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Uno nunca deja de sorprenderse cuando se trata de tocar fondo en esta sociedad. La impasibilidad estatal, el clamor de unos ciudadanos, la apatía de otros y los actos desesperados de muchos que solo encuentran en las medidas extremas una forma de ser escuchados.

Así como ocurre en Buenaventura, cuyos habitantes llegaron al límite de su paciencia por la desidia gubernamental, en otros ámbitos escaló la imagen del médico Juan Pablo Ovalle, un profesional egresado de una universidad pública, especializado en el exterior con sacrificios, quien tomó la decisión de venir a su país con la intención de ser útil y aplicar sus conocimientos por el bienestar de otros que quizás no se lo agradezcan.

Convalidaciones. Imagen de Jessica 45 en Pixabay

Todas sus intenciones se encontraron con un muro infranqueable: un farragoso proceso al interior del Ministerio de Educación que le negó su requerimiento para convalidar su especialidad médica. Recorrió los recursos habilitados por la ley con angustiante paciencia: derechos de petición, tutelas… Alzó la voz, seguro perdió el control, pues no podía dar crédito a la escueta respuesta de la entidad que daba al traste con su oportunidad de trabajar en el país y, desde luego, mejorar sus condiciones de vida. Eso no es un delito hasta donde conozco. La envidia y la injusticia, en cambio, sí que cumplen todas las condiciones para figurar en el Código Penal.

Pasaron 22 días hasta el viernes anterior, donde Juan Pablo escuchó la respuesta que deseaba. Pero para llegar a ella prácticamente tuvo que poner en riesgo su propia vida. Vaya ironía: un médico que voluntariamente decide morirse de hambre con tal de sacudir al estamento. ¿Esa es la dignidad que enseñan en la academia? Si estuviéramos en el siglo XIX sería más comprensible. Queda constancia: las peores costumbres son las que mejor se adaptan al paso del tiempo.

No entiendo bien si es que hay un tinglado de intereses al momento de presentar una convalidación, si hay acuerdos invisibles para forzar al colombiano a estudiar en su país y gastar fortunas en postgrados, condenándolos a pagar por ellos mes a mes como si se tratara de una vivienda. Lo que he comprobado desde que conté mi historia y conocí la de cientos de compatriotas más, enfrascados en demandas, papeleos y solicitudes que se dilatan en el tiempo, es que no solo se trata de “errores” al no fijarse bien en los requisitos para estudiar en el exterior. Lo triste de todo esto es que, por las condiciones actuales heredades de la pandemia, las fuentes más atractivas de trabajo se encuentran en el sector público, el mismo que nos restriega en la cara su exigencia de contar con un título convalidado cuando es el caso, sea que le importe o no si fue obtenido con esfuerzos o con un golpe de suerte.

Si bien la preocupación por la legalidad de las formaciones efectuadas fuera del país reviste de toda la importancia, lo que resulta indignante y susceptible de toda sospecha es el constante cambio de las reglas de juego sobre este procedimiento, que parece una melodía al compás de alguna fuerza que encontró en las convalidaciones una manera de desplegar su influencia para su propio beneficio. De otro modo no se explica la falta de claridad sobre el criterio normativo que debe aplicarse, la clase de profesionales que integran la CONACES (cuya selección ha quedado en tela de juicio) y la escasa alineación con entidades del sector como el ICETEX, que ofrece varias becas en diversas modalidades con instituciones extranjeras cuyas titulaciones no son convalidables, pero están allí para el placer de los que aman vigilar que alguien “haga algo”, así no sea lo indicado.

El caso de Juan Pablo, aún con toda su valentía, no es que deba convertirse en un ejemplo. ¿De qué sirve fomentar el diálogo y la sana discusión para mejorar lo que no funciona si nos encanta que nada cambie? En ese caso, ¿debemos acudir en masa a flagelarnos, prendernos fuego o tomar por asalto las instituciones para conseguir el más mínimo respeto por nuestra humanidad? Esta es una oportunidad de oro para el Estado colombiano, para que restablezca del mejor modo posible la fe en los ciudadanos que cobija. No solo hablo de un trámite costoso o de un castigo por haber escogido una mejor perspectiva fuera de este territorio. Es –y nuevamente lo afirmo- respeto.

‘Un Crack’: fútbol o tragedia

Un Crack - Cartel de la película

La pasión por el fútbol esconde toda suerte de dramas: la ilusión de triunfar en grandes ligas, el dinero a mano llenas, los egos, la obsesión por superar toda clase de límites, el calor de las apuestas o la fiereza de una afición. La película Un Crack, del argentino Jorge Piwowarski, compone un relato alimentado de varias de estas piezas para mostrarnos una cara más realista y, en cierto modo, poco complaciente con la rutilante ostentación de exjugadores que alguna vez fueron estrellas.

Diego Lamote (Cristian Sancho) encuentra una segunda oportunidad tras su retiro de las canchas al buscar nuevos talentos en las divisiones inferiores. Y la ansiada moneda de oro le cae justamente en una escuela deportiva donde su antiguo mentor Francisco Méndez (Andrés Vicente) labora como entrenador. A partir de allí cualquier tecnicismo sobre jugadas o enfrentamientos entre equipos rivales se diluye por la relevancia de un drama: el del retiro forzoso, del olvido y de la supervivencia. Los goles no pagan el café. El interés de la búsqueda cambiará de enfoque al develar poco a poco una espiral de violencia con un final muy del cine noir, que quizá es abrupto por la velocidad con que transcurre, pero no olvida cómo en los partidos solo puede existir un ganador. Y en este caso el destino de ambos personajes es comparable a una amarga definición desde el punto penal. Pueden encontrar esta película en Amazon Prime.

Podcast Radiodistractor: Nathaly Vega entre “Luceros”

Nathaly Vega - Cortesía Cayetana Comunicaciones

 

Volvimos con nuestro podcast en Radiodistractor, y en esta ocasión el 2021 nos trae las composiciones de la artista bogotana Nathaly Vega, una joven egresada de la escuela de música Fernando Sor, quien concentra sus esfuerzos en su primer trabajo como solista tras participar en proyectos como la banda de rock folclor ‘Kumbé’. Con el apoyo de Andrés Rodríguez y José Daniel Oliveros creó Luceros, una balada pop urbana con mucha cadencia que retrata entre líneas la sombra de un desamor. En esta conversación nos contó cuál es la esencia de sus canciones, las influencias que bordan su propuesta y su perspectiva sobre el escenario actual para las mujeres artistas. Su videoclip lo pueden apreciar acá y la entrevista  pueden escucharla en el siguiente enlace.

@juanchoparada

juanchopara@gmail.com

www.juanchoparada.com

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Periodista y filósofo. Máster en Dirección de Marketing Digital y Comunicación Web 2.0. Social Media Manager. Escritor cine, cultura, televisión, entretenimiento, sexualidad y tecnología.

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