Quiero sacarme una espinita con esta nueva entrega de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos, creado por la revista estadounidense Rolling Stone, no sin antes hacer algunas consideraciones. Aclaro que no soy músico, pero sí un melómano consumado, por lo que opino desde mi conocimiento, así que puedo caer en alguna imprecisión.
1.¿Qué debe reunir un álbum para considerarse hoy en día “uno de los mejores de todos los tiempos”? ¿Calidad o ‘likes’?
Salvando circunstancias históricas, con creadores de música clásica de siglos anteriores, desde que existe la posibilidad de grabar música y empaquetarla para el disfrute popular, sin duda considero que un criterio es el paso del tiempo. Es así como confirmas que un producto generó algo, introdujo una transformación y es inspirador en muchos sentidos, entre otros atributos. No estoy seguro si en el afán de actualizar la lista del 2003 imperará algún criterio tipo Óscar para dar cabida a latinos, indígenas, negros, freaks, homosexuales o alguien que reúna todo lo anterior, pero sí me genera sospechas que una Billie Eilish haya “transformado la música para siempre” a menos de un año de su When We Fall Asleep, ¿Where Do We Go? (y en ese orden un Harry Styles). Aunque obtengan buenas reseñas creo que es apresurado enaltecerlos en ese nivel, y no quiero imaginar otras razones para considerar, así como estos, otros álbumes de menos de cuatro años de lanzados como grandes sucesos, en medio de la atomización de los géneros. ¡Ah pero se me olvidaba! Es la era de las redes sociales, de la gente real mezclada con ‘bots’. Entonces el gusto musical también viene en presentaciones de cantidades de likes, comentarios y seguidores.
Dirán que soy prejuicioso, pero el paso del tiempo para mí ratifica el estatus de un acontecimiento en la cultura popular y su influencia debe resaltarse no solo como un simple gesto de inclusión. La música también es historia y buena parte de las inclusiones del listado 2020 están biches para mi gusto. Puede que me equivoque, pero habrá que ver en diez o veinte años si estuvimos frente a flores de un día o auténticas manifestaciones artísticas que se mantendrán en la memoria.
2. Es UNA lista, de UNA región del mundo.
Desde que surgió la lista de los 500 mejores álbumes (así como las 500 mejores canciones en el 2005, donde el reinado lo compartieron Bob Dylan, The Rolling Stones y John Lennon) la lista es MUY estadounidense. Así que nos podemos bajar de la nube sobre la condescendencia de Rolling Stone con las “minorías”. Sin demeritar el éxito de Shakira, Manu Chao o Selena (y en menor grado, de Rosalía), pues es una mezcla de factores que va, desde luego, por la calidad de los trabajos que los llevaron allí hasta la presencia de un ejército de managers y buenos contactos para abrirse camino en la compleja industria estadounidense. Eso sí, ninguno de los mencionados supera el lugar 400.
Si lo vemos desde esa óptica pues no suena descabellado el nombre de la colombiana, lo cual pone en aprietos a países como Argentina o el mismo México y vuelve a establecer al país del Tío Sam como la meca del triunfo absoluto. Sin Estados Unidos en la ecuación, ¿no habría listados? ¿No habría reconocimiento musical? Desde luego que no, pero ¿dónde está el contrapoder en este caso? Talento nos sobra e igualmente han dejado su impronta para las futuras generaciones. Que una revista “nos haga el favor” de incluir a quienes conquistaron sus tierras no deja de parecer un viejo reflejo colonialista.
3. ¿Y el reguetón?
Las frases típicas del momento para darle sentido a este ritmo abarcan expresiones como “para gustos los colores” o “hay que escuchar de todo”. Pues bien, señoras y señores: un subgénero musical que parecía destinado a calentar fiestas por un par de años ya se acerca a dos décadas de perreo intenso y, desde luego, seducido al imprevisible gusto norteamericano. La misma revista desafió a una generación anterior, más identificada con otros mitos (al fin y al cabo todos lo son), al poner en su portada a Bad Bunny y Ozuna, por lo que no sorprende que estén incorporados colegas de la misma camada en su lista. Queda la discusión sobre su verdadero aporte, pero si hoy en día no tienes una canción con el “mami” disimulado entre dos acordes frotándose entre sí, olvídate del camino del éxito. El caso es que la buena intención de conformar un panorama musical diverso, donde coexistan varios géneros disímiles entre sí, en principio desnuda hipocresía y mucha injusticia.
