por descifrar las claves que nos llevan aceleradamente al desastre a causa del derretimiento de los polos, en especial el Ártico. Con una secuencia de imágenes reveladoras, datos y profusión de expertos en temas ecoambientales, Ice on Fire busca sensibilizar a propios y extraños al detalle científico sobre las consecuencias de una industrialización desaforada, pero a la vez, de la incansable búsqueda de soluciones amigables con el entorno en cuanto al control de las emisiones de dióxido de carbono y metano o la creación de nuevas fuentes de energía. La pueden encontrar en la plataforma de streaming HBO GO.
Tributo a Héctor Lavoe en Bogotá
Y para cerrar la edición de esta semana en el blog los invito a disfrutar de un tributo especial al gran intérprete Héctor Lavoe, que es del cariño de muchos fanáticos de la salsa. Este sábado 27 de julio en el bar Boogaloop (Cra 13 No 65-42) y de la mano de Eskarlata, le rendirán un homenaje a La Voz con un conversatorio, show de boleros y poesía y cerrarán con la presentación de una orquesta que deleitará a los asistentes con los éxitos del boricua fallecido hace 26 años. Boletas previas al evento: $40.000. Día del evento: $50.000 Más información en la página de Facebook de Eskarlata
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