Llegó el momento de mi segunda dosis de la vacuna contra el virus que ha sacudido al mundo, pero en ocasiones los remedios suelen complicar más la situación que la enfermedad misma. Aclaro: no estoy diciendo que la vacunación no sirve. Hay que vacunarse como alternativa para combatir este mal. Mi queja va dirigida al proceso organizado para vacunarse, especialmente en ciudades alejadas de las capitales: resulta paquidérmico, engorroso y en manos de algunos profesionales de la salud -posiblemente agotados, cabe suponerlo-, poseedores de una actitud soberbia y displicente ante la cual obligan a buscar la solución a los inconvenientes a las malas, como parece que es el modo de entendernos en este país. Y quise desahogarme básicamente porque me aburre que, como esta, son pocas las cosas en la vida a las que uno tiene derecho (así las leyes digan lo contrario), pero recibir los beneficios se convierte en una maraña kafkiana donde solo falta morir aplastado como cucaracha.
Vamos por partes. En primer lugar, la información. La excusa de que el virus es nuevo, que cambia día a día su comportamiento, no puede extenderse por los siglos de los siglos. El covid-19 nos tomó por sorpresa, eso es verdad. Y el mundo científico y sanitario reaccionó con la mayor celeridad posible para hacerle frente al creciente desastre. Pero es un tiro en el pie que las indicaciones más elementales se bajen a la población con un procedimiento tan ininteligible y deshumanizado (creen que todo el mundo está alfabetizado digitalmente).
Es vital que las directrices enviadas desde el orden nacional se apliquen convenientemente en los territorios, pero por cuenta de la constante novedad la reacción inmediata no puede ser confundir a la gente. Lean las frases en paréntesis en voz baja. Que hay citas sin agendamiento (pero para primeras dosis). Que a usted lo debe llamar la EPS (pero usted debe llamar a agendarse para su vacuna). Que en su carnet de vacunación aparece una fecha de la segunda dosis (pero usted debe llamar a agendarse para dicha dosis, no importa que los vacunadores tengan la base de datos de las personas que recibieron la primera dosis y, por ende, sepan quiénes deberían volver a los 21, 28 u 84 días después). Que la dosis de Astrazeneca es hasta los 84 días (pero en su carnet ubican una fecha, 28 días después, para que desde entonces uno empiece a llamar a agendarse). Y como estos ejemplos hay muchísimos más de una interminable cadena de desinformación, generada incluso desde aparentes cuentas institucionales en redes sociales.
En segundo lugar, el origen de todo esto. ¿Al fin las EPS son las que deben llamar y agendar la vacunación de sus afiliados tanto en primera como en segunda dosis? ¿A qué información tienen acceso? En mi caso solicité un traslado de entidad prestadora de salud por cambiar de ciudad, pero ni en la entidad anterior ni en la nueva recibí una llamada o un mensaje donde me preguntaran si me había vacunado. El volumen de información que existe sobre el proceso es tan grande que ya uno duda lo que publicó la fuente oficial (el Ministerio de Salud) el pasado mayo, pues seguramente cambió en junio. Es más, puede que lo que dijeron el viernes haya cambiado hoy.
Las EPS en ciudades pequeñas se justifican con el sonoro “hacemos lo que podemos”, pero no me parece un criterio de calidad muy alentador. Líneas telefónicas con laberínticos mensajes de contestadora, dando órdenes de “presione 1” o “presione 2”, o, en el peor de los casos, ni contestan. Si las redes sociales no existieran quizás el caos sería tolerable, pero las mismas entidades apenas las emplean, y cuando lo hacen sus contenidos son imprecisos o se desdicen 48 horas más tarde. Y eso sin olvidar el papelón del portal Mi Vacuna, que bien podría ser un test de personalidad de Buzzfeed y daría lo mismo, tanto que hasta ahora caen en cuenta que se había convertido en un obstáculo más para el acceso al biológico que en un eficiente sistema de información. Pero lo que más me molesta es que algunos profesionales de la salud -con el respeto que me merecen porque una gran mayoría han llevado la peor parte en esta situación y lo han afrontado con mucha dignidad- aporten más desorden con respuestas que rayan en la insolencia. “Usted puede aplicarse la segunda dosis de Sinovac dentro de 28 días más” ¿En serio? ¡Entonces si quiere póngamela en diciembre! ¿Para qué entregan carnets con fechas programadas si después de todo no hay afán en vacunar? ¿O sí? Que hayan puesto 30 millones de vacunas no es sinónimo que todas esas personas se encuentren inmunizadas, y ese es el principal desafío.
Ahora, aún quedan muchas dudas sobre si lo recomendable es hacerse una prueba para detectar el virus antes de la segunda dosis. O si entre una dosis y otra es prudente hacerse exámenes invasivos como colonoscopias. Mejor echar una moneda al pozo de los deseos de la vecindad del Chavo que preguntar a los médicos. Según a quien le pregunte, tendrá una respuesta diferente. En esa medida, la elección es la menos peor posible porque “el virus es nuevo”.
Hoy que me encontraba esperando mi segunda dosis oía que llamaban a lista personas supuestamente agendadas, pero no aparecían. Ese es el tercer problema: nosotros mismos. ¿Nos hemos tomado en serio esta crisis? No nos aprendimos a cuidar, nos daba igual salir y volver a casa con el peligro invisible, nos vacunamos y ya nos creímos infalibles, o la más reciente es negarnos a la inmunización porque no es tal o cual vacuna, tras durar más de un año creyendo en cientos de alternativas para contrarrestar el virus, que incluían en su menú la ingesta de cloro y antiparasitarios. ¿Así están las cosas? ¿Estamos en condiciones de elegir en medio de la crisis como si nos encontráramos en un resort?
No sé si llegamos a un nivel de demencia abismal, pero lo cierto es que nuestra incoherencia, junto a la impasibilidad del sistema creado, se combinan para crear momentos amargos que obligan a resolverlo a todo por clamores en redes sociales, susurros irónicos y sonoros gritos. La rabia en Colombia es enfermedad y cura al mismo tiempo. Por eso termino estas líneas algo aliviado, quizás resignado, porque uno va curtiéndose en el tema de luchar por conseguir las cosas más elementales para obtener todo tipo de resultados imprevisibles. Ojalá las dificultades cotidianas se resolvieran como digitar una clave en un cajero automático para extraer una suma de dinero. Pero no es así de metódico. Uno lleva en la sangre el chip de encontrar las soluciones a la maldita sea. Y en este caso, recordar que la vacuna es una opción, una muy buena, pero no la mejor posible para evitar el contagio. Seguimos dependiendo de nuestra voluntad y la de los demás por hacer frente a este virus con la mayor sensatez y lógica posibles.
@juanchoparada
Comentarios