Lleno de frustración y de impotencia se ve el rostro del intendente Ahumada tras darse cuenta de que su jefe, el vicepresidente Vargas Lleras, lo ha golpeado con un puño en la cabeza. Nada puede hacer para evitar la humillación y la indignación ante semejante agresión, delante de todos sus colegas y de la multitud que observa el episodio confundida.
Cuántos alguna vez hemos estado en posiciones parecidas a la del intendente Ahumada. Sea por cuenta de un ‘bully’ en tiempos del colegio, de algún profesor que cultivaba la fama de montador, o por un jefe maltratador en medio del agitado ambiente laboral, me atrevo a pensar que la mayoría de personas, si no todas, hemos conocido en un punto la humillación del matoneo y de la injusticia en el trato, especialmente cuando de alguna manera involucra jerarquías.
Es por eso que resulta indignante que el propio Vicepresidente de la República no tuviera problema en golpear con un puño a su escolta, delante de los ojos del país entero. Sus excusas públicas solo tuvieron lugar al día siguiente, cuando ya el escándalo había estallado, ubicando a Vargas Lleras en el ojo del huracán. Y entonces le ofreció unas tibias disculpas al intendente Ahumada, quien no tuvo de otra que fingir agrado y entregar el perdón, aún sabiendo lo poco que a su jefe le importaba haberlo agredido.
Pero no era la primera vez que Vargas Lleras ofendía a uno de sus escoltas, ni tampoco la primera vez que utilizaba el maltrato para amedrentar a sus subordinados. Ya Natalia Abello había renunciado al Ministerio de Transporte por cuenta del trato del Vicepresidente, y otro video registra la forma en que Vargas empujaba al intendente Ahumada en medio de una rueda de prensa. Sus momentos de rabia desde hace años han mantenido su fama propia y todas mis fuentes que en algún momento han trabajado con él coinciden en que es un funcionario explosivo y malhumorado.
Lo más preocupante del caso del puño de Vargas a su escolta, que luego pasó a ser titulado por la prensa con simpatía como un sencillo ‘coscorrón’, es que desde la importancia de su cargo legitima a todos los demás maltratadores del país. El Vicepresidente de la República, un funcionario que por encima de todo debe ofrecer un buen ejemplo a la ciudadanía, demostró en cambio que los jefes que agreden a sus subordinados pueden salirse con la suya fácilmente, sin tener que enfrentar consecuencias proporcionales a sus actos.
El acoso laboral es un delito en Colombia pero en muchas ocasiones es una práctica frecuente de encontrar en las más altas esferas de poder. La opinión pública y el establecimiento político no pueden seguir aceptando con risas que el Vicepresidente maltrate a sus subordinados. En una nación con estándares éticos más coherentes y respetables, en un caso como este, además de sanciones legales también correspondería un debate serio sobre cuáles deben ser los límites de los jefes a la hora de ejercer su mando.
La falta de sanciones legales, mediáticas o sociales contra el Vicepresidente por su agresión contra el intendente Ahumada puede desde ya augurar que así como este no fue el primer caso de maltrato de parte suya, tampoco será el último.