Dos películas disimiles entre sí se convirtieron en el oasis durante el año más paradójico que haya vivido el cine comercial. Mucho más que la misma pandemia que obligó a ausentarnos de las salas.
Por obra y gracia del ‘marketing’ las tribulaciones metafísicas de una muñeca y el horror de la guerra nuclear (un hecho real) coexistieron para producir un curioso mano a mano en la que el público acudió en masa para vivir más de cinco horas de una sobredosis ideológica en la que quizá comparten un singular punto de vista: los hombres como fuente de males, henchidos de ego, que llegan a las últimas consecuencias con tal de asegurar un lugar en el mundo. En ambas hay un mundo en riesgo, una guerra que ganar y un nuevo orden que seguir, aún sin el pleno convencimiento de que la solución hallada sea la mejor posible.
Fuera de eso ‘Barbie’ (Greta Gerwig, 2023) y ‘Oppenheimer’ (Christopher Nolan, 2023) son propuestas que han recibido más complacencia que odio. A la primera la han considerado una inteligente y ácida reflexión sobre el patriarcado, el machismo y el rol sumiso de la mujer que tradicionalmente se ha asociado al de la maternidad como fin. Otros creen que es una tomadura de pelo, una inocua sátira con aspecto de comercial noventero de 145 millones de dólares que cuenta con el beneplácito de una empresa capitalista hasta los cimientos. En el caso de la ‘biopic’ del director de ‘Memento’, las críticas van desde la obra maestra de la década a ser considerada un extenso tráiler con olor a History Channel frenéticamente editado.
Tomar partido en semejante fenómeno resultó más un placer culposo que un deber cinéfilo, dada la increíble banalización a la que terminó sometida la película sobre el físico estadounidense. Hasta niños pude ver en ambas funciones, convencidos que estaban frente a un acontecimiento trascendental que definiera sus vidas, eso sí, acompañados de crispetas rosadas en cualquiera de las dos funciones.
¿Qué decir de ‘Barbie’ y ‘Oppenheimer’?
Si la película de Gerwig acertó en algo es que hizo evidente que los defectos que critica de los privilegios masculinos en el “mundo real” no solo persisten, sino que no tienen el menor interés en cambiar, a pesar de incluir en todos los tonos discursos reivindicativos sobre las presiones que atraviesan las mujeres todos los días.
En el caso de Oppenheimer, no se puede negar la vocación de su director por retratar con minuciosidad la complejidad del rol cumplido por uno de los artífices del plan que marcó el final de la Segunda Guerra Mundial, una carrera contra el tiempo para crear y usar antes que nadie el arma de destrucción masiva más letal, cuyo control inclinaría la balanza hacia uno u otro lado.
Ambas películas tocan temas sensibles, pero difieren en su ejecución. ‘Barbie’ plantea un mundo paralelo, un “metamundo” que no funciona con la lógica de Toy Story, en el cual los juguetes cobran vida cuando sus dueños no los miran. Es como un nirvana de plástico que mantiene de algún modo conexión con el ‘mundo real’ que alguna vez ha jugado con productos Mattel. Una extraña metáfora de la que se desprende la crisis existencial de una muñeca portavoz de de un ideal para el que fue creada, condenada a ser feliz, bella y perfecta a la vez de encarnar una inspiración a humanas para ser lo que quieran ser, que tras una serie de sucesos debe elegir si desea mantenerse en ese estatus o no. Al tiempo, su ‘Barbieland’ es amenazado por las ideas del patriarcado que llega a socavar la idealización de una tierra donde las mujeres dominan el panorama y todos los ámbitos, donde Ken se convierte en el artífice del nuevo orden.
En todo este delirio se funden las ideas de su directora con las de su esposo, el también director y guionista Noah Baumbach, otra voz del cine independiente que aterriza en esta epopeya para sorprender con una abultada taquilla. Margot Robbie se echa la película al hombro, pero buena parte de la trama recae en el quehacer de Ryan Gosling para servir de apéndice, villano y redimido tontarrón que llegó al “mundo real” a buscar libros en una biblioteca. En suma, la colorida propuesta goza de algunos momentos entrañables y guiños de época que no toda la generación actual comprendió, pero su constante explicación de todo lo que está mal y las soluciones mágicas desmejoraron lo que pudo ser una audaz crítica a los estereotipos de género.
Por su parte, Oppenheimer no me pareció un laborioso tráiler o un desfile de científicos midiendo sus intelectos como si lo hicieran como si hubieran meado frente a un muro y discutieran sobre quién llegó más alto. El estilo de Nolan es su seña de identidad. Provoca reacciones en cada corte, empalma líneas de tiempo separadas por color, utiliza estratégicamente actores reconocidos como sus habituales colaboradores. Y saca partido de la cronología de los hechos para explicar a su manera el devenir de la guerra. Nos queda claro que el laureado científico no solo emprendió un camino que le valió el reconocimiento, también fue el origen de sus abatimientos, tuvo que negar más de una vez sus convicciones, su lado más humano era inconsistente con su nivel intelectual. Y seguir viviendo con el peso en la conciencia de provocar uno de los más horribles finales fue uno de los precios que pagó a cambio de esa inmortalidad, ese Prometeo que llevó la muerte y no la luz.
La secuencia que me tuvo pegado al asiento fue justamente la de la prueba de la bomba, donde Nolan demuestra sus dotes para crear suspenso. El sonido diseñado para esta producción merece reconocimiento en los futuros premios. La música no fue un punto fuerte, más adecuada que sobresaliente. Robert Downey Jr. es un antagónico al que no hay que perder de vista. Y Cilian Murphy brillará en esta temporada, alcanzando las papeletas para pelear por convertirse en el mejor actor de un año en que el cine comercial miró atónito como las franquicias se desgastaron, el ‘revival’ de productos augura una avalancha de producciones del mismo corte y el paro de actores y guionistas obligue a volver con más ahínco al cine europeo, asiático o latinoamericano. No es un golpe mortal al espectáculo, pero sí uno que cambia de momento las prioridades.
Festival Día de Rock en Tunja
En un nuevo capítulo de mi podcast conversé con Daniel Andrade, vocalista de la banda bogotana Burana Polar, una de las agrupaciones que compartirá tarima con reconocidos talentos como Diamante Eléctrico, The Mills, Don Tetto, Super Litio, Kraken, entre otras, en el Festival Día de Rock en Tunja, el cual se llevará a cabo el próximo sábado 5 de agosto en el Parque Recreacional de esa ciudad. Como julio fue mes de rock, hice esta entrevista para conocer una perspectiva de la escena actual con una banda local y son muchas las sorpresas que comparten en este audio que les comparto a continuación.
Más información sobre el festival en https://www.diaderock.com/ Twitter (o X) e Instagram @diaderockcol
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