Estimado lector escéptico,
El acuerdo para el fin del conflicto con las Farc tiene su dosis de pragmatismo, es cierto; pero todos los procesos de paz en el mundo han tenido un componente de sacrificios y de concesiones, que aunque costosas, han sido por lejos preferibles que la muerte y la destrucción que trae consigo la guerra. Quiero decirle que comparto la mayoría de dudas que usted ha mantenido desde el escepticismo frente a los diálogos de paz. Pero si nos quedamos buscando un acuerdo utópico y perfecto, pasará de largo una oportunidad histórica para terminar con este conflicto armado que de manera intermitente ha golpeado al país por más de un siglo.
Son muy pocos, me atrevo a decir, los colombianos que dentro de su ideal de nación han soñado con ver a los jefes de las Farc sentados en el Congreso, pronunciando discursos y votando leyes en representación del pueblo. Luego de tantos años de guerra, de muertes y sufrimiento, las Farc han sido las propias responsables de relevar su agenda política a un segundo plano y de ser reconocidas por encima de todo como un aparato generador de violencia. Y entiendo bien que a usted lo atemorice la idea de que los excombatientes lleguen al Congreso de la República, como si fuera un premio, o al menos una conquista de la guerrilla en la mesa de negociación.
A mí me genera muchas dudas el hecho de no saber concretamente cuáles serán las causas que las Farc defenderán como partido político, ni qué tan ortodoxas serán sus prácticas dentro del sistema electoral. Pero debo decirle que desde el Congreso serán tomadas decisiones trascendentales para el futuro de la paz y visto de esa manera, es necesario que la guerrilla participe dentro de esta discusión de manera activa y ojalá propositiva. Es importante, no por tratarse de una demanda de la guerrilla, sino por la consolidación de una paz estable, que representantes de los desmovilizados de las Farc tengan voz en el Congreso y desde ese espacio puedan comprometerse con la no repetición de la violencia.
Imagino también, escéptico lector, la indignación que puede causarle a usted, un ciudadano común y corriente, como yo también lo soy, que siendo la vida tan difícil para los ciudadanos, los guerrilleros desmovilizados reciban un subsidio estatal de casi un salario mínimo mensual. Sin duda en un mundo ideal este tipo de paradojas jamás tendrían que considerarse. Pero ahora imagínese usted que si la vida es tan dura para quienes hacen las cosas bien, un guerrillero desmovilizado que busca regresar a la vida civil y conseguir un trabajo, la tiene aún más complicada. La asignación temporal y provisional de recursos para los excombatientes, mientras consiguen definir su futuro, ha probado ser efectiva en muchos procesos de paz en el mundo, para evitar que regresen a la ilegalidad por cuenta de la falta de oportunidades. Entre menos desmovilizados regresen a la criminalidad, más completa y exitosa será esta paz.
Entiendo que usted quisiera ver a muchos de los guerrilleros de las Farc en la cárcel, pagando por los delitos que cometieron. Es cierto que la mayoría de los desmovilizados no tendrán que pisar una prisión, a pesar de haber cometido crímenes en el marco del conflicto. Pero quisiera contarle que este tipo de beneficios solo serán entregados a los guerrilleros que contribuyan con los procesos de verdad y reparación de las víctimas. Así mismo, existirán penas alternativas para la restricción de la libertad, particularmente para quienes cometieron crímenes atroces. La cárcel no es la única manera de evitar la impunidad y la experiencia en casos como el de Sudáfrica ha evidenciado que acciones como el esclarecimiento de lo ocurrido, la reparación de las víctimas y la reconstrucción de comunidades pueden aportar mucho más a una paz estable que llevar a los excombatientes a la cárcel. También hay que aclarar que los guerrilleros que no cumplan con estos parámetros perderán beneficios jurídicos y tendrán condenas más largas.
A usted, respetado escéptico, quiero decirle por último que la única manera de construir una paz estable es si todos aceptamos ceder un poco en nuestras demandas. Ningún conflicto se ha solucionado de manera definitiva, sin que la ciudadanía ofrezca algunos sacrificios muy puntuales, que aunque incómodos, jamás serán más costosos que los que impone una guerra. En medio del intenso debate y del fanatismo en todos los bandos, no debemos olvidar que la historia juzgará para siempre la decisión que tomemos como ciudadanos y poco serán recordados los argumentos que desde la arena política se han reproducido contra el acuerdo. Sepamos preferir la incertidumbre de un paz nueva que la estabilidad de la guerra de siempre.