Una nueva encuesta esta semana reitera lo que ya llevamos años sabiendo. Que la confianza ciudadana frente a la institución de los medios de comunicación sigue cayendo. Que la gente asocia a los grandes canales, revistas y periódicos con los intereses del poder, y no con las preocupaciones de las personas de carne y hueso.

La desconfianza frente a quienes nos dedicamos al oficio de informar parece alcanzar niveles que hace algunos años nadie habría sospechado. Y dado ese contexto, sería apenas lógico esperar que si las ciudadanías han llegado a niveles tan elevados de escepticismo y crítica frente a las instituciones de sus países, también se han armado de cuidado y rigor a la hora de digerir la información, borrando cualquier trazo de ingenuidad en sus vidas. Pero la realidad no podría estar más alejada de aquel ideal.

La incidencia de que durante los años de mayor desconfianza frente a los medios de comunicación haya también tenido auge el fenómeno de las noticias falsas se convierte en una contradicción capaz de dañar la fiesta de los más escépticos. Al mismo tiempo que la percepción de los medios de comunicación gira hacia el polo del desprestigio, muchos ciudadanos han permitido el surgimiento, en ocasiones desde la credulidad, de espacios informativos que de manera cotidiana publican historias sin comprobar e incluso noticias deliberadamente falsas, todo avalado por las necesidades inmediatas de la cotidianidad.

En medio de la competencia por la agilidad en el mundo del internet, la corroboración y el contraste entre versiones recibidas pasaron a un segundo plano, en donde el protagonismo se lo llevan la sensación y la atracción que los titulares son capaces de producir. Y del lado perdedor se ubican la veracidad y la calidad del contenido, junto con la capacidad humana de poner en duda si lo que se percibe es congruente.

Lo peligroso es que aquel tímido criticismo que en algún momento alejó a tantos ciudadanos de los medios más ‘tradicionales’ en muchas ocasiones resultó ser menos que inútil. Es cierto que los medios de comunicación y los periodistas tenemos la tarea pendiente de reinventarnos, de volver a conectarnos y de recuperar credibilidad. Pero también es un hecho, evidenciado en la mayor parte del hemisferio occidