El furor que provoca la nostalgia ha desatado una ‘esculcadera’ de cuáles son las ideas que pueden revivirse para atraer a la audiencia en estos tiempos. ¿Para qué desgastarse por crear algo medianamente original, cuando tenemos contenidos que podemos explotar a conveniencia?

Es inevitable no mirar a Estados Unidos, quienes no paran de arrojar al precipicio decenas de recuerdos en forma de ‘revivals’ –como se les conoce en el argot de la industria a las secuelas y/o spin-offs derivados de una historia con la que comparten universo, en la que emplean como gancho el regreso de una parte o todo el equipo de producción entre elenco, guionistas y directores- como si se tratara de una quema de brujas de la inquisición. De El Auto Fantástico a Mac Gyver, V La Batalla Final o Beverly Hills 902010 se han reenvasado, corregido y aumentado las que ustedes quieran, solo para languidecer en horarios imposibles y sin conseguir en casi todos los casos restituir el gusto por las historias que lo iniciaron todo.

Y a Estados Unidos debemos una gran parte de la estructura de la comedia televisiva, que es nuestro eje el día de hoy. Las llamadas comedias de situación –sitcom en su expresión en inglés- grabadas con público en vivo y a dos o tres cámaras en estudios acartonados generaron miles de formatos con todos los trazos de humor posible, cimentando la fama de estrellas que saltarían luego a la gran pantalla y renovándose cada cierto tiempo para maniobrar entre el gusto del público, la crítica y la chequera.

La era Dejémonos de vainas

Ese precedente es importante para comprender cómo llega la comedia familiar Dejémonos de vainas a mediados de la década de 1980 a la pantalla colombiana. Los que hemos seguido el trabajo del periodista Daniel Samper Pizano conocemos muy bien su vena humorística. Y el primer acierto de esa familia Vargas es su carácter autobiográfico, pues las anécdotas que se relataban en cada capítulo eran fruto de sus vivencias. Así que Samper funciona como nuestro Matt Groening en ese sentido, con la distancia del caso.

Tras el éxito de comedias costumbristas como ‘Yo y Tú’ o ‘Don Chinche’, centradas en retratar –cuando no criticar- diversas clases sociales con pinceladas de humor criollo, ‘Dejémonos de Vainas’ (vainas usada como sinónimo de pendejadas o tonterías) se ubicó en ese espectro usando una familia tradicional de clase media (de las que ganan ocho millones de pesos de hoy, supongo, con su mucama boyacense y todo). Una familia ‘cachaca’ que se acerca a una Bogotá que muchos añoran, sin que ello le impidiera burlarse de muchas costumbres de los capitalinos.

El mecanismo interno era como la de muchas comedias: estereotipos masculinos y femeninos inspirados en hogares relativamente funcionales como esposas encargadas del hogar, tías arribistas, primas insoportables y amigos de la casa confianzudos. Pero su esencia era convertir asuntos triviales en auténticos trajines sin mojarse tanto en dejar enseñanzas. Así como era marca de la casa el dejar la puerta principal abierta sin explicación alguna, los diálogos ingeniosos con juegos de palabras y albures disimulados se unían a su aura de comedia blanca casi inofensiva que entretenía a todo el mundo, todo con la maestría de Bernardo Romero Pereiro en libretos.

Como toda producción longeva (duró casí 15 años al aire) sus primeros años gozan de vigor, a tal punto que resistió bastante bien cambios drásticos de su reparto, empezando por el del protagonista. Carlos de la Fuente (Q.E.P.D.) estuvo la mayor parte del tiempo y es el ‘Puchis’ que la mayoría tiene presente, con perdón del también gran actor Víctor Hugo Morant. Una curiosidad que quiero resaltar. Hubo un capítulo de la serie emitido en 1989 llamado «El año 2020», donde la familia imagina cómo se vería en el futuro si conseguían llegar a él por cuestionarse sobre sus hábitos alimenticios. Por esas coincidencias de la vida el actor De la Fuente falleció a inicios de ese año. Los capítulos no se pueden compartir por problemas de derechos, pero en RTVC Play, iniciativa de comunicación pública, pueden ver varios de los episodios y en YouTube. Acá pueden ver el episodio en mención.

La réplica dada por la experimentada actriz Paula Peña (Renata), las ocurrencias de Josefa (Maru Yamayusa) y el respaldo de Ramiro el costeño (Edgar Palacio) en todos los disparates eran parte fundamental de la dinámica instaurada, a la que se sumaba un desfile de personajes entre lo criollísimo y lo estrambótico. De los capítulos que tengo presente de su primera etapa es cuando compran un computador personal (acá lo pueden ver)  pero más que convertirse en una exhibición elitista resulta simpático por la explicación de su funcionamiento. Y desde luego uno de sus últimos episodios es el viaje a México donde interactúan con Roberto Gómez Bolaños, Chespirito.

A algunos resultaba fastidiosa, entre otros aspectos, por la incisiva repetición de la cortina del programa, perteneciente a la agrupación estadounidense de R&B Rose Royce llamada Yo Yo, extraída de la banda sonora de la película Car Wash de 1976. ¡Estaba metida en todas partes hasta la locura! A otros solo les parecía irrelevante dada la oferta de enlatados extranjeros de la época o las telenovelas, pero lo cierto es que acompañó las noches colombianas mientras alternaba con comedias más físicas o explícitas en sus bromas. Y es que una crítica que siempre se le ha hecho al humor nacional es esa capacidad inagotable de burlarse de los demás. Mujeres, hombres, curas, huérfanos, militares, homosexuales, políticos, pastusos, paisas, personas con labio leporino, bizcos… todo ha sido susceptible de señalamientos burlones de los cuales ignorábamos si causaban algún impacto por creer que eran una licencia derivada de esa premisa de “reírnos de nosotros mismos”, algo que no es cierto. Por eso “Dejémonos de Vainas” sobresalía de las demás, sin que ello la eximiera de caer en algunas ocasiones en episodios de humor ramplón.

