Dentro de los balances que deja esta cuarentena con cara de indefinida ¿ha evaluado qué tan importante resulta tener sexo en estas circunstancias? Cada quién tendrá sus razones para desearlo con intensidad, practicarlo mecánicamente o ha estado tan estresado que mejor dedica atención a otras necesidades. También influye si se encuentra casado, en noviazgo o solo como rueda suelta.

Lo insólito es que, en contra de todos los pronósticos, la noticia en Colombia y en varios países es la sucesión de encuentros clandestinos, bien sea en escapadas a moteles o con la sorpresiva asistencia masiva a orgías de todos los tipos, convocadas con precios irrisorios de acceso y propósitos tan descabellados como el de crear una supuesta inmunidad al coronavirus.

Sexo en Cuarentena – Imagen Sasin Tipchai en Pixabay

La obsesión por el sexo me llevó a encontrar que la pandemia afectó más de la cuenta a una serie de actividades sexuales que campean por las redes sociales casi como un menú a la carta de posibilidades que despiertan a partes iguales indignación y curiosidad. Sí, no estamos en la era del swinger como panacea del atrevimiento. Ahora, muchas parejas confiesan con orgullo que son cornudos (cuckhold), donde por lo común el hombre ofrece a su pareja, generalmente mujer, para sostener relaciones íntimas con desconocidos, mismas que llegan a grabar con el consentimiento de todos los participantes. En su concepto no suena tan novedoso, pero sí que circulan en redes como Twitter los perfiles de parejas que ‘calientan’ a sus seguidores con narraciones y fragmentos audiovisuales de alto contenido sexual donde sus compañeros y compañeras se exhiben complaciendo al amante de turno.

Por otro lado, las fiestas covid-19 lucen anticuadas ante los llamados a reuniones de «barebackers» (sexo sin condón, donde el placer se obtiene al sentir y probar la penetración y la eyaculación sin ningún control)  y “buggers” (bichos), una práctica más asentada en la comunidad homosexual, donde personas con VIH intercambian encuentros sin protección con desconocidos que pueden o no tener el virus, pero que manifiestan su deseo de adquirirlo. O bien, la proliferación de citas entre los denominados indetectables, que se supone se encuentran bajo tratamiento controlado del virus y buscan encuentros casuales con otras personas, muchas veces sin emplear condones. Esto lo detalló en su momento la revista VICE en este artículo. 

Este último caso es más complejo de analizar. Aunque no se pretende estigmatizar a nadie por su condición de salud, ni invitar a revelarla por la calidad de información sensible que reviste y el mismo derecho a la privacidad, es cierto que algunos reclaman su derecho a tener sexo como les plazca si consideran que se encuentran bajo tratamiento y observación médica. De la misma manera preconizan que el sexo ya está muy reglamentado por las leyes y la sociedad, por lo que buscan una vía de escape, adoptando un activismo político que reivindique el sexo sin imposiciones.

Ahora bien, nadie puede asegurar que en reuniones de dicha naturaleza festiva todos cumplen a cabalidad las recomendaciones del cuidado de su salud y si efectivamente se encuentran controlados, además que el carácter de indetectable no los exime de contraer otras enfermedades de transmisión sexual. Lo paradójico es que aunque se hable de encuentros consensuados, si estas actividades ocurren bajo los efectos del alcohol o sustancias psicoactivas o simplemente no es necesario hacer preguntas, si solo basta quitarse la ropa y dejarse llevar, entonces la respuesta es que es problema de cada quien.

En esa medida, vaya uno a saber si es la apatía, la sensación de liberar adrenalina, el aburrimiento con la vida o razones aún más intrincadas lo que ha llevado a estimular cada vez más las quedadas para la experimentación de diversos placeres, sin que medie norma alguna más que la simple diversión. Pero no olvidemos que el coronavirus llegó para llevarnos al límite, porque sus reglas para evitarlo implican alejarse del otro. Eso lo entiendo, es de una crueldad infinita tener que eludir el contacto físico con familiares o amigos, pero aún peor, no expresar físicamente el afecto o vivir los beneficios del sexo.

Lo que resulta incomprensible es que en una situación que nos obliga de una forma u otra a pensar en los demás la respuesta es exponernos y diseminar el contagio sin percatarnos de las consecuencias. El sexo es genial en muchas de sus manifestaciones, incluso la autosatisfacción es gratificante (por algo la recomiendan como alternativa para esta coyuntura), pero ¿es absolutamente indispensable como para poner en peligro a las personas que nos rodean?

Pienso en las parejas que conviven con hijos o familiares o viven juntas solas. ¿Habrán afianzado sus lazos o caerían presas de una absurda monotonía en la intimidad? ¿Querrán experimentar relaciones abiertas, swinger o ser cornudos en este momento? ¿Estarán dispuestos a reavivar la llama de la pasión invitando a extraños a consumarla recurriendo a protocolos de bioseguridad que impliquen termómetros, tapabocas y guantes de nitrilo? (no hay que usar mucho la imaginación) Y para los que estamos solos, supongo que a la primera oportunidad saldremos a ver qué nos depara el panorama. Solo que debe ser incómodo el sexo usando trajes elaborados con tela antifluido. Definitivamente no estamos preparados para vivir sin contacto.

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