A partir de la reflexión que propone la serie de Star+ “El Galán”, ¿qué pasó con esa era de protagonistas masculinos arrasadores? ¿Qué cambió en el sistema?

Si algo ha caracterizado la televisión es la selección de repartos que deslumbren por belleza, trayectoria y talento. No siempre se logra esa alquimia, pero es una aspiración que ha dejado sorpresas.

Apartándonos del mundo de las series, me quiero concentrar en los melodramas, donde históricamente la acertada combinación de parejas protagónicas eran clave en el éxito de los mismos. Y desde luego, el nacimiento de estereotipos, subrayados por la unidimensionalidad de sus personalidades en tramas que iban de un punto a otro: el encuentro fortuito, un amor instantáneo, dificultades y secretos de por medio y una feliz resolución ante el altar de una iglesia per saecula saeculorum.

Entonces estaba clarísimo: un protagonista masculino era un héroe. Sonrisa tatuada, altura considerable, delgado, fornido, con o sin vello, melenudo, ojos claros, de buena familia, recursos económicos alguna carrera universitaria y con algunos valores. Si querían variar la fórmula solo lo hacían descarriado con necesidad de una joven maternal que lo redimiera hasta estar segura que le podría entregar su “candor”.

Desde la década de los setenta, se fortalecieron esos roles formulados y puestos a prueba en México y Venezuela. Se me vienen a la mente nombres como Andrés García, Jorge Rivero y Héctor Bonilla, en el primer caso, y José Bardina, José Luis Rodríguez (El Puma) y Carlos Olivier en el segundo. La década siguiente trajo nueva sangre como la saga de los Capetillos con sus rimbombantes nombres de ficción que poblaron de Jorge Alfredos y Jesús Armandos a las notarías de la región. Había algún espacio para galanes maduros, pero los libretistas solo los utilizaban para crear discordia en el amorío juvenil a partir de malentendidos familiares o por apoderarse de las doncellas para convertirlas en princesas con su arsenal de recursos.

La fórmula resistió todos los embates posibles. El primero de ellos, la carencia de habilidades actorales. Actores inexpresivos o limitados alternaban con los muchachitos inexpertos que sacaban de las giras de agrupaciones musicales para ponerlos a repartir besos y recibir cachetadas solo con el impulso de su carisma. Hacia el final del siglo XX, la televisión mexicana afianzó su poderío al tiempo que consolidó carreras de galanes con un ligero cambio en su ADN. Pienso que Eduardo Palomo como Juan del Diablo, en Corazón Salvaje, fue el bastión de una nueva era de galanes más complejos, que debían mostrarse rudos, sensibles y decididos al mismo tiempo para deleite del público femenino, sin abandonar del todo el lugar común. A ello hay que sumarle un casi absoluto embargo sobre sus vidas privadas.

Protagonistas de fin de siglo

Llegaron “Las Marías” y con ella se hizo más evidente la urgencia de contratar personal de otras latitudes. Se impuso la “era Colunga” con su bronceado y tangas narizonas. Empezó el éxodo de colombianos, argentinos y venezolanos hacia el país manito, a la vez que Miami establecía sus propias reglas de juego en el negocio de las telenovelas.

¿He mencionado a nuestro país? Colombia ha sido una especie rara en la industria. No consolidaba un universo del entretenimiento y cotilleo lo suficientemente atractiva como para despertar interés. Las producciones no eran convencionales y los grandes actores con su bagaje teatral o cinematográfico se pasaron a la dirección como el caso de Julio César Luna. Entonces llegó Danilo Santos, sin duda alguna el galán que cumplía al pie de la letra los estándares. Detrás le seguía Miguel Varoni y hasta Carlos Vives. Todavía está en la memoria el recuerdo de Federico Arango, modelo de comerciales que incursionó en el melodrama nacional del prime time. Los lectores tendrán en la mente muchos más.

