La plataforma de la gran N roja “lo sabe todo”. Ha rastreado nuestro placer culposo por enredarnos en tramas contadas de tantas maneras que ya no ocultan su traza de melodrama rosa ochentero. Por eso no solo nos ofrece un catálogo de telenovelas que incluso comparten emisión en señal abierta (y nos disculpamos por convertirlas en lo más visto solo porque nos gusta devorarlas sin comerciales). Ahora lanza cada tanto series que, o bien recupera éxitos del pasado, o navega en las aguas de géneros como el thriller o la comedia solo como una envoltura que oculta nuestro formato reconocible de impronta latinoamericana.
He leído quejas en redes sociales sobre el desconcierto que produce ver el comportamiento de los usuarios colombianos en la plataforma al ubicar entre las diez primeras posiciones emisiones como Betty La Fea o la nueva versión de Café, recientemente emitida en el canal RCN. Y llegué a la conclusión que nuestra adicción por el drama es ineludible. Crecimos con telenovelas al mediodía, gracias a Jorge Barón. Seguíamos con tardes de dramatizados y cerrábamos la jornada con noches de producciones colombianas que podríamos considerar estelares, compitiendo por ganar los corazones de hombres y mujeres, pues en eso ya no hay distinción alguna.
Ahora, ¿tiene sentido pagar por ver telenovelas “viejas”? Revisen el experimento de Televisa al tener tanto la plataforma Blim como el inusitado éxito de su canal de Tlnovelas en señal abierta y la estrategia que diseñaron para ampliar la experiencia en You Tube. El público mexicano se encuentra muy unido al recuerdo de éxitos cuyos planteamientos se derrumban por anacrónicos como en el caso de Rosa Salvaje o Marimar. ¡Y se siguen disfrutando como el primer día! Bien sea por su humor autoconsciente que regala escenas cargadas de morbo o pena ajena, por los vestuarios recargados, las escenografías de cartón piedra, entre otras toneladas de tropos que simplemente cautivan, no importa el motivo. Las telenovelas clásicas continúan ganando terreno y el público pide más de ese “circo”.
En otros casos, los dramas son de una solemnidad exagerada, con muertes por doquier y villanos con una suerte envidiable que logran burlarse de los protagonistas con total cinismo. Emociones primarias que consiguen una desconexión del mundo real al mismo tiempo que ganan empatía. Todas esas cualidades parecían extraviarse con la mentada globalización, a la cual le pusieron un piloto automático para refritear a gusto cualquier producción latina que sonara a éxito seguro en México y Estados Unidos. Todas las telenovelas se empezaron a ver iguales, neutrales y “miamizadas”, y no contentos con el refrito o las reemisiones las volvían a hacer cada cinco o seis años como para que no quedara duda que la fórmula seguía rindiendo frutos. En medio de esa maquila de producciones apareció la invasión turca, la cual se apoderó de franjas vespertinas o estelares y consiguió desestabilizar la hegemonía de los grandes de este negocio en el continente.
¿Llegamos al techo de la telenovela como la conocimos? Aún hay tela de donde cortar. La pandemia demostró que no importa si para venderla mejor se debía camuflar con el supuesto prestigio del título “serie” o “superserie”, si se debía limitar a homenajes de personajes de la vida popular o armar inesperadas continuaciones de éxitos de hace 15 o 20 años con el otro rimbombante anzuelo de “temporada”. Acá las cirugías cosméticas se notan a kilómetros. La columna vertebral de la telenovela, la relación amorosa, sigue predominando el panorama independientemente de si la protagonista jura venganza o el galán de turno es un millonario engreído. Ya tuvimos protagonistas de la comunidad LGBT+, aunque el resultado fue más bien tibio.
En esa medida, ¿por qué también elegimos ver series como ‘Oscuro Deseo’, ‘Rebelde’ o ‘Quién Mató a Sara’? ¡Porque también son telenovelas! Contadas con menos capítulos y más recursos, pero su estructura responde a un viaje inicial donde dos vidas se cruzarán para siempre, no importa si al final quedan juntas o no.
Tampoco busquemos igualarlas con las producciones americanas o europeas, cuyo contexto cultural y económico se permite incursionar en propuestas osadas o abordar temas con mayor libertad de la que nos permitimos. ¿Estamos en ese camino? Desde luego. No obstante, no nos desgastemos relegando a la telenovela como un género menor cuando cada vez más encontramos historias que nos la recuerdan.
Ahora bien, que se haya originado una inusual costumbre de ver producciones exitosas del pasado simultáneamente en televisión abierta y streaming no solo habla de una necesidad insatisfecha con el contenido actual en las plataformas, que si bien puede funcionar termina apilándose por cuenta de los sucesivos estrenos. Si resultan buenas historias superarán el umbral del tiempo o el olvido como lo ha logrado una Café o Cuna de Lobos. Es un error creer que se deben actualizar para hablarle a las nuevas generaciones: mejor invitarlas a que se enfrenten al material original, a la vez que preservamos la fórmula para contar nuevas perspectivas sobre los temas universales relacionados con los sentimientos humanos.
En esta era de altísima oferta de producciones a veces hay que tocar puertos seguros. La nostalgia continúa siendo redituable y devuelve a algunos a sensaciones que suponían extintas. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabemos, lo seguro es que ese apartado romántico-cursi sigue latiendo desde un celular o televisión de alta definición.
Para los que me leen ¿qué servicio de streaming definitivamente les entusiasma pagar?
@juanchoparada