El estreno en Netflix de la reciente película de la directora colombiana Laura Mora, ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián en 2022, fue la tendencia del inicio de año en materia cultural. Fiel al estilo que impuso desde Antes del Fuego y Matar a Jesús, ahonda en las vicisitudes de cinco jóvenes paisas que emprenden un viaje incierto en aras de reclamar una propiedad heredada a uno de ellos.

Tras una cierta duración en cartelera, el 2023 sorprendió a muchos espectadores, incluyéndome, con la noticia de su adquisición por parte de la plataforma de VOD. Desde el 6 de enero la película llamó la atención tanto al nuevo público como a los que quisieron revisitarla y ocupó el primer lugar en las películas más vistas en nuestro país, aún embriagado por las fiestas de Año Nuevo y la acostumbrada romería de festividades que recorren el país en el mes de enero.

Aunque los elogios no paran, también causa indiferencia o desdén por otra parte del público nacional, que literalmente no la aguantó diez minutos o la consideraron una iteración de la miseria urbana ya expuesta por Víctor Gaviria con “La Vendedora de Rosas”. En otras palabras, que seguimos contando la misma historia con las mismas pautas y concluyendo en la misma desesperanza.

Que no hayamos cambiado en 25 años lo puedo conceder porque ni la suma de todas las tragedias acontecidas en el mismo periodo de tiempo ha generado transformaciones profundas sobre lo que significa un país en paz, con justicia y equidad. Ahora resultan excepcionales los hechos de reconciliación, porque nos es más familiar la violencia, la muerte y el despojo, diseminado con mayor facilidad por las redes sociales. Nos encanta el conflicto, pero nos disgusta que nos lo cuestionen en la cara. Solo por eso el trabajo de Mora da en el clavo, porque nos cuesta aceptar que las realidades de toda la vida siguen allí, con o sin firma de paz, con o sin acuerdo nacional. Hay unos privilegiados y otros marginados, estos últimos condenados a sufrir para reclamar sus derechos.

También retrata una relación de amistad masculina entre jóvenes desposeídos de forma inusual. Ellos quieren su propio hogar y cuentan con su vínculo amistoso como cuota inicial de ese sueño. No hay mejor familia que la que uno escoge, y en ese sentido la película hace una semblanza hasta cierto punto optimista de la amistad en condiciones extremas, con sus momentos de solidaridad y de tribulación.

Todo su discurso se sostiene en un guion apoyado principalmente por imágenes contemplativas, que sacan el mejor provecho del paisaje colombiano, combinándolo con escenas surrealistas, anárquicas o que inspiran cierto patetismo, como el encuentro con las prostitutas. Prácticamente no hay actores profesionales, así que la directora busca reacciones de los intérpretes que han vivido algunas de las emociones que refleja la historia, por lo que no percibí una escisión con el contexto planteado.

Con todo eso la película no llegó al corazón del espectador como para haberla convertido en un fenómeno masivo y cultural. La etiqueta de “cine colombiano” pesa como lápida para cualquier película hecha acá, sea una comedia chabacana o un prodigio artístico que, además, nos toca las fibras más sensibles como nación. Una situación diametralmente opuesta a la de Argentina, con un cine maduro tanto comercialmente como de ambiciones artísticas, que vuelve al ruedo de los certámenes globales con una historia de gran calado histórico. Argentina, 1985, afirma su huella con las nominaciones a los premios internacionales de renombre, como el reciente Golden Globe a mejor película en habla no inglesa. Y vanidades aparte, se convirtió en la cinta nacional más vista en su país el año pasado, con la recreación de un juicio determinante para su vuelta a la democracia. ¿Cómo funciona allá una película que parte de un hecho real mientras acá nuestros posibles hitos languidecen en asistencia, taquilla e ignorados por gran parte de la audiencia?

Las cifras: Cine colombiano que no ven los colombianos

Para ello analicemos la perspectiva que aportan los números. Observemos algunos datos extraídos del boletín Cine en Cifras número 23, que genera Proimágenes Colombia.

Como lo explica el boletín “2022 es el año con el mayor número de largometrajes colombianos estrenados en salas de cine. Entre enero y noviembre se estrenaron 6 películas más que en 2019, año que registraba el mayor número de estrenos de películas colombianas en salas de cine de la historia [un total de 48]. 25 son documentales (46% del total), 20 son dramas (37% del total), 6 son de comedia (11% del total), 2 de misterio (4% del total) y 1 de terror (2% del total)”.

Se esperan finalmente 57 estrenos sumando los de diciembre, pero ya es un hecho que hasta el mes de noviembre el total de espectadores cautivados por el cine nacional fue de 559.250 espectadores. ¿Cuántas personas fueron a cine en Colombia en el período enero a noviembre del año pasado? Más de 37 millones de espectadores. En un año en el que remitió la pandemia, donde prácticamente volvimos a una cierta normalidad, y con la más alta oferta de cine nacional hasta la fecha, esta última solo congregó a un 1.5% del total de asistentes, sin contabilizar diciembre, que es un mes de asistencia masiva.

Miremos en detalle las características de los estrenos del 2022. Las películas de comedia fueron las que más público convocaron a las salas, En su orden, los seis estrenos en dicho género congregaron la mayoría de asistentes: 338.053 espectadores acudieron a verlas a las salas, mientras que los 20 estrenos en drama apenas convocaron a 155.172, menos de la mitad de las anteriores. Y los prolíficos documentales alcanzaron la exigua cifra de 58.716 espectadores en total. Saquen la cuenta de los espectadores promedio en este caso. Ya ni hablemos del terror nacional que sigue en la inopia: la única película estrenada en el 2022 alcanzó 650 espectadores. ¿Escucharon algo de “Cantos que inundan el río” o “Salvador”? Valga mencionar que el 55% del total de estrenos (30 películas) fueron óperas primas. Comprendo que se inclinen por los documentales, entre otras razones, por los elevados costos implicados en obras de ficción. Pesa igual que muchas películas previstas para estrenarse durante los dos años de pandemia hayan postergado sus lanzamientos al 2022 con el fin de rascar audiencia.

