Más allá de la fe, de la existencia de un dios o un diablo, el enigma de lo que ocurre al morir rebota constantemente en los guiones de incontables películas en la cinematografía mundial. Si nos dicen que los tiempos cambian, ¿no funciona igual con las creencias? Estamos de acuerdo que no.

La película de los hermanos Philippou, de origen australiano, es una pequeña novedad en el océano rosa atómico (debe existir ya esa tonalidad) que nos ha invadido durante semanas. No obstante, al verla queda sembrada la duda de si es una película del montón o una fina metáfora de la enajenación actual. El tropo de los espíritus atrapados en el mundo real ocurre con una pasmosa indolencia que incluso imaginé un exterminio masivo de adolescentes obsesionados con su celular. Acá se abandona la regla de una posesión pausada para convertirla en una adicción que se puede controlar encendiendo una vela, tocar una mano de cerámica pidiéndole que le hable “lo que sea” y controlar la “invasión” del fantasma por un tiempo máximo de 90 segundos, tras lo cual hay que cerrar el portal apagando la vela.

Me evocó esos juegos de colegio que desafiaban la incredulidad al invocar seres usando tijeras y cuadernos anillados o experimentar con ouijas garabateadas en hojas de cuaderno y recortes de papel. Sea diversión, curiosidad o desesperación, hubo una época en que esas entretenciones partían de una firma convicción: era posible obtener respuestas. Y desde luego todo el andamio de justificaciones: desde la separación cuerpo – alma, los planos terrenales y supraterrenales, cielo, infierno, purgatorio y limbo, las energías reprimidas en lugares, objetos o prendas, entre otras ideas que configuran un escenario sobrenatural: ¿qué sucede realmente cuando morimos? ¿Nuestro espíritu vaga un tiempo antes de ir a algún lugar? ¿Debemos penar como castigo por actos o cuentas pendientes que no resolvimos en vida?

Las conexiones de Talk To Me

De inmediato la asociación con ‘Witchboard’, la película de 1986 con la inolvidable modelo Tawny Kitaen, fue inevitable. Sin ser la causante de un fenómeno ni haber inventado la rueda, tiene en común con Talk To Me el uso de un mecanismo de contacto con los muertos con absoluta displicencia y burla.

Es aquí de donde nace mi inquietud por el tema paranormal por parte de la generación actual. Ya no estamos al final de un milenio como lo experimentamos hace 30 o 40 años. El cielo y el infierno eran más parte de un recetario naif sobre la importancia de una vida recta. Y cualquier cuestionamiento sobre nuestro destino posterior a la tumba se resolvía desde el lugar en el que estuviéramos.

En la película que nos ocupa el foco está en un grupo de jóvenes que bien podrían armar fiestas de selfies peligrosas, pues el riesgo no parece estar en el alcohol, los psicoactivos o el sexo sin protección. Y si lo anterior no hace cosquillas mucho menos lo conseguiría un juego para ver toda clase de cuerpos descompuestos. Allí hice una segunda conexión con otro recuerdo de origen televisivo. Si vieron la serie “¿Le temes a la oscuridad?” evoqué el deseo que tenía la televisión de ese entonces de aterrorizarnos sin ser explícitos.

Aunque el guion de Bill Hinzman y Danny Phillipou se prodiga en escenas que causan cierto shock, el fondo moral es el que parece no haber cambiado. Los seres queridos que nos han dejado nos ocultaron cosas y buscan que nosotros hagamos algo al respecto. Aquí ese más allá está gobernado por entidades malignas que quieren apoderarse de nuestra voluntad o perturbar nuestro descanso eterno. Lo curioso es que la lógica que plantea la película parece no afectar a los jóvenes que han portado la mano durante todo el tiempo. Y selecciona muy bien a quien debe afectar para desatar el caos, como le ocurre a Mia (Sophia Wilde).

Entonces, ¿constituye un hito del género esta producción que ha superado su modesta inversión tras un mes de exhibición global? No resulta desdeñable pero tampoco se crean que están ante la digna sucesora de El Exorcista. Es un retrato juvenil lleno de apatía por lo que hoy les rodea, al punto que lo paranormal es solo una fuente más de placer, sin que importe mucho si esos ‘shots’ de posesión sirvan como aliciente para justificar la existencia de fantasmas o vida más allá de la muerte. Es una película de momentos, no hay brincos de asiento y comedida en las actuaciones.

Lo que queda por resolver es si realmente a los menores de 19 años de la actualidad esas preguntas los acosan por las noches. Creería que solo una parte se sobresalta con crujidos de pisos de madera.

Para ustedes ¿creen que se ha abandonado el temor a lo sobrenatural?

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