No hay antecedente en la historia del conflicto colombiano en donde la paz haya estado más cerca que en la actualidad. Los mayores críticos del presidente Santos y de su trascendental logro intentan descalificarlo, argumentando que aún no hay paz en Colombia. ¡Vaya obviedad!
Para nadie es un secreto que aún las causas estructurales del conflicto colombiano siguen siendo una realidad pendiente de ser transformada. Pero el inmenso logro hasta ahora conseguido entre las Farc y el gobierno es que una guerrilla con raíces tan profundas en la sociedad ha aceptado la legitimidad del Estado y más aún, ha decidido entrar a jugar dentro de esas reglas de juego que antes desconocía. Y a la postre, este acuerdo ha reducido los niveles de violencia en el año 2016 a los más bajos desde 1964, cuando formalmente las Farc tuvieron inicio.
El acuerdo, como todos los demás en el mundo, tiene sus imperfecciones. La fórmula de desarme a cambio de participación en política, a pesar de que a muchos no deja felices, ha sido una transacción practicada en la inmensa mayoría de procesos de paz en los últimos 50 años. La asignación de una porción minoritaria de curules y de beneficios jurídicos para quienes colaboren con el esclarecimiento de la verdad es un precio muy beneficioso a cambio de alcanzar el fin del conflicto más duradero de nuestra historia.
La entrega del Nóbel al presidente Santos no pretende en ningún momento anunciar que ya existe la paz definitiva en el país, lo que sería una falacia absoluta de pronunciar, sino en cambio reconocer el inmenso esfuerzo que llevó a que las radicales Farc asumieran la decisión irreversible de desarmarse y tomar el camino de la legalidad. Es el símbolo, sobre todo, del fin de un capítulo de horror en la violenta historia de Colombia, que de manera irracional ha sido perpetuado, y el comienzo de un trascendental reto por transformar las causas que han reproducido la guerra en el país.
El aval internacional, que ha alcanzado su nivel máximo con la entrega del Nobel, permite entender que todo lo que se ha sacrificado por alcanzar la paz en Colombia ha valido la pena.
Es un hecho de absoluta mezquindad criticar la hazaña histórica de conseguir un Nobel de Paz en un país que por décadas ha parecido estar condenado a la guerra eterna. Es tiempo de vencer el escepticismo, siendo conscientes de los inmensos que han sido los logros en el acuerdo de paz, y de retomar la capacidad de pensar en un país libre de violencia política. El casi perpetuo ciclo de guerra ha nublado por generaciones enteras la capacidad de soñar de los colombianos. Pero con certeza hoy es posible afirmar que Colombia en paz, a pesar de cada una de las concesiones que deben hacerse para conseguirla, estará infinitamente mejor y más cerca del progreso que si la continuamos condenando al sufrimiento sin sentido.
Los retos que se acercan son enormes. ¡Esto hasta ahora comienza!