La película que define la temporada de premios a lo mejor del cine del año anterior subraya el extraño espíritu de estos tiempos, donde el odio es más rentable que el juicio.

Póster Emilia Pérez

Vi Emilia Pérez (Jacques Audiard, 2024) con los ojos de un colombiano de cuero duro que ha visto cientos de representaciones prejuiciosas sobre mi país, que suelen alternarse entre la pureza de la cocaína, las proclamas de la guerrilla y el sexo fácil, por mencionar las más comunes. Esas reducciones simplistas de nuestra identidad, que aún nos achacan por donde vamos, las terminamos respondiendo a nuestra manera a través del entretenimiento, atribuyéndole además un valor educativo. De ahí que nuestro cine y televisión han reproducido hasta la saciedad toda clase de fábulas sobre el origen de nuestros males, sus protagonistas más viles y sus vacías lecciones sobre el camino recto, pues ¿quién aprendió algo de Escobar, el patrón del mal?

La internacionalización de la industria audiovisual local configuró una necesidad de externalizar nuestros más enconados flagelos, pero con un aura ‘kitsch’: el mal no deja de ser atractivo. Y esa moraleja permea desde las cirugías estéticas en jovencitas a las morales familiares (el ‘todo por mi cucha’), pasando por encumbrar un nivel social que te garantiza lugares en clubes exclusivos o corromper los principios cuando de ejercer el poder se trata. El negocio del narcotráfico introdujo su propia lógica de lo que significa ser alguien en la vida, sin que importe lo que cueste llegar a ello.

Emilia Pérez, ‘la bandida honrada’

La premisa de la película protagonizada por Karla Sofía Gazcón, quien interpreta a Emilia Pérez, apunta justamente a esa idea del poder en la sombra, casi como un Estado paralelo que, respaldado por un gran puñado de dólares, puedes cambiar una identidad, comprar medio congreso o eliminar hasta la mamá del Dalai Lama. Me sorprendió la peculiaridad de su argumento, muy similar al de la serie colombiana Un bandido honrado (Caracol Televisión, 2019), donde Diego Vázquez encarnó al narco Emilio Ortega, quien tras estar al borde de la muerte mientras paga una condena, tiene una revelación y decide regenerarse para hacer el bien.

Aunque parezca una débil referencia, me sirve para enmarcar lo que intenta hacer el mismo director de Un Profeta (2009) y De latir, mi corazón se ha parado (2005) esta última absoluta triunfadora en los premios César del 2006 y ganadora del BAFTA a mejor película en habla no inglesa. Cuando uno revisa la mayoría de sus sinopsis encuentra personajes vinculados a la ilegalidad bien sea por azar, necesidad o gusto, pero que padecen las consecuencias de ello.

Emilia Pérez no es ajena a este modus operandi. Solo que, en la práctica, el resultado de mezclar musical con drama y humor negro no es precisamente halagüeño sino más bien desconcertante. La comedia colombiana, que no fue precisamente un éxito, utiliza una fórmula similar sin causar la más mínima estupefacción. Y eso que seguía la estela de los villanos protagonistas, esos hombres que tienen el control y dominan el relato, al margen de las víctimas, quienes aparecen la mayoría de las veces como figurantes envueltos en sábanas blancas, con la intención de caer en gracia por más delitos que haya cometido.

La película en sí

Por eso no compré el argumento planteado por Audiard, pues trata de hacer creíble una transformación que realmente es más fársica. Nos faltó una Virgen de Guadalupe bailarina para remarcar ese aspecto. Ese tránsito de ‘Manitas’ un narcotraficante macho de voz gruesa a una delicada rubia de espalda ancha es un artilugio que busca la simpatía de la audiencia, pero que se siente poco orgánico. En su etapa como Emilia Pérez, varios comentaristas la comparan con Mrs. Doubtfire, la entrañable comedia de Robin Williams, que trata de embaucar a su propia familia haciéndose pasar como una niñera. Y su final es de telenovela, casi como todo lo anterior. Es un melodrama con coreografías de 26 millones de dólares, con estrellas como Selena Gómez o Zoé Saldaña que son las ganonas del ‘boom’ suscitado desde el pasado Festival de Cannes con los premios y nominaciones recaudadas.

Ahora, los conflictos que atraviesa México derivados del quehacer narco son similares a lo que ha vivido Colombia desde la década de los ochenta: desaparecidos, violencia de género, crimen organizado, corrupción política, entre otros. El que los mencione les da relevancia, aunque con esa amalgama de ideas en que descansa distorsiona el mensaje más profundo sobre una crisis que está lejos de acabarse.

De ahí que entiendo el malestar generalizado que ha causado la película, pues interpretar superficialmente esa realidad no aporta en nada ni siquiera a su misma visibilidad. Hollywood o Europa no van a hacer tratados postcoloniales y preferirán más una mirada acomodaticia de los conflictos latinoamericanos, aún si financian investigaciones o documentales en cada país. No obstante, la ficción ha demostrado ser un vehículo poderoso de representación, por lo que si pretenden dar cátedra a través de esta película las posibilidades de que sea una abanderada de tantas causas son mínimas.

Finalmente, sobre el retrato de la comunidad LGBTIQ+, la apuesta por una actriz trans lo resume todo. Que la anécdota en la que participe no la favorezca es otro cantar.

Basta mencionar que acaba de posesionarse por segunda vez Donald Trump, y su discurso inflamado de nacionalismo y retorno a las “buenas costumbres” son también el combustible que Emilia Pérez necesita para que alcance notoriedad en vísperas de las nominaciones a los premios Óscar. Cuando salga en Netflix será el parque de diversiones para acabarla o venerarla y luego a otra cosa mariposa. Emilia Pérez hinchó los huevos hasta la próxima que la supere.

Andrés Mora, Doctor Movie, también la vio y nos habla en este caso de una ‘changua’. Vean la razón en su video comentario

Hablando de caos, Jerry Springer que se asoma

Jerry Springer: peleas, cámaras, ¡acción! se quedó corta en sus dos episodios. Los límites que cruzaron en aras del todopoderoso rating son incontables: desde desnudos en vivo hasta relaciones zoofílicas, que prácticamente patentó la fórmula de la chabacanería como sinónimo de interés nacional. Es una breve radiografía de época que anticipa lo que hoy padecemos por redes sociales: el exceso normalizado por el afán de seguidores y dinero. Nada fue suficiente para el talk show que encendió las tardes norteamericanas por casi treinta años de la mano de un carismático ex funcionario público, hasta que languideció víctima de su propio invento. Véanlo para confirmar que a veces hay que bailar con el diablo para que no nos invada el infierno. En Netflix.

“The Walking Dead Daryl Dixon: The Book of Carol”

La franquicia televisiva de The Walking Dead se sigue expandiendo para regusto de los fanáticos con un personaje que no estuvo en el cómic original, pero que en su incursión a la mitología de la serie fue toda una revelación. Norman Reedus sigue encarnando al hierático Daryl, ahora en un reencuentro con su vieja compañera de aventuras Carol Peletier (Melissa Mc Bride).

La vida que adquieren estos personajes fuera del universo que los conocimos hace atractiva esta producción, a cargo de David Zabel como showrunner y Scott M. Gimple de productor ejecutivo. Los seis capítulos que conforman esta segunda temporada se podrán ver por la señal de AMC Latinoamérica cada lunes a las 10:00 p.m. a partir de este 27 de enero.

Postdata: Adiós a David Lynch, quien sí sabía cómo dejarte perplejo.

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