Primero la tragedia del avión que transportaba a Chapecoense para disputar la final de la Copa Sudamericana y luego, con menos de siete días de diferencia, el atroz asesinato de la niña Yuliana Samboní. Nada estremece más a una nación que la muerte de personas inocentes y jóvenes, que ninguna opción tuvieron en sus manos para evitar un destino lamentable. Hace varios años Colombia no vivía una semana tan desesperanzadora y desoladora.

El ejercicio de escribir se vuelve especialmente difícil en momentos de tragedia y tristeza colectiva, pero es también en estos tiempos cuando las palabras se hacen más necesarias, pues de ellas depende en gran medida la construcción de memoria.

Tiempos de crisis demuestran que son urgentes cambios en la narrativa desde casi todas las orillas de la sociedad civil. Desde los medios de comunicación debemos abandonar la vieja y nefasta costumbre de anotar las muertes y los sucesos lamentables como simples acontecimientos de registro. Las historias de quienes ya no están deben ser contadas, no solo por respeto a la memoria, sino también como desafío directo a la violencia de la muerte que acabó con su existencia. Los periodistas debemos dejar de ser sencillos cuentanarices(*) reportando calamidades, y pasar a ser constructores de memoria en un país donde el olvido es una amenaza constante para la estabilidad de la paz.

El reto inmenso que enfrenta nuestra sociedad cada vez que se ve golpeada por una tragedia, es precisamente la cuestión de cómo garantizar que lo ocurrido no sea olvidado por la ciudadanía, en medio de todos los episodios de injusticia que azotan a un país donde la muerte de los inocentes es dolorosamente frecuente. La construcción de memoria debe ser una prioridad no solo desde la academia y los medios de comunicación, sino desde todas las esferas de la vida civil.

Es ahí donde cobra especial valor el apoyo ciudadano, que tanto se ha dejado ver a lo largo de esta dolorosa semana, devolviéndole algo de esperanza a un país estremecido. Las muestras inmensas de solidaridad y de indignación por las muertes de Yuliana y del equipo de Chapecoense demuestran que a pesar de todos los antecedentes de violencia y sufrimiento, la ciudadanía sigue en la capacidad de espantarse ante un episodio de horror, y de salir a las calles a exigir que en ningún caso se permita la impunidad.

La movilización ciudadana como respuesta a los horrores y a las injusticias es un factor de disuasión incluso más efectivo que la implementación de la cadena perpetua, que por estos días ha regresado al debate nacional; una medida sobre todo populista y que muy pocos resultados ha podido demostrar en algunos de los países donde ha sido implementada. Una sociedad lista para responder de manera directa y dispuesta a actuar de cara a los crímenes atroces bien podría convertirse en el peor de los miedos de un criminal. La timidez en el activismo ciudadano, por otro lado, es la principal aliada de los malhechores, quienes encuentran en la mala memoria colectiva el escenario perfecto para que sus acciones sean olvidadas eventualmente. La memoria empodera a la ciudadanía; la une y la fortalece en los tiempos más duros.

La memoria como mecanismo para prevenir el olvido y la repetición del horror solo será efectiva en la medida en que el resentimiento y la venganza sean reemplazados por el fortalecimiento de las instituciones estatales. El ojo por ojo y la justicia a manos propias solo han contribuido a la repetición de la violencia. La memoria, por otro lado, evoca la incondicionalidad de la paz como valor supremo y la vida como un derecho inalienable.

(*) Término utilizado por el sociólogo francés Emile Durkheim a modo de crítica frente a las ramas de la ciencia que antes de procurar profundidad en sus investigaciones, se obsesionan por la cuantificación de todo, sacrificando humanidad y entendimiento.