No somos Griselda pero tampoco Betty La Fea

La serie de Netflix producida y protagonizada por la actriz barranquillera Sofía Vergara volvió a poner sobre el tapete la discusión aquella de la mala prensa que recibe el país por cuenta de las historias que abordan el mundo del narcotráfico y la violencia. Como es inevitable en estos casos, la gran mayoría de personas toma partido por defender al país de una visión reduccionista de Colombia inclinada a exacerbar sus males, mientras la plataforma de streaming hace fiesta con una desbordada publicidad y logra que la producción sea la más vista del momento.

Al respecto quiero puntualizar varias cosas. La primera de ellas, aunque nos cueste reconocerlo, se trata al fin y al cabo de entretenimiento. Eso ha quedado muy claro desde el principio. No es un documental o un musical. Es una serie de ficción basada en hechos reales, pero que reconstruye a partir de ellos algunos sucesos y los adereza con valores de producción como los intérpretes, la ambientación, la fotografía o la música. Si hubiera querido ser cruda se olvidaría de una paleta multicolor, se centraría en un conflicto político o la labor de las autoridades, pero quizá eso no pareció vendible cuando se habla de un ‘show’. La vida de Griselda Blanco como una mujer poderosa que despierta bajas pasiones en un negocio de machos, de ‘duros’, es atractiva por inusual, pero corría el riesgo de caer en la apología o la victimización al percibirla como una persona atormentada por sus parejas y ser madre de cuatro hijos. Que un villano genere empatía unos lo perdonan a un Tyrion Lannister o a un Dexter, pero a un delincuente que existió en la vida real resulta poco más que abominable.

La segunda cuestión es qué tan afectados estamos realmente por cuenta de las series de narcotráfico. ¿Hay una relación directa entre ellas y el aumento del turismo oscuro en Medellín? No vengamos con falsas sensibilidades. Hoy en día hay influenciadores que posan felices alrededor de los antiguos campos de concentración nazi o cerca de Chernobyl con una candidez aterradora. Es lo más complejo de hacer entretenimiento basado en sucesos históricos: si son un éxito hay que rentabilizar el momento. Por eso es que prolifera más el ‘narco pop’, promovido por una mezcla de ignorancia y divertimento que inmuniza al dolor causado por personalidades funestas. Ahora, mucho antes de exportar nuestros contenidos audiovisuales el mundo conoció el atentado del avión de Avianca, incontables incautaciones de droga o la connivencia entre los criminales y la política. La dramaturgia solo hizo más digerible las circunstancias. Todavía subsiste el sueño americano, a pesar de tres películas de El Padrino, Serpico, Buenos Muchachos y doscientos mil capítulos de La Ley y el Orden. Así nos muestren que el crimen no paga, siempre pone grandes fajos de billetes a tu voluntad. Y como dicen que la televisión es aspiracional, “educativa” …

Finalmente, estamos en capacidad de contar toda clase de historias gústennos o no. Es difícil establecer cuál es la verdad, qué nos representa más. Por más que ‘Yo soy Betty la Fea’ fuera un suceso universal, ¿es nuestro mejor rasgo de identidad? Es una buena historia, pero solo una, que hace un retrato del mundo de los prejuicios sobre la belleza justamente en el contexto del modelaje. No podemos olvidar que es una fantasía. Y como tal es absurdo hacer de ella una generalización sobre la mujer colombiana. En el caso de las historias del hampa criollo tampoco debemos tomarlas tan a pecho, pues termina revelando tanto nuestra incomodidad alrededor de la enquistada cultura del dinero fácil y el pretendido estatus que proporciona, como la hipocresía que rodea esas relaciones de poder contaminadas con esas ideas, todo lo cual corrompió –y lo hace aún- diversos ámbitos de la vida en sociedad, así como al Estado mismo.  Que estos relatos se cuenten con más o menos espectacularidad nos distrae de la situación de fondo: seguimos nadando en la misma podredumbre, más insensibles que nunca incluso ante la violencia del día a día. Empezamos el 2024 con toda clase de vejámenes hacia nuestras mujeres, asesinadas ante nuestros ojos, muertes que olvidamos con facilidad ante el siguiente escándalo o la broma de turno. Nos señalan de ser un destino fatal para extranjeros atraídos por falsas promesas en Medellín o Bogotá ¿Y nos perturba más la prótesis de la nariz de Vergara o su arrebatado vocabulario? Hay factores estructurales de la violencia que poco nos hemos preocupado por intervenir o los esfuerzos adelantados han resultado insuficientes. Transformar nuestra realidad no es una responsabilidad exclusiva de la ficción. Pero sí podemos exigirle mayor calidad y amplitud de miradas para que tengan cabida otros protagonistas y circunstancias.

Con el antecedente anterior solo resta observar a esta ‘Griselda’, una serie de alto presupuesto, con infinidad de locaciones, de música de la época, con talento colombiano, argentino, mexicano y español en los roles principales apoyando esta inmersión de Sofía en un papel dramático, que requirió una completa transformación física y mental para acercarse a su personalidad. Si bien es polémico recrearla con más dudas que certezas, no se puede negar que, en términos narrativos, la serie es absorbente. Quizá con dos capítulos más hubiera cerrado mejor su arco, pero queda clara su entronización en las grandes ligas del mal. Abusa de lugares comunes, muy propios de los relatos criminales, pero es imposible no despegar la mirada ante los límites que esta mujer superó hasta su inevitable caída. Con eso nos debemos quedar: aun con los esquemas que rompió se rebajó tanto como sus contrapartes masculinas, tampoco pudo sustraerse a la vanidad y la ira y se convirtió en una criminal tan sanguinaria como sus enemigos. No lo vean como un cumplido. Ni es un ejemplo y, espero, que no se convierta en una moda, por más publicidad disruptiva que Netflix pague alrededor del mundo para hacernos adictos a su presencia.

Manuela Sáenz, para siempre

La temporada 2024 del Teatro Cafam en Bogotá brinda la oportunidad a los capitalinos de apreciar la adaptación de la obra de la dramaturga Martha Márquez “Una Noche para Siempre”. Bajo la dirección de la gran actriz Alejandra Borrero en compañía de Erik Rodríguez y con la participación de Nina Caicedo y Giovanna Andrade, esta historia reivindica el papel de la quiteña como una mujer adelantada a su tiempo.

“En esta obra estoy metida en todo. Cuando pensamos en la historia estábamos cumpliendo 200 años de independencia y empezamos a hablar sobre las mujeres de esa época, sobre lo perdidas, invisibles y poco reconocidas que están en la historia de Colombia”, explica Borrero sobre la génesis de esta puesta en escena.

La obra, que comienza en los últimos días de Manuela en Paita, sumida en una pobreza económica pero que había cultivado una gran riqueza intelectual incluso como educadora, resulta una figura irresistible para interpretar por los estereotipos que rompió. “Es una obra que está dirigida a un público familiar, donde las mujeres salen muy contentas y que nos ayuda a entender la magnitud del trabajo que las mujeres han realizado, pero que se ha minimizado y olvidado”.

La programación teatral continuará en este teatro con la obra “Wenses y Lala”, basada en la obra del dramaturgo mexicano Adrián Vásquez, con la participación de Robinson Díaz y Adriana Arango en los papeles principales. Temporada del 9 al 18 de febrero.

*Apoyo en reportería @doctorburgercol

Lugar: Teatro Cafam

Fecha: Sábado 3 de febrero de 2024

Hora: 5:00 p.m. y 8:00 p.m.

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