A pesar de que los opositores del proceso de paz han decidido repetir hasta el cansancio que las Farc no van a pedir perdón por sus crímenes, la última semana ha sido determinante para la reconciliación de cara al fin del conflicto. Pero no solo la guerrilla en medio de un acto sin precedentes aceptó su responsabilidad en la muerte de los once diputados del Valle. También el Estado por primera vez reconoció su culpa en el genocidio de la Unión Patriótica, luego de haber ignorado su responsabilidad histórica por décadas. El apretón de manos, el abrazo cargado de sentimientos encontrados y el intercambio de palabras de impotencia, antes impensables, poco a poco sientan precedentes en un capítulo hasta ahora desconocido para el país.
El sentido encuentro entre los familiares de los diputados secuestrados y asesinados por las Farc con los negociadores de esa guerrilla ha sido uno de los más conmovedores episodios vistos durante el proceso de paz. Además de quitarle cualquier validez al argumento de que las Farc no pedirán perdón por sus crímenes, el impresionante relato de los asistentes fue reproducido alrededor del mundo como un ejemplo de reconciliación histórica entre víctimas y victimarios. Son estos actos de perdón los que marcan la diferencia en medio de un escenario de polarización, y demuestran que es posible construir un país diferente y mejor.
En diciembre del año pasado, ‘Pastor Alape’ había viajado a Bojayá a aceptar la responsabilidad de las Farc ante los habitantes por la masacre ocurrida allí, en representación de la guerrilla y de frente a familiares de varias víctimas. Finalmente las Farc parecen entender que deben dejar a un lado la soberbia histórica con la que han evitado aceptar su responsabilidad ante muchos de los hechos del conflicto. Para que la ciudadanía los perdone, ellos antes tienen que aceptar su responsabilidad y pedir perdón.
Pero también es necesario para la estabilidad de una paz justa y definitiva que el Estado reconozca su participación en crímenes durante lo ocurrido en el conflicto, prometiendo garantías de reparación y no repetición. Por eso fue un logro histórico inmenso que el pasado jueves el presidente Santos aceptara la responsabilidad sistemática del Estado en el genocidio de la Unión Patriótica. No solo la nación tenía pendiente responderle a los hijos de los asesinados líderes de la UP, sino también ofrecer todos sus esfuerzos para que este tipo de matanzas no se repitan con las nuevas generaciones de desmovilizados. Que quienes le apuesten a la paz no vuelvan a ser víctimas de esa terrible paradoja asesina.
Reconocer un error es un acto de valentía, incluso para el peor de los criminales. En ocasiones muy limitadas a lo largo de la historia, la guerrilla había aceptado de manera escueta su autoría en secuestros y atentados, sin pronunciar jamás la palabra perdón. Por eso la transformación en el discurso de las Farc debe ser recibida como un gesto de paz, pasando de proclamarse víctimas del Estado, a reconocerse como un actor del conflicto que causó muertes y daños irreparables.
Que la guerrilla acepte sus crímenes, luego de tantas frustraciones históricas y a pesar de las repercusiones legales que para sus miembros implica la aceptación de responsabilidades directas, es señal de una voluntad de paz nunca antes vista. También es valiente el Estado al reconocer las alianzas nefastas con el paramilitarismo que dieron lugar a nuevos ciclos de violencia y victimización. Aunque la aceptación de la responsabilidad no debe ser un mecanismo para evitar el peso de la ley, en donde el perdón debe concretarse en actos puntuales para la reparación, los días recientes han demostrado que la humildad está por encima de todas las formas de beligerancia a la hora de reconciliar a una sociedad enfrentada y dividida.