El 2016 pasará a la historia como uno de los más difíciles de los últimos años para una buena mayoría. Fue el año del Brexit, del «No» en el plebiscito en Colombia, de la victoria de Trump. Fue el año en que se desató la Tercera Guerra Mundial, pero fuera del territorio de las grandes potencias y sin anunciarse como tal en los medios (Siria como primer ejemplo, pero no el único), a pesar de sufrir sendos atentados (París, Bruselas, por mencionar algunos). Fue el año del retroceso chino, de la crisis en Brasil, de los terremotos en Ecuador, Chile, Nueva Guinea, Indonesia, entre muchos otros. Fue un año de desestabilización política, económica, sociocultural, ambiental. Fue un año de muertes de personajes queridos del cine, la música, el arte, la literatura, el deporte. Pero también fue un año que dejó muchos elementos para reflexionar y repensar el mundo y la vida (no sólo humana); para reinventarnos como personas, como sociedad y como especie; porque lo mejor de una crisis es la oportunidad de aprendizaje que esta deja.
La coherencia, por ejemplo, es una palabra que en un principio parece muy simple. Ser coherente parece algo sencillo de hacer y de lograr. Pero la sociedad está llena de todo, menos de coherencia. No es difícil mirar alrededor y ver a políticos robarse el dinero de los contribuyentes. No es difícil ver la aprobación de una reforma tributaria que nos pone contra la pared y ver que los políticos siguen campantes y tranquilos mientras el pueblo sufre y mantiene su lucha. Pero tampoco es difícil ver a la familia pelearse mientras se debate entre un acuerdo de paz, como en una guerra ridícula que ha calado muy bien entre la sociedad colombiana. O tampoco es difícil ver a alguien salir de misa o de culto y pelear con el que está parqueado al frente porque no se apura en la salida. Ni mucho menos ver al que imparte justicia, contradecir sus honorables principios y terminar actuando de manera injusta en su trabajo o en su vida diaria. O incluso, escuchar al prestigioso banquero, hablar de sostenibilidad, ecología y adaptando estilos de vida saludables, poco consumistas. Pero criticar es muy fácil, ser coherente es otro cuento.
Somos nosotros los que no somos coherentes en nuestras acciones. Criticamos al otro sin evaluarnos críticamente a profundidad. Vemos en el noticiero lo que un vecino le hace a otro y lo reprochamos sin darnos cuenta que hemos hecho lo mismo alguna vez. Vivimos criticando a los demás por nunca ceder el paso en una vía, pero tampoco lo hacemos nunca. Nos molesta que el que tiene dinero sea tacaño y no ayude a nadie, pero tampoco ayudamos al otro. Nos dan asco los corruptos pero buscamos cualquier atajo para un puesto o negocio. Le decimos a los hijos que no mientan, pero mentimos. Criticamos al emprendedor por sus salidas en falso pero no hacemos nada por apoyarlo. Maldecimos por la basura en la calle pero no hacemos nada por gestionar nuestros propios desechos. Queremos la paz pero no hacemos nada para reducir la violencia o la desigualdad, ni siquiera en nuestras propias familias y círculos sociales. El problema siempre es del primo, del vecino, pero nunca es mío.
Si seguimos pensando que todos los problemas son culpa de Santos, de Uribe, de las FARC, del primo, del vecino, del otro, estamos condenados al fracaso como sociedad, como especie. Somos solitos los que nos estamos matando y quiénes estamos destruyendo los recursos naturales y el ecosistema en general. Somos nosotros los que estamos enfermos y no hacemos nada por sanar. Las guerras no son ajenas a ningún ser humano. El conflicto colombiano es responsabilidad de todos y de cada uno de nosotros y lo ha sido históricamente. Las tragedias ambientales que se sufren son también culpa de todos los que vemos y no hacemos nada. La desestabilización del mundo es un tema cíclico por un lado pero en la medida en que cada uno de nosotros asuma su propia responsabilidad, la humanidad saldrá adelante, y de igual forma lo hará el planeta. Tal vez sea un buen momento para pensar y reflexionar en la coherencia que hemos tenido este año y la que nos ha faltado. Es el momento de trazar un plan y trabajar duro por ser mejores cada día, en lo personal y en lo colectivo y solamente así, podremos soñar con un país en paz y con mejores condiciones para todos. Para mí, este año ha sido el más difícil de mi vida y mis propias reflexiones me dan paz, porque sé que seré mejor persona en el 2017. Feliz año para todos.