Dedico esta publicación a los colombianos y colombianas que se levantan antes de ver el sol a cultivar la tierra, a cuidar vacas y gallinas y disponer de leche o huevos. Esas personas que trabajan a diario para que los frutos del campo lleguen a nuestra mesa, sin preguntar quiénes somos, por qué les compramos. Ese campesinado colombiano que bien puede tener días prósperos y pasar en segundos a unos más aciagos, víctimas en muchas ocasiones de conflictos que no entienden pero que les ha obligado a salir de sus parcelas, dejar sus familias o perder seres queridos y empezar de nuevo cuanto antes porque no hay tiempo para duelos. Pensemos en ellos por esta vez, que en este caso también son el eje de un producto orgullo nacional.
Hacer la nueva versión de un clásico debe ser equiparable a caminar sobre brasas o comer un pescado con demasiadas espinas. Pero en esta ocasión se debe sumar el coincidir en momentos históricos similares y el cuidado en respetar hasta lo tolerable el material original.
En 1994 el estreno de Café con aroma de mujer, original de Fernando Gaitán, se producía en los albores de año, con una elección presidencial en camino y el traumático inicio del gobierno de candidato liberal Ernesto Samper, salpicado por acusaciones de haber involucrado en su campaña política dineros procedentes del narcotráfico. Si a eso le sumamos los continuos ataques a la población por parte de diversos grupos armados al margen de la ley, tragedias naturales como la avalancha del río Páez en Cauca, el millonario atraco al banco de la República en Valledupar, la decepcionante actuación de la Selección Colombia en el mundial de Estados Unidos y el posterior homicidio del jugador Andrés Escobar, asesinatos de líderes políticos como el de Manuel Cepeda Vargas, entre otros acontecimientos, pues una telenovela como Café fue no solo necesaria sino imprescindible en los hogares colombianos.
Y es que combinaba con acierto diversos elementos que la hacen memorable: una historia sólida, con un trabajo exhaustivo de investigación sobre el mundo del café y las finanzas, la unión de una actriz consolidada como Margarita Rosa de Francisco y un galán extranjero que conquistó a la audiencia como Guy Ecker, un enorme reparto de secundarios, el espectacular marco que brindaban tanto los paisajes como la cultura cafetera, las canciones compuestas principalmente por Josefina Severino con toques de tango, ranchera y música de despecho, la dirección del experimentado Pepe Sánchez y en suma, un equilibrio narrativo que mantuvo pegados al televisor por más de un año a los espectadores.
En su época “Café” sobrepasó cualquier expectativa: barrió con todos sus enfrentados, especialmente con dignos contendores como Julio Jiménez con Las Aguas Mansas, se llegó a transmitir por radio en simultánea con su emisión televisiva y abrió las puertas al mercado internacional, que posó la mirada tanto en la calidad de las ficciones nacionales como en sus intérpretes. Ese halo de serie americana que no disimulaba no opacó su esencia melodramática del amor imposible por las diferencias de clase, pero sí que abordó temáticas poco convencionales en las telenovelas de ese entonces como la impotencia sexual, los noviazgos interraciales, la trata de personas, el homosexualismo y la depredación comercial alrededor del negocio cafetero que la convirtieron en algo excepcional, elevada a un estatus de muestra de nuestra identidad cultural.
Por eso mis temores ante su ‘remake’, eso sí autorizado por su creador antes de fallecer, lo que instala nuevamente la duda por contarla de nuevo. Sus versiones mexicanas, que eran prácticamente calcos de la colombiana, se han emitido a más no poder en Latinoamérica y Estados Unidos, sin contar con que la era digital permite acceder subrepticiamente a todas ellas y así no privarse del gusto.
Como lo dije en su momento, si Yo Soy Betty, La Fea sostuvo su éxito a casi 20 años de su estreno en su emisión original y exhibida en las plataformas del momento como Netflix, pues solo bastaba con probar si ‘Café’ tendría esa misma aceptación. El negocio imperó sobre cualquier otra consideración, así que tenemos una versión millenial de la historia de ‘Gaviota’ y ‘Sebastián Vallejo’ hecha en el mismo país y por el mismo canal que produjo su primera versión, en la cual hay aciertos, pero también muchas discrepancias.
