La primera: una astuta crítica al cine y a los espectadores que extendió la broma en cuatro películas más. La segunda, una serie que bien podría transcurrir en el mismo universo de la primera -en 1996-, también se vale del pasado para explicar el rumbo de la amistad de varias mujeres, quienes tomaron caminos distintos tras verse forzadas a vivir juntas luego de sobrevivir a un accidente aéreo.

La década de los noventa va quedando atrás, pero aún es fuente inagotable de ideas en el cine y la televisión que impiden enterrar su recuerdo. Esta semana que pasó le di oportunidad a la continuación de la franquicia iniciada en 1996 por la mancuerna entre el guionista Kevin Williamson y el reconocido director Wes Craven, que desataron en su momento una fiebre por reunir elencos juveniles para destazarlos en la pantalla grande, solo que su propuesta tenía el valor adicional de rendir un homenaje al género revelando sus tropos mientras las hacía patentes en su misma obra.

Desde la pérdida de la virginidad hasta disparar en la cabeza al asesino para asegurarse que no va a volver a levantarse, la saga Scream fue acumulando un compendio de efectismos que ya se identificaban en los “thrillers” ochenteros y los parodia con un controlado humor negro para que esa adrenalina, elevada a la décima potencia al ver a ese psicópata enmascarado persiguiendo a sus víctimas, no caiga en la tontería.

Cuatro películas en 15 años fueron el resultado de esa obsesión iniciada por el mismo creador de Pesadilla en la Calle del Infierno, otra mítica saga con elementos en común. Pero Craven murió en el 2015 y la idea de continuarla se estancó momentáneamente. Pero claro, en la era del ‘revival’ ¿por qué no aprovechar ese tirón nostálgico a la vez de ampliar esa mitología a las nuevas generaciones? Puede parecer absurdo, pero si Star Wars, que es gigantesca en cuanto planetas y personajes, no para de generar toda clase de historias ubicadas antes o después de la trilogía original, no es descabellado que acá suceda lo mismo. Es entonces que Scream (2022) se erige tanto como secuela y reinicio que no abandona Woodsboro, porque los nuevos personajes también aparecen vinculados a sus macabros antecedentes.

Conservando al trío original – Neve Campbell, Courtney Cox y David Arquette -, los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett se echan al hombro la dudosa tarea de cautivar a fanáticos de la franquicia como a incautos espectadores. En esta ocasión les doy crédito, porque combinan con solvencia el regreso de Ghotsface para torturar a otro grupo de hormonales adolescentes del siglo XXI con los elementos que hicieron icónica la idea original. Y resulta un producto más que todo divertido, no interesa si desde un principio adivinas quienes son los culpables, encuentras fallos en el guión o la aparición de las viejas estrellas luzca algo desangelado. Esta Scream se extiende para repartir puñaladas a diestra y siniestra, pero en medio de ellas lanza escupitajos a lo mismo que representa: la falta de ideas en Hollywood, encargada de destrozar el recuerdo de diversas producciones con reinicios o secuelas no pedidas. Burlarse de uno mismo es la mejor lección que dejó el maestro Craven, y este quinto round no podía ser la excepción al evocar la premisa de que el asesino siempre será alguien que conocemos. Eso sí, eché de menos una poderosa banda sonora, salvo una canción de Nick Cave and The Bad Seeds.

Una anotación más: ojo al papel de Mickey Madison (Amber). Para los cinéfilos de hueso colorado la recordarán de “Érase una vez en Hollywood”, de Quentin Tarantino, en el papel de Sadie. Si ven Scream sacarán una interesante conclusión sobre por qué es la villana favorita del momento.

¿Y qué conexión tiene esta historia con la serie ‘Yellowjackets’? Como ya lo dije, ambas producciones toman como punto de partida de los acontecimientos el año 1996 (bisiesto para más señas) y comparten el universo adolescente de la época, con la potente dosis que aportan la presencia de dos actrices que labraron sus mayores éxitos en esa década: Christina Ricci y Juliette Lewis.  Se la jugaron a fondo los creadores Ashley Lyle y Bart Nickerson en convertir a esta serie producida para Showtime en un fenómeno seriéfilo que alterna géneros, con personajes enigmáticos y con un misterio que envuelve a las protagonistas en el presente, tras cumplirse 25 años del accidente al que lograron sobrevivir.

Aunque su base argumental nos recuerde inmediatamente a ‘Lost’ o ‘El Señor de las Moscas’, la vuelta de tuerca que le dan resulta efectiva en tanto consiguen mantener el interés por la tensa relación que exhiben las otroras jugadoras de fútbol femenino en el presente, con un interés particular en el arco del personaje de Shauna (Melanie Lynskey), aquella estudiante inteligente ahora aparentemente resignada como ama de casa. Acá las mujeres dominan el relato desde diversos ángulos con sus historias de vida ligadas a la tragedia que vivieron, pero cuando una periodista se empecina en hallar la verdad, deberán unirse para evitar que se descubra lo sucedido.

Las historias corales son complejas de ensamblar, pero en “Yellowjackets” se percibe el cuidado desde el capítulo piloto en dar relevancia a cada intérprete para que nos queden justificadas sus comportamientos y formas de pensar, así como su futuro inmediato. Sin ser absolutamente novedosa, esta propuesta engancha tanto en su puesta en escena como en música (el catálogo de canciones es de locos, Smashing Pumpkins con Today en los primeros cinco minutos del episodio inicial) por lo que la intención de remover la nostalgia queda plenamente expuesta. Si son fanáticos de la era que vio nacer el Viagra, la oveja Dolly y la perubólica entonces caerán rendidos a estas dos adictivas propuestas en cine y en televisión.

Yellowjackets está disponible en la plataforma Paramount+

juanchopara@gmail.com

@juanchoparada

www.juanchoparada.com