En medio de una incertidumbre que confunde hasta al colombiano más apático, en el país se cumple el primer mes desde la derrota electoral que frustró el futuro del acuerdo de paz firmado con las Farc. Y a pesar del paso de los días, hasta ahora las maravillas que los promotores del ‘No’ tanto promocionaron durante su campaña han sido imposibles de concretar.

Con la cabeza fría que solo el tiempo permite alcanzar, es posible entender que el rechazo político a los acuerdos de La Habana no trajo ninguna solución de cara a la realidad del conflicto, y en cambio introdujo un ingrediente transformador para el proceso de paz, que ha dilatado y entorpecido la firma de un eventual nuevo acuerdo: la llegada de los partidos y los líderes políticos a la mesa de negociación.

Uno de los logros más importantes del acuerdo firmado con la guerrilla había sido precisamente la exclusión de los líderes políticos colombianos, quienes por prudencia habían sido alejados de la mesa de diálogos. Los partidos demostraron en anteriores procesos para alcanzar la paz que por encima del interés de suscribir un acuerdo, lo que buscaban era aprovechar la ocasión para conseguir el mayor crédito político posible. De manera inoportuna y arriesgada el escenario de la renegociación ha hecho posible la llegada de decenas de ‘colados’ que en el intento de figurar han terminado aumentando la tensión y la desconfianza dentro de la mesa de diálogos.

Pero creer en la posibilidad de que los promotores del ‘Sí’ y del ‘No’ sean capaces de llegar a un punto medio para firmar un mejor acuerdo es pecar por ingenuidad. Detrás del telón de las negociaciones se encuentran los planes de cada uno de los partidos políticos, decididos a apoyar o entorpecer los diálogos, no por convicción sino respondiendo a unos cálculos electorales establecidos con detenimiento. Así como la oposición necesita que las conversaciones para un nuevo pacto con las Farc avancen de la forma más lenta y tortuosa posible, al gobierno en cambio se le acaba el tiempo y utilizará todas las medidas a su disposición para firmar un acuerdo antes de que finalice 2016.

Cada vez crece más la posibilidad de que este mismo año sea firmado un documento para el fin del conflicto con la guerrilla de las Farc, que incluya algunos de los reparos de los promotores del ‘No’, en asuntos mayoritariamente cosméticos como el lenguaje del acuerdo y los enfoques en materia de género, siendo esto último una pérdida lamentable y una dolorosa concesión ante el sector más conservador de la sociedad.

Pero el grueso del acuerdo de paz, en materia de beneficios jurídicos y oportunidades políticas para los excombatientes no sufrirá cambios radicales, pues cualquier guerrilla de origen político exigirá el derecho a representar y ser representada a cambio de dejar las armas. En ningún momento los negociadores de las Farc y del gobierno han contemplado la posibilidad de construir un texto transformado que cambie todas las reglas de juego de lo ya pactado en La Habana. Y eso no cumplirá con las expectativas de muchos promotores del ‘No’, quienes ven el escenario de un acuerdo de paz alcanzado por el gobierno Santos como el principal obstáculo para sus planes de recuperar el poder. Es por eso que un nuevo y mejor pacto será alcanzado, muy seguramente sin su completo aval, y solo con algunas modificaciones que en poco lo diferencien del documento firmado en Cartagena.

Ojalá sea así, y que de una vez por todas los líderes políticos aprendan que la paz de Colombia no puede ser entendida como un juego electoral de apuestas y votos.