En tiempos de tragedias, los periodistas debemos cumplir con el mayor rigor la tarea de informar, distanciándonos de la permanente búsqueda de chivas y de primicias, y respetando el dolor de las familias.
El código ético del periodismo en tiempos de calamidades no está escrito de manera unánime y absoluta, por lo que varía, como es de esperar, entre los diferentes espacios informativos. Y más aún en épocas en que los celulares permiten grabar videos en el mismo momento de las tragedias, la publicación de algunos documentos requiere de decisiones editoriales que pocas veces dejan a todos felices. Sin embargo deben existir límites básicos durante los cubrimientos de tragedias, estándares impuestos por los sentidos más comunes de humanidad, solidaridad y respeto por el dolor ajeno.
Desde años antes de estrenarme como periodista, me ha causado intriga e interés el debate de cuáles deben ser los límites a la hora de cubrir episodios de dolor, como los que con frecuencia la violencia y los errores humanos han propinado a nuestra nación. Y es que el dilema es apenas natural, pues en el fondo se trata de un pulso entre un público ambicioso por ver y saber todo, incluso trascendiendo los límites de la vida privada de las víctimas, y del otro lado los medios de comunicación, que deben informar a la ciudadanía con las noticias más recientes y relevantes, pero también asumiendo líneas editoriales responsables ante el dolor de las personas afectadas y sus familiares.
En ese pulso debe procurarse un punto de equilibrio en donde la información ofrecida sea la más rigurosa y actualizada, pero también evitando la invasión de la privacidad de los afectados. Es por eso que en tiempos de tragedias los periodistas debemos olvidar por completo la batalla permanente del rating, y remover por un momento la dinámica de la búsqueda de primicias. En tiempos de dolor, mostrar con orgullo una chiva o una noticia exclusiva solo denotaría una inmensa falta de conexión entre un medio y la tristeza de una nación. Hay momentos en los que la solidaridad debe ser el único idioma.
También deben tomarse decisiones editoriales con mayor humanidad y sentido común a la hora de publicar imágenes de los acontecimientos y de sus víctimas. Rara vez tiene valor informativo una fotografía o un video que presente de manera gráfica la muerte o el sufrimiento, y su publicación puede significar nuevas tristezas para las familias ya golpeadas por una calamidad. Así mismo, debe primar el respeto hacia las víctimas y sus procesos de recuperación. El acecho de los reporteros en busca de declaraciones de los sobrevivientes o de sus familiares es un acto de inmenso irrespeto que deja en duda las facultades humanas de muchos periodistas.
Pero quizás el dilema más difícil que enfrentamos los periodistas en tiempos de calamidades es a la hora de recibir y procesar las llamadas ‘versiones oficiales’ sobre los motivos de las tragedias, que en ocasiones dejan por fuera detalles relevantes de manera intencionada. Los medios de comunicación no solo deben ser espacios para la reproducción de recuentos oficiales de los hechos, sino también escenarios para la reconstrucción y la revisión crítica de lo ocurrido. A veces las investigaciones y las indagaciones realizadas desde el periodismo resultan fundamentales para el esclarecimiento de verdades que buscaban mantenerse ocultas. Pero el cuestionamiento no puede ser igualado a la especulación, pues uno de los más terribles errores durante el cubrimiento de tragedias es la creación de falsas esperanzas. La responsabilidad y el contraste entre versiones debe primar antes que la sed de publicación inmediata.
Las tragedias nos ponen a prueba como nación y como ciudadanía, midiendo nuestra capacidad de apoyar a los demás y los alcances de la solidaridad colectiva. Las facultades humanas de los periodistas también son revisadas durante los episodios más dolorosos y es en esos escenarios donde más rigor debemos procurar tener en nuestro trabajo. Desde los medios de comunicación recibimos la tarea sagrada de informar a un país consternado y de ofrecerle todas las noticias relevantes. Pero así mismo, los periodistas debemos representar un punto de apoyo para las víctimas y no un factor que profundice aún más su sufrimiento al trasladar a la esfera pública la dimensión más privada de su dolor.