El pasado 26 de Junio, el gobierno populista griego en cabeza de Alexis Tsipras anunció que realizará un referendo para preguntarle a los griegos si aceptan el paquete de austeridad que exige la Unión Europea para continuar su rescate económico. Esta movida es un desafío, en donde el gobierno griego espera que una vez el pueblo rechace los términos del acuerdo, Europa se vea forzada a hacer una oferta más conveniente. Esta es una forma de “atarse las manos” para que el gobierno de Grecia pueda argumentar que no tiene autoridad para aceptar la oferta y exigir una nueva.
Sin embargo, las instituciones europeas no han dado señales de estar siguiéndole el juego a Tsipras. Justo después del anuncio del referendo, la Comisión Europea publicó las condiciones que el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional han impuesto sobre Grecia para desembolsar los recursos que este país necesita para cumplir con el pago de su deuda. Entre estos términos están reformas al impuesto sobre las ventas, reducir la evasión, reducir subsidios, modificar el sistema de pensiones, privatización de empresas del Estado, entre otras.
Estas condiciones implican reformas estructurales que no son compatibles con un estado altamente benefactor, y menos con un gobierno populista. La asistencia del Estado es cara, y su costo tiene que salir de alguna parte. Las instituciones financieras de la UE no están dispuestas a subsidiar estos costos, y por lo tanto no ofrecerán un paquete de ayuda que implique mantener el gasto elevado de Grecia.
Tanto Grecia como la Unión Europea se aferran a sus posiciones, y ambos quieren aparentar que no están mintiendo. La diferencia entre los dos es que la Unión Europea ya está tomando medidas para preparase para las consecuencias negativas de la salida de Grecia, mientras que Grecia sigue esperando que la la UE ceda. Si no se llega a un acuerdo ambas partes perderán, por supuesto, pero Grecia perderá mucho más.
La consecuencia obvia de este enfrentamiento es que los ciudadanos griegos saben que sus ahorros están en peligro. Todo su dinero, hoy representado en euros, puede verse congelado por el gobierno griego en un “corralito” y convertido a una moneda nueva, con un valor significativamente menor. Por supuesto, los griegos salieron en masa este fin de semana a retirar sus euros del banco para protegerlos, y están acabando con el poco dinero que existía en el sistema financiero. A la incertidumbre de los últimos meses se acaba de sumar una corrida a los bancos y su incapacidad para funcionar en medio del pánico de sus clientes. Y lo inevitable está sucediendo: los bancos no abrirán el lunes 29 de junio y posiblemente por toda la semana y el gobierno ha impuesto topes a la cantidad de dinero que los ciudadanos pueden retirar, de tan solo 60 euros diarios. Esto implica una confiscación temporal del dinero que pertenece a los ahorradores, que eventualmente podrá ser permanente en un porcentaje alto si el gobierno decide implementar una nueva moneda.
Ahora que ambos lados se petrificaron en su posición y no muestran disposición a ceder, a Grecia le quedan dos alternativas. La primera es aceptar las condiciones de la Unión Europea, reducir su gasto, y sufrir las consecuencias políticas domésticas de reformar un Estado inoperante y malgastador. La segunda es rechazar los términos del acuerdo, lo que implicaría entrar en cesación de pagos, tal vez tan pronto como el 1 de julio, abandonar el Euro, y muy posiblemente también la Unión Europea. La consecuencia más probable sería el empobrecimiento del país y su retraso hacia mayor radicalismo, miseria e inestabilidad.
Si accede a los términos del acuerdo, estará haciendo lo correcto en el largo plazo. Con esta decisión mandará una señal contundente de que el país no puede esperar gastar lo que no tiene, y que tendrá que ajustarse dolorosamente a un camino económicamente viable y serio. Grecia pagaría todas sus deudas con el apoyo de las instituciones europeas y el FMI, y eventualmente equilibraría su presupuesto. Por supuesto, el periodo de ajuste sería difícil y probablemente el gobierno de Tsipras tendría que renunciar. Los trabajadores griegos encontrarían que la edad de jubilación se aumentaría, los subsidios desaparecerían, y los salarios se reducirían. En el corto plazo las consecuencias no serían fáciles de llevar. Muy seguramente presenciaríamos protestas en las calles, algunas de ellas violentas, y nadie garantiza que los griegos no elegirían en el futuro otro dirigente que prometiera incumplir los términos del acuerdo y todo el esfuerzo se vaya a la caneca.
Si no accede a los términos del acuerdo, Grecia podría salir del Euro y de la Unión Europea. En este caso saldría con la promesa de mantener el gasto en asistencia social, pero saldría sin dinero. Para poder financiar su salida del euro tendría que implementar una moneda nacional con una devaluación significativa, haciendo que los ahorros de los griegos y sus salarios pierdan valor. Tampoco habría acceso a crédito internacional tradicional para financiar su gasto, por lo que tendría que conseguir líneas de crédito no tradicionales (como un auxilio de Rusia, por ejemplo), y aceptar la condiciones políticas que esto implica. Sin dinero para financiar su gasto, el gobierno tendría que restringir los salarios y pagos a los pensionados, posiblemente ofreciendo compensaciones no monetarias. Inmediatamente se correría el riego de un aumento de la pobreza, radicalismo entre los sectores políticos, e inestabilidad.
Existe también la opción de que las instituciones europeas consideren una nueva oferta, pero las probabilidades son minúsculas después de los anuncios tan contundentes que han dado en contra de cambiar las condiciones del rescate o si quiera extender los plazos para su cumplimiento.
En resumen, no hay ninguna salida fácil para Grecia. El país debe elegir entre la austeridad y la salida del euro. Europa no cedió ante las amenazas del gobierno de Tsipras, y su estrategia de subir los costos hasta niveles irracionales no funcionó. Como en un juego de póker, la UE pagó por ver las cartas de Tsipras, y Tsipras no tiene juego.
Alexis Tsipras ganó las elecciones convenciendo falsamente a los griegos de que podía evitar las reformas de austeridad y mantener a Grecia en el euro. Esta promesa sonaba maravillosa en ese momento, pero era una mentira, una mentira del estilo que usan los populistas para ganar elecciones y que siempre terminan con la quiebra de sus países. El referendo se hará el próximo domingo, pero para ese momento puede que ya todo se haya perdido. Si Grecia no cumple con el pago de su deuda el próximo martes puede que ya no exista una oferta de la UE sobre la cual puedan votar los griegos. Si todavía la hubiera, solo un milagro inesperado haría que los griegos voten a favor de aceptarla, así esto sea lo mejor para mantener sus ahorros y poner su país en orden. La incertidumbre continuará durante la semana y nuevas cosas pueden suceder. Mientras tanto Grecia acelera hacia el abismo.
Twitter: @SebastianBitar