Si hay fanáticos de los “true crimes” (documentales sobre crímenes reales) entonces este clásico de la televisión se convierte en una cita obligada. A él le deben tributo canales como ID Discovery, formatos como Reportaje al Misterio o El Rastro y las plataformas de streaming que inundan su catálogo con toda clase de reconstrucciones de casos acontecidos en diversas partes del mundo y en diversas épocas.
¿Por qué elegí hablar de este programa antes de Halloween? Más que el terror sobrenatural o el gore, que tantos placeres otorga en noches de calabazas y cuchillos, el hecho de encontrarnos frente a situaciones inexplicables que ocurrieron en la vida real, la sensación de impotencia frente a las desapariciones repentinas, la impunidad de un asesinato no resuelto –y la consecuente posibilidad de que el asesino ronde por ahí, ocultando su identidad- o la simple necesidad de encontrarle una explicación a supuestas presencias de seres del más allá -vengan en platillos voladores o de algún otro mundo- hacen parte de la miscelánea de momentos que sus creadores lograron recopilar y sacar el máximo provecho, cubriéndolo de una capa de servicio social que disimulara el incontenible morbo despertado por cada suceso.
Este formato, creado por Terry Dunne y John Cosgrove a mediados de la década de 1980, no se sale fácil de la cabeza. Su música incidental, tanto la del cabezote como la empleada en las dramatizaciones, es tan lúgubre y desesperante que se convirtió en su sello de identidad para las memorias más propensas al nerviosismo. Y a esa aura de creciente angustia se sumó la oportunidad de su relato en tiempo real: en varias ocasiones durante las emisiones de los programas alguien identificaba a un sospechoso o un fugitivo, deviniendo en toda clase de capturas para beneplácito de familiares y amigos de las víctimas.
Que un programa de televisión cumpliera un propósito tan específico no deja de sorprender. Con todo lo que puede haber detrás de esa intención, lo cierto es que Misterios sin Resolver atendió a los llamados de cientos de norteamericanos que buscaron su apoyo para encontrar a familiares perdidos o intentar hacer justicia. Hizo posible que los reclamos fueran escuchados. Además, aumentaba sus réditos con los conocidos updates, o seguimiento a los casos, lo que incrementó en la misma proporción la confianza del público frente al programa. Esa complicidad entre los espectadores y el show fue parte de su éxito inicial.
Tras su prolongada permanencia en el canal NBC, el formato trasegó varios canales hasta su primera cancelación. Tuvo dos reinicios en la primera década del nuevo milenio (2002 y 2007), se mantuvo en YouTube y sus reposiciones empezaron a recorrer diversas plataformas de streaming hasta que llamaron la atención del tío Netflix. Su temporada número 15 se dividió en dos partes, emitiéndose en 2019 y 2020 con una relativa aceptación, pero ya sin un presentador. Y es que otras de las marcas indelebles del programa es, sin duda, la presencia del gran actor Robert Stack. Su rostro adusto y voz grave le aportaba el toque extra de dramatismo, para reforzar la premisa del programa.
Es así que, si desean revivir este 31 de octubre el frenesí de celópatas, asesinos seriales, magos del disfraz, testimonios de abducciones o contactos de ultratumba, les recomiendo seguir la emisión de las primeras temporadas en el canal 309 de Pluto TV, que es gratuito y en doblaje latino, para los más exigentes. Les garantizo una neurosis al extremo.
@juanchoparada Twitter