Todos los aciertos que pude advertir del estreno presentado este lunes 10 de mayo corresponden más al respeto que decidieron conservar por el material previo. Desde luego, por muy Telemundo que apoye, no podía falsearse el universo del café, así que los paisajes, los pueblos, el acento y la idiosincrasia paisa están en esta versión, quizás más acentuados por el despliegue técnico en el que obviamente supera a su predecesora con holgura: drones, fotografías cálidas y colores vivos, en contraste con la imponencia de las grandes urbes como New York. El ambiente de set está reducido a su mínima expresión.
La música prácticamente está intacta, desde la reconocible “Gaviota que emprende vuelo…”, la banda sonora y hasta canciones nuevas que mantienen el espíritu arrabalero. Suspiré tranquilo al no escuchar una versión urbana de alguno de los clásicos, que sería en mi concepto una falta de respeto.
En las actuaciones no vamos a comparar peras con manzanas. Laura Londoño hace suya una Gaviota más desparpajada, pero igual de romántica y soñadora. No usemos la belleza como parámetro, pues no viene al caso. Aunque la enorme melena de De Francisco no ilumine la pantalla, el carisma de Londoño es su principal fortaleza, que le alcanza hasta sus escenas con su contraparte, William Levy, que solo se puede decir que luce contenido, como cualquier otro papel protagónico que haya tenido hasta el momento. Habrá que ver el rumbo que le den a su papel para saber si mantiene en su zona de confort o lo descolocan de alguna manera. Estratégico que el perfil fuera una actriz que cante, para preservar esa actitud del personaje.
Donde sí tengo reparos es en la adaptación. Al margen de opinar que en la televisión actual todo debe suceder con menos paja y más acción sacrificaron mucho en el contraste entre los mundos de Gaviota y la familia Vallejo. En el caso de Iván (Diego Cadavid) poco más y es un delincuente juvenil, alejado del refinamiento que caracterizó al interpretado por Cristóbal Errázuriz, a mi juicio más creíble. Al estrechar los vínculos de sangre entre Sebastián e Iván, creo que se recurrió a la fórmula facilista del hermano descarriado e indolente con el que va a antagonizar, resuelto con más afán que inteligencia.
Tampoco me creí esa escena de supe heroína de ‘Gaviota’ avisando al patrón de la presencia de ¿ladrones? ¿Narcos? ¿Disidencias de la guerrilla? Si vamos a actualizar un relato, que en su momento prescindió de un aterrizaje forzado en alguna coyuntura violenta, hay que hacerlo con contundencia para que no parezca fuera de lugar. Y como era de esperarse, la adaptación prefiere ir al grano sin rodeos de ningún tipo con la aparición de Lucía en la vida de Sebastián desde el inicio, con una Carmen Villalobos que en lo visto todavía no aparece la villanaza prometida.
En esa medida me costará trabajo seguirla, porque el esfuerzo es tremendo en estas circunstancias, pero a los que cautive hay una razón más para verla. Al preservar bastantes elementos de la historia de hace 27 años piensen en que ven una postal del campo colombiano, de ese dónde mujeres y hombres conviven con sus sueños, amores y desilusiones a la vez que buscan su sustento a sol y sombra. Eviten pasarla por un tamiz ideológico que les arruine la experiencia de una telenovela rosa contemporánea, porque eso es, no le exijan una total correspondencia con la realidad circundante. Véanla más como una invitación a explorar la magia de nuestra región cafetera, la calidez de su gente y el sabor de un producto que en medio de la situación actual (con todo y la amenaza de IVA que casi le coronan) sigue acompañando las mañanas de millones de hogares.
Acá pueden recordar la entrevista que hice a Fernando Gaitán en el año 2000.
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@juanchoparada