Es increíble que el mismo día dos figuras legendarias de la televisión latinoamericana partieran hacia el infinito, dejándonos no solo un inmenso legado sino también nuevas preguntas frente a lo que representaron en la industria del entretenimiento.
Y todo arranca por el gusto tanto de las telenovelas creadas por Fiallo como los seriados dirigidos por Alí Humar. La primera, filósofa curtida en crear enredos románticos con heroínas inicialmente desvalidas, protagonistas en su mayoría indecisos, machistas y algo pusilánimes y villanas que se divertían a lo grande, hasta el capítulo final era el esquema básico del cual partía para encandilar a su audiencia variando la fórmula: un nuevo universo (moda, la vida campirana) echando mano de los nombres posibles de piedras preciosos o santorales y con un fuerte arraigo en el destino trazado con anterioridad, donde se sufre con resignación hasta la recompensa final ante una iglesia, caminando entre incómodos vestidos de novia o vuelos de blanquísimas palomas.
Desde luego, hoy en día muchos añoran vivir en ese feliz anacronismo, el mismo que se exportó a cientos de países, confirmando ante el mundo que en Latinoamérica nos encanta soñar con finales felices alrededor de un hogar, hijos y, tal vez, una sorpresiva herencia. El chiste era hacer verosímil cada aventura con los mismos elementos, variando las motivaciones (amor o venganza) para redimir posteriormente cualquier comportamiento injusto y celebrar la unión de dos personas que debían quedar juntas para siempre. Esa forma de ver el mundo era prácticamente el norte que encontraba la mayoría de la población con menos oportunidades, la cual agradecía esa inspiración como pequeños gestos como perpetuar en su descendencia nombres como Cristal o Martín. Era como celebrar la necesidad de vivir emociones más intensas de las que tal vez carecían en la vida real.
Tanto exceso pasó cuenta de cobro a la educación sentimental en la región, cuyos habitantes se reunían en familia para seguir las desventuras de Topacios, Milagros o Lucecitas sin ahondar en las reflexiones que hoy en día se hacen de esas historias: ¿Una mujer enamorada de su violador? (Leonela) ¿Una joven con discapacidad visual que decide casarse con el hombre que desconfió de su virtud a la primera oportunidad? (Topacio/Esmeralda). Por curioso que parezca esa clase de conflictos le dan vigencia a este formato dramático del cual suele renegarse ahora, pero que las continuas reposiciones de clásicos confirman su permanencia, por mucho streaming que ronde por ahí.
En el caso de Alí Humar, hombre, creo que se ha dicho mucho. Me quiero centrar en el hecho de apostar por historias poco convencionales, lo que lo convierte casi en un reverso de la historia de Delia Fiallo. Y no porque ella no innovara, sino porque acá la enorme influencia del teatro y el cine europeo trasladó en la pantalla chica un arsenal de producciones que se lanzaron de lleno a cautivar a la audiencia desde el suspenso, el crimen o el mundo paranormal. Esa amistad con el escritor Julio Jiménez, anécdota que este diario recupera fue el origen para despertar su inquietud en la dirección tras actuar en ‘La Abuela’ y estar tras las cámaras de dos éxitos de la década de 1980 como lo fue la serie ‘Los Cuervos’ y la telenovela ‘Lola Calamidades’.
Ese mismo olfato lo llevaron a aceptar la dirección de uno de los seriados más emblemáticos de fin de siglo en el país como lo fue Señora Isabel, un tema que si bien ya se había planteado sutilmente en otras ocasiones, aquí adquirió una relevancia total, un relato puesto desde la óptica de una mujer madura, el trasunto de ese ‘vivieron felices para siempre’ en franca contravía con el canon melodramático de Fiallo, explorado en un formato semanal que generó una amplia discusión y nos confrontó con la realidad de mujeres atrapadas en matrimonios sin sentido, constreñidas a educar a los hijos, mantener la casa limpia y complacer al marido. Ese desahogo, hecho desde un país como el nuestro, donde hablar de los derechos de las mujeres termina en fractura de tibia, fue por lo menos aleccionador.
Por eso les dedico un pequeño homenaje desde este espacio, principalmente porque de cierto modo cuando personajes de este calibre nos abandonan se siente como si un capítulo de la historia de la televisión se cerrara definitivamente, el cual pasa a convertirse automáticamente en nostalgia. De todo lo que han expresado frente a un reclamo de historias contemporáneas con ese sentimiento a flor de piel, por cursi que parezca, es justamente lo que tanta falta hace ahora. Algunas producciones lo logran, pero vivimos abrumados entre tanta oferta luminosa pero carente de alma que prefiero perderme en la fantasía de los mal llamados ‘culebrones’.
Un buen viaje a los dos.
@juanchoparada