¿Y qué pasa con Dejémonos de Vargas?

Bueno, pues a 38 años de su primera emisión y 24 años de su final definitivo el Canal RCN le ha comprado a Telecolombia su misión de revivir el espíritu de esta historia. Y en esta era de nuestra televisión más internacional tanto las secuelas como los spin-offs adolecen del mismo mal: ¿Qué están haciendo? Dejémonos de Vainas pasa a un Dejémonos de Vargas, en una lógica secuencia narrativa al indagar por el destino del hijo menor, Ramoncito, algo que ya habían experimentado en su primer spin-off llamado ‘Te Quiero Pecas’ con Teresita, la hija mayor de la familia (esa manía por el diminutivo es otra marca de la serie y de nuestra colombianidad), PERO con decisiones creativas cuestionables.

La primera de ellas, novelizar una comedia de situaciones autoconclusivas. Viendo el primer capítulo tomaron un gran riesgo, pues darle relevancia y continuidad a la historia del primer amor de Ramoncito y sus consecuencias con el fin de darle sustancia a la trama rompe con la unidad de su predecesora, amén de replicar sin miramientos los mismos elementos de ella, con una tía arribista llamada Lucy y otro amigo costeño. A mi juicio no resulta creíble restablecer las mismas circunstancias que rodearon la vida de Juan Ramón, con la supuesta intención de evocar la original en sus elementos orgánicos más destacados. Curioso que la hayan promocionado hasta el cansancio como “esta es otra vaina”.

La segunda tiene que ver con el cambio del actor que representa a Ramoncito en su versión adulta. Sin entrar en el detalle del por qué no fue elegido en el casting Benjamín Herrera (razones habría millones) el asunto es que resulta incomprensible buscar la coherencia al desterrar su recuerdo en las fotografías familiares y reemplazarlo por versiones jóvenes de Carlos Camacho. Si esa fue la solución más obvia que encontraron al cambiar el actor mejor hubieran hecho una serie dedicada a Josefa, cuya actriz está más que disponible.

No me quejaré del aspecto técnico y de producción. Hay más pulcritud, pero con un aire artificial. De los aspectos que eliminan es el cambio de locación de casa a edificio de apartamentos, con el ánimo de involucrar porteros u otros vecinos, actualización en la que pierde otro poco porque la casa jugaba un papel esencial en la serie original, aunque duela reconocer que hoy en día una casa como espacio y lugar de encuentro se vea lejano tanto del bolsillo como de las aspiraciones de muchos.

No obstante, debo reconocer que algunos rastros de la serie los encontré en algunas escenas corales y desde luego los cameos de Paula Peña y Marisol Correa, por lo que el elemento nostálgico le juega a favor así sea por simple curiosidad.

En suma, Dejémonos de Vargas se sube al tren de la memoria con ‘look’ y situaciones de esta época, pero que no es tan otra cosa como lo pregonan. Eso sí, es una alternativa a la cíclica repetición de concursos en Caracol, aunque tiene difícil superar sus resultados tras el repunte de Masterchef Celebrity. Ahora, ¿qué tanto se ven representadas las familias colombianas de hoy en lo que vimos? Se lo dejo a cada cual.

Fotografía impresa y salud mental

Me ha llamado la atención un informe enviado por Éccolo Comunicaciones sobre la importancia de la fotografía impresa en la humanidad. Es cierto que la era digital, con su secuencia infinita de poses, filtros y sonrisas no permite una reflexión inmediata sobre qué es lo que estamos viviendo. De otro lado está la falta de control sobre lo que decidimos compartir en nuestros espacios digitales. Y, aunque siempre podemos elegir las que más nos interesa conservar, también está de por medio consideraciones ambientales al respecto. Entonces, ¿cómo nos ayuda la fotografía impresa?

“Algunos expertos manifiestan que la fotografía también tiene varios beneficios desde el punto de vista psicológico, argumentan que ver fotos de manera constante en casa y tenerlas a la vista, potencia las memorias positivas, ayuda a hacer frente a los momentos o etapas difíciles de la vida; para personas con antecedentes de problemas de salud mental es un apoyo muy positivo y para los niños ayuda el hecho de crear lazos fuertes y lograr que se sientan parte de un grupo familiar. Mirar las fotografías aumenta sin duda la sensación de bienestar y ¿por qué querer tener este bienestar almacenado en un computador o en la memoria de nuestro celular?” explica el informe que me envían.

En ese texto habla Paola Rubio, psicóloga terapeuta de la Universidad de la Sabana y psicología clínica cognitiva conductual, quien indica que «la fotografía tiene la capacidad de permitirnos ver la relación que hay entre lo que vemos plasmado con la emoción que sentimos, ayudando a darle un significado más positivo a nuestra vida y promoviendo así una mente sana y equilibrada».

Iniciativas empresariales como Photoprint han generado su estrategia en brindarle a los clientes recuerdos especiales utilizando la fotografía como protagonista. Lienzos, decoraciones, portarretratos, álbumes entre otros hacen parte de su catálogo para que quien acuda a ellos tenga a la vista permanentemente imágenes emocionalmente agradables y sientan el amor o el cariño que tenemos a personas, lugares y momentos especiales. https://photoprint.com.co/

¿Cuál es la foto que conserva impresa y en qué lugar de la casa la tiene? ¿Todavía posee algún álbum familiar? ¿Imprime de vez en cuando alguna foto?

juanchopara@gmail.com

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@juanchoparada