Las series competían con las telenovelas rosas en contenido, desarrollo y propuesta dramática, por lo que no había una fábrica de estrellas al uso a las cuales explotar comercialmente. Hasta que las productoras sacaron la chequera para contratar talento extranjero. Así llegó en la década de los noventa Fernando Allende en Sangre de Lobos en 1992, y lo que parecía algo casual (solo unos años antes Guillermo Capetillo y Andrés García habían pasado con cierta pena por las producciones locales) se convirtió en la apertura a nuevos mercados tras convencer a éstos de la calidad de nuestro trabajo, Luego aparece Guy Ecker, quien tras hacer La Otra Raya de Tigre da el salto al más grande éxito de su carrera con Café con Aroma de Mujer. Otros llegaron desde Cuba y Puerto Rico. Y la segunda mitad de los noventa vio llegar a Rafael Novoa, muy al estilo de Danilo Santos. Para ese entonces, los unitarios nacionales como Padres e Hijos se volvieron cantera de nuevos descubrimientos, con Manolo Cardona al frente de todos ellos.

El nuevo milenio sorprendió a todos los países exportadores de drama en una lógica del acento neutro y la desaparición de la geografía en las historias. Miami es la plaza donde hay que llegar, con el fin de acariciar el sueño americano de aparecer en Hollywood. Pero una cosa es el rumbo que toma el mercado, otra el destino de los galanes. ¿Se necesitan? Las escuelas de actuación en México siguen los patrones, pero si había algo fantasioso en la idea de ser un galán se esfumó en estas dos décadas. Televisa lleva ya bastante tiempo de reclutar una manotada de ellos para encabezar una avanzada en el reposicionamiento de su receta melodramática, aderezada con la compra de guiones colombianos, argentinos y chilenos, sacrificando su imagen al exponerlos una y otra vez, como si fueran incombustibles. Colombia pasó a una febril etapa de coproducir para otros, con lo que constantemente va y viene el talento que se dio a conocer en México o Argentina, principalmente. Con las redes sociales y el periodismo de farándula es escasa la privacidad, así que hay poco misterio que revelar en las vidas de los “galanes” actuales.

La pregunta que resta es si esos galanes televisivos solo fueron madera de una fogata. ¿Eran referentes de cómo debe comportarse un hombre con las mujeres? ¿Proyecciones de nuestras carencias? ¿Amantes perfectos? ¡Sus escenas de cama duraban treinta segundos! ¿Qué clase de masculinidad imponían? ¿Cortes de cabello o uso de relojes Orient? Es como para una tesis de postgrado en género. Si han corrido ríos de tinta por la subestimación del rol femenino en la sociedad reflejada en las pantallas deben existir otros tantos para el relieve dado a su contraparte.

Por eso existe “El Galán”

En ese contexto se mueve la serie “El Galán”, la serie latinoamericana que lanza este 8 de junio el canal Star+ encabezada por la estrella mexicana Humberto Zurita, quien con su esposa, la recordada Christian Bach, derritieron la pantalla en la época de oro de la pantalla chica de su país. Este curioso ejercicio metaficcional que hace Zurita en la piel del histrión Fabián Delmar, lo desarrolla simultáneamente junto a su hijo Sebastián en su versión joven.

El experimento familiar adquiere un tinte melancólico al evocar al menos en la superficie el arraigo de los protagonistas de antaño, en franco contraste con las figuras de hoy, que se adaptan a todo tipo de personajes, llevan una vida expuesta por decisión propia y no se guardan lo que piensan. Me resulta interesante este ejercicio, además de lo mencionado, por la confianza que me inspiran sus creadores, Mariano Cohn y Gastón Duprat, los genios argentinos detrás de películas como “El Ciudadano Ilustre” y “Competencia Oficial”. Con esta historia siguen destruyendo algunos mitos relacionados con el mundo de la literatura, el cine y ahora la televisión. Un gran elenco mexicano acompaña a los protagonistas, que prometen una «dramedia» para pasar un rato divertido viendo a estos peces fuera del agua.

Los doce capítulos de El Galán se verán desde mañana 8 de junio en Star+.

Para los que me leen ¿cuáles fueron esos galanes de la televisión que más recuerdan?

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