Hacer una película en Colombia, con la volatilidad de nuestra moneda, la escasez de apoyos y la reticencia de inversionistas, entre otros factores financieros, representa un esfuerzo económico que suele traducirse en mitigar presupuestos que afectan rubros como salarios para talentos artísticos, divulgación o comercialización de su obra, entre otros. Y, al final del proceso, afrontar las inevitables deudas que pagarán durante años.

Por ahora no alcanzaremos las cifras pre pandemia, que en el 2019 obtuvieron un crecimiento sin precedentes. Como lo reportó en su momento el boletín número 19 de Proimágenes, ese año llegamos a un máximo histórico de 73 millones de asistentes a las salas, de las cuales un 3.42% presenció alguna de las 48 películas nacionales que se estrenaron. Ese auge de historias coincidió con el paroxismo marvelita que significó “Avengers: Endgame”, la película más taquillera. La contraparte nacional fue El Paseo 5, que reunió 458.865 espectadores, seguida de “Monos”, de Alejandro Landes, con 421.977, ambas con el apoyo de Caracol Televisión y Dago García Producciones, un factor decisivo en su comercialización. El cine norteamericano no ha perdido su relevancia en el mercado global y acapara pantalla sin piedad. De ahí que la noticia constante en el último mes es el conteo gota a gota cual Teletón de los ingresos de Disney con películas como Avatar 2, que parecía la única opción durante Navidad.

Los contenidos

Si a los factores anteriores no son suficientes para consolidar una industria cinematográfica viene un debate controvertido sobre la sustancia de cada película. Algunos documentales exploran temas vitales, otras ficciones se decantan por retratar realidades locales, exaltar artistas o vislumbrar nuestro progreso o retroceso como sociedad ¿Cómo lo hacen? ¿Son seductoras esas formas? En el caso del cine comercial apenas hemos recorrido un camino que es el del humor, que ya cuenta hasta con su propia saga. La animación es inconstante en sus presencia y capacidad de convertirse en producto de apropiación cultural. Géneros como la acción, el terror y la ciencia ficción son inexistentes o se matan por emular las fórmulas convencionales pero armadas chapuceramente, un auténtico repelente para los espectadores.

Por otra parte, nuestras cintas más emblemáticas no han perdido vigencia. La Estrategia del Caracol y La Gente de la Universal conservan su estatus por una actualización de su significado en los tiempos que corren. Ambas gozaron del aprecio del público y la crítica, algo que hoy en día no todas consiguen. Quizá son referentes en esa idea de concebir una obra que reúna los intereses personales con lo que el público desea experimentar. Tenemos material de sobra para contar historias maravillosas, atrevidas y contundentes. Talento actoral es lo que abunda, pues no todo depende de contratar influencers invitados a hacer cameos o interpretar roles basados en su popularidad para ver si la película despega en rentabilidad.

Pueden crearse películas ingeniosas con los recursos digitales actuales, con los miedos del mundo hiperconectado de hoy y generar hondas reflexiones, al tiempo que busque abstraernos de nuestra cotidianidad. Y si las pretensiones se concentran en denunciar pues hay que cambiar un poco el paradigma de cómo se ha contado. ¿Qué tal una película sobre los entresijos de la votación del plebiscito? Una fecha en la que no nos pudimos poner de acuerdo en un objetivo común seguro que es materia suficiente para idear una historia con lo mejor de nuestro talento y contar una perspectiva de ese día al mejor estilo de un drama periodístico o político. O la noticia sobre los abusos a las niñas y niños indígenas en el Guaviare bien puede contarse desde la óptica del suspenso o el terror psicológico.

Y hay que volver a la distribución. Los Reyes del Mundo la vine a ver en Netflix porque a Norte de Santander no llegó, ni siquiera a través de un corredor cultural. Es la única película colombiana estrenada el año pasado que he podido ver. Entonces mi deuda con lo más reciente se justifica en parte por una ausencia de estrategia comercial que no se ha podido superar. De no ser por los esfuerzos que realizan portales como Cinevistablog.com, entre otros, y a algunas agencias de comunicaciones la información de los estrenos nacionales seguiría en la sombra. ¿Dónde quedan los vínculos con festivales o los circuitos académicos en universidades?

Por ese motivo cierro este post con tres películas colombianas que se estrenarán este 2023 y me enteré de ellas gracias a Twitter y a una agencia de comunicaciones.

  1. Pepe Cáceres. Codirigida por Sebastián Eslava y Camilo Molano y protagonizada por el primero, es una visión personal del ser humano que representó Cáceres, torero colombiano de reconocimiento internacional. La historia adquiere una dimensión íntima pues es su propio hijo quien cuenta la historia y lo interpreta en la película. Se estrena en cartelera nacional el próximo 19 de enero.

2. Tierra Quebrá, el debut de la directora de Riohacha Nina Marín. Según informaron vía Twitter se presentará en salas el próximo 2 de febrero.

3. Y esta película de terror con zombies criollos. El Laboratorio, producida y dirigida desde Pereira por Xavier Marcus. Fecha de estreno por definir.

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