4. No menos importante: ¿el rock se consumió para siempre?
Como fanático del género sí debo aceptar que, más allá que Rolling Stone de cierta manera se traicione a sí misma y considere a Marvin Gaye más influyente que Los Beatles, el rock está perdiendo la batalla en su misma preservación histórica para la posteridad. Si escasamente figuran Artic Monkeys o My Chemical Romance en la lista de artistas de rock contemporáneo, la tarea está quedando mal hecha en la actualidad. Eso sí, la lista corrobora lo que ya sabíamos: que The Beatles, Bob Dylan y Nirvana, cada uno en su estilo, son imperecederos. Muy curioso el bajón de The Rolling Stones. Queda preguntarse con estos listados cuáles artistas son sub o sobrevalorados.
No se trata que Rolling Stone sea exclusivamente rockera o R&B, pero así la conocimos, y si se permite registrar otros géneros debe encontrar cierto equilibrio fuera de las consideraciones ya expresadas. Si buscan listados más certeros, pues ahí sí habría que hacer una diligencia por escoger nuestros 500 álbumes de todos los tiempos sin discriminar a nadie, si se quiere por regiones, o acotando el tiempo a “el último siglo” o “el nuevo milenio” para no sonar tan pretenciosos. ¿Qué opinan del listado? ¿Cuáles serían sus álbumes de todos los tiempos? (al menos enumeren 10).
‘Ratched’… ¡vuelve la burra al trigo!
‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, conocida también como ‘Atrapado sin Salida’, es la novela de Ken Kesey publicada en 1962, la cual consigna algunas de las experiencias del autor en su paso como enfermero en un hospital psiquiátrico. Time la eligió como una de las cien mejores novelas escritas en inglés del siglo XX. La crítica al poder que presenta en su contenido fue capturada por el director Milos Forman en la adaptación cinematográfica de su obra de 1975 con Jack Nicholson y Louise Fletcher, representando un dinámico antagonismo con un final bastante agridulce. La película quedó incrustada en la cultura popular y fue reconocida, entre otros premios, con cinco estatuillas de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood.
Un material nada despreciable, pero ¿permite imaginar un origen de los acontecimientos? ¿Justificar el proceder de uno de sus protagonistas? En el arte puedes apostar hasta cierto punto que no hay límites para elaborar o reinterpretar un contenido previo (siempre que reconozcas o puedas costear los derechos morales y patrimoniales). Si Kesey hubiera deseado contar los antecedentes de McMurphy o la enfermera Ratched, ¿qué hubiera planteado? O el mismo Forman. Ninguno tuvo ese chance como sí lo hizo un George Lucas, por ejemplo, de crear hasta donde pudo todo un universo con sus más y sus menos. O si quieren un ejemplo de universos con series bien desarrolladas solo es buscar “Better Call Saul”. Entonces, si el contenido tiene potencial de expanderse, ¿cuál es el propósito?
Aquí es donde me enerva el afán de Ryan Murphy por mantener sus preocupaciones de siempre, legítimas eso sí, pero equivocado en la manera de exponerlas. Usando a Hitchcock como reclamo para ambientar sus pretensiones, estructura con el creador Evan Romansky una serie (que por ahora tiene garantizada segunda temporada) para brindarnos un origen decepcionante de la enfermera Mildred Ratched como una mujer reprimida en sus deseos homoeróticos, encadenada a una relación malsana con un hermano de crianza y capaz de actos abyectos en nombre de la ciencia. Desde luego, con abundancia de colores pastel, escenografía y puestas en escenas glamorosas y actrices de renombre en la plantilla, confiando una vez más en las capacidades de la sobreexpuesta Sarah Paulson. Ella es una increíble actriz, pero se está desdibujando su rango al aceptar proyectos de cierto modo redundantes y que al final no son ni chicha ni limonada.
Esta obsesión del creador de Nip/Tuck, Glee y American Horror Story busca reelaborar el código ‘hitchcockniano’ para hacer explícitos el sexo, las bajas pasiones y las mutilaciones como el maestro del suspenso nunca contempló hacerlo. Y no por mojigatería sino por un elemental respeto a la inteligencia.
El relato de Ratched se pierde entre tramas accesorias, a cuál más bizarra, y desencanta en la torpe manera de presentar una aspiración romántica entre dos mujeres, algo que bien vale la pena ver en Carol de Patricia Highsmith, cuya versión cinematográfica reproduce con mayor verosimilitud una relación prohibida ante la sociedad de mediados del siglo XX. Si hubiera buscado mayor afinidad con su propuesta visual y tono, hubiera invertido sus esfuerzos en el pasado de Mrs Danvers de la novela Rebeca de Daphne Du Maurier, seguro con más miga y en menos capítulos.
Prefiero considerar esta serie como un puente entre temporadas de su antología de terror, donde cobra mayor sentido tanto exceso mal planteado, y no como un tributo a la fuente del relato. Mejor lean la novela o disfruten la película, donde hallarán mayores satisfacciones.
@juanchoparada