Foto: Jorge Bonilla

Colombia es un país maravilloso desde un punto de vista estético y por la gente linda que habita buena parte del territorio. También es un lugar permeado por la ambición, la necesidad de poder, lo que conlleva a enfermedades como la corrupción, la pobreza y la desigualdad. No hay fórmulas secretas, prescripciones médicas ni recetas mágicas para progresar. Hay infinidad de modelos con respuestas, unas más útiles que otras, sobre cómo tratar esas enfermedades (tal vez la cura sea casi imposible, pero un tratamiento es viable). Amartya Sen, reconocido premio nobel de economía, a lo largo de los años, ha manifestado la necesidad de fortalecer las capacidades en las personas, así como la libertad, para lograr el progreso, reducir la pobreza y la desigualdad.

En cuanto a las capacidades, se hace referencia importante a lo mínimo que necesita una persona para progresar y salir adelante; una adecuada nutrición, techo, acceso a un sistema de salud y educación, todos bajo parámetros elementales de dignidad. En Colombia tenemos un sistema político ineficiente, que es casi que inútil en sus esfuerzos por mejorar las condiciones de los colombianos, principalmente aquellos que más lo necesitan. Según el DANE, para el año 2015, hay 28.1% de personas pobres, cuyos ingresos no alcanzan para cubrir una canasta mínima de bienes y servicios, así como 7,9% de personas en extrema pobreza, es decir, que no alcanzan a cubrir el costo mínimo de una canasta alimentaria.

Si separamos las zonas urbanas del país de las rurales, la situación se torna dramática. El DANE habla de 55,5% de hogares rurales que no logran cubrir las necesidades básicas para una vida digna, comparado con un 27,8% a nivel nacional y un 9,2% en una ciudad como Bogotá. 25,7% de los hogares en zonas rurales del país, viven en la miseria. Si seguimos elevando el análisis a otras dimensiones (Índice de Pobreza Multidimensional), la pobreza en el sector rural alcanza el 40% versus 4,7% en Bogotá, que sirve como referente urbano. Es decir, el pobre en Colombia, está condenado a ser cada vez más pobre. El campo no puede progresar sin una adecuada nutrición, sin techo, sin acceso a salud digna, y sin educación, tal y como lo manifiesta Sen.

Hay programas de gobierno que se diseñan particularmente para atacar estos males y se hacen inversiones gigantes. El problema es que hay toda una mafia alrededor de la contratación pública, por eso no es nuevo, aunque sí sorprendente por su magnitud, el escándalo de Odebrecht. Puede que no sea en el 100% de los casos, pero en montos, se acerca bastante. Esto termina generando ineficacia en los resultados y más pobreza y desigualdad. Lo mismo sucede a mayor o menor escala, pero con consecuencias aún más graves con programas de alimentación, salud, etc. Sucede en todo el país, pero con agravantes como la Guajira o el Chocó, donde ya es costumbre encontrarse con los robos más inhumanos y despiadados que puedan llegar a conocerse.

¿Cómo combatir estos males?

Cuando se habla de desarrollo, surgen grandes ideas como el de explorar nuevas fuentes de petróleo. Que si se benefician muchos con el petróleo, no lo dudo, todo el país depende de este mineral, pero a largo plazo, no genera mayor cosa, como se puede ver hoy en día en una ciudad como Yopal. Lo que sí deja, es una problemática ambiental irreversible y serias dificultades sociales. La alternativa de moda es el turismo, pero entonces la ministra lo plantea en un sentido que busca atraer grandes capitales e inversiones principalmente foráneas, maximizando utilidades de corto plazo y para los que más tienen, lo que permite alcanzar cifras de crecimiento elevadas rápidamente, olvidando nuevamente los beneficios de largo plazo y las causas del problema que se busca solucionar. Causa sensación el discurso de Lacouture frente al desarrollo del turismo en áreas protegidas. El turismo sí que es una gran alternativa, pero debe saberse que el trabajo se debe hacer mediante acompañamiento permanente a las comunidades que hacen presencia en destinos con mayor potencial, preparándolos, generando capacidades en su gente, para que el día de mañana sean ellos los expositores del turismo a nivel internacional y que ellos mismos se beneficien de los réditos que genera el sector y de esta manera, contribuir a una mejor calidad de vida y felicidad de los más necesitados en el país. El turismo responsable y sostenible, sí es una importante salida.

