Para nadie es un secreto que la Iglesia Católica ha tomado partido y ha sido un actor determinante en el conflicto armado colombiano. Desde los tiempos de la colonización española, esa institución ha sido la principal figura organizadora de la sociedad y a través de los siglos ha sido sinónimo de verdadero poder, siendo capaz de imponer su credo dentro de la agenda política colombiana. La jerarquía católica a lo largo de los años ha intentado proteger todos sus privilegios, pero en esta ocasión deberá jugársela por la paz, pues su vigencia está en riesgo.
A lo largo de la historia ha sido bien documentada la alianza macabra que durante más de un siglo mantuvieron los jerarcas de la Iglesia Católica con el Partido Conservador, participando de manera activa en al menos nueve guerras civiles, intentando siempre defender sus beneficios como agente organizador de la vida ciudadana. También ha sido estudiada la manera en que miembros de la Iglesia fueron determinantes en contextos tan diversos como los levantamientos armados contra la abolición de la esclavitud y en el lastre histórico de la Violencia. Matar liberales, vociferaban desde cientos de parroquias del país, no mandaba a nadie al infierno. Los años de ese radical ‘todo vale’ de la Iglesia Católica ya pasaron, pero aún es mucho lo que tiene pendiente si busca reivindicar su imagen como actor de paz.
En el fondo, el objetivo histórico de la jerarquía católica ha sido mantener el control sobre las instituciones de la familia, la educación y los ritos de pasaje, fundamentales para organizar todos los ámbitos de la vida civil. Y por eso el miedo más grande de los jerarcas está en que súbitamente cambie el statu quo que hoy prevalece en el país, que le ha entregado carácter político a su forma de entender la sociedad y le ha permitido ser tan cercana al poder. La terminación del conflicto armado y la introducción de nuevos actores y discursos en la esfera pública, sin duda genera temor en la Iglesia Católica, pues un remezón en el orden social podría transformar los beneficios que durante tanto tiempo ha gozado.
Lo que deben entender los jerarcas de la Iglesia, que hasta ahora no han logrado llegar a una posición unificada y clara al respecto, es que la paz será alcanzada en el país, tarde o temprano. De ellos depende si la locomotora de la historia avanza sin llevarlos a bordo, o si de manera visionaria entran a hacer parte de las instituciones clave para el posconflicto, teniendo mucho para aportar en materia de reconstrucción social y reconciliación a nivel nacional. Hay miles de escenarios de consolidación de paz en los que el país necesita de la confianza que la Iglesia genera entre los colombianos.
Si el catolicismo desea mantener su vigencia como agente de orden en Colombia, tendrá que apoyar decididamente la terminación del conflicto armado y el proceso de reconciliación colectiva que requiere el país para cerrar este capítulo de horror, del cual fue en cierto grado cómplice. Es hora de que la jerarquía de la Iglesia además dé el ejemplo a la población colombiana de que lo que se dice en el discurso también debe ser aplicado en la vida real. Una sociedad que predica el amor al prójimo pero que es incapaz de reconciliarse a lo largo de las décadas solo refleja un monumental fracaso en su conjunto de valores y en su propio proyecto como nación.