¿Y qué hay de la educación?

La fórmula de adoctrinamiento más eficiente de la historia es tener un pueblo pobre e ignorante. Siempre ha funcionado y aquí en Colombia se demuestra día tras día, con cada proceso electoral, etc. Los gobernantes que se eligen, siempre terminan defraudando, casi siempre terminan destapando sus intereses personales y el bienestar del pueblo, al final, se va para la mierra por no decir otra cosa. Quien no nace en una clase social privilegiada o en un núcleo urbano importante, no tiene prácticamente posibilidades de salir adelante. Los sesgos y las brechas son cada vez más grandes. Quienes hemos trabajado en la docencia universitaria y visto de cerca la diferencia entre los colegios públicos y privados, el panorama es triste y desolador. Peor aún, el nivel de un colegio público de ciudad comparado con el de un colegio de un pueblo y aún más grave, el nivel de un colegio del casco urbano del pueblo versus el de una vereda.

La educación no puede ser un bien privado, debe ser un derecho público, como también la salud (Ver salud). Pero, con el ánimo de privatizar todo y de obtener utilidades jugosas para los más ricos, se ha perdido el norte del país. Hay programas que buscan generar beneficios y de alguna manera lo logran, como es el caso de “Ser Pilo Paga”. De lejos, parece ser una maravilla, financiar la educación de un estudiante que ha luchado para tener buenas notas y buenos resultados en los exámenes de suficiencia, en cualquiera de las mejores universidades privadas del país. Habrá casos de éxito y para mostrar de aquellos que logren sobrevivir a esta aventura extrema. Pero de cerca he podido ver la deserción de estudiantes que llegan de lejos, a enfrentarse por primera vez a una ciudad como Bogotá, con lo difícil que es el transporte, la gente misma y los costos que implica vivir en la capital o en otras de las principales ciudades del país. Los chicos, que suelen tener entre 15 y 19 años, llegan sin sus padres, sin sus familias, sin dinero, no les alcanza ni para las fotocopias ni para almorzar y los papeleos son infinitos en el Icetex, lo que los hace perder clases. Llegan sin el nivel de los colegios de aquí y nivelarse, con todo y los problemas, es un reto tan grande como pueda llegar a imaginarse. Más allá de las buenas intenciones, es un programa que sirve de “contentillo” ante una problemática cada vez más grande. La educación está malherida y es una alarma que se dispara día tras día la desigualdad social en un país que anhela salir del conflicto, pero que no vislumbra salidas claras a los problemas de fondo.

Por otro lado, están otros temas de fondo en el sistema educativo donde se enseñan disciplinas de manera descontextualizada, separando la realidad de la teoría, generando un interés y un apego a los títulos, más allá que las capacidades mismas para crear y construir. Esto no es solo problema de la educación, sino del mercado laboral. La naturaleza y la raza humana aparecen desligadas, como si no fuéramos parte de un todo, ignorantes de nuestra relación de dependencia, quizás unilateral. Es curioso ver cómo nos aferramos a un planeta que a la vez destruimos a diario. La misma corrupción es algo crece como consecuencia de las mismas fallas en la educación. Se anhela poder, riqueza, reconocimiento, de la misma manera que se aprende a leer. Se enseña a aceptar el poder y a incorporarse al sistema, más que a crear nuevos modelos y formas de vida social. No se enseña a debatir, a tener criterio, a luchar por una causa, a argumentar, controvertir, etc.

En fin, Colombia debe ser consciente de los problemas más profundos si algún día pretende salir del conflicto armado y para esto, debe poner atención, entre diversos temas, a la pobreza y la desigualdad. Una vida digna con lo mínimo para progresar debe implicar una alimentación nutrida, un techo digno, educación y salud de calidad y libertades de expresión, de participación política, etc. Sobre todo, es elemental la consciencia de lo que cada uno puede contribuir para que las cosas salgan adelante. El estar lejos no significa que no me toca poner a mí. Todos debemos contribuir, de lo contrario, será culpa de todos que el camino y el sistema sigan siendo los mismos de siempre. El futuro de Colombia depende de todos. La paz, también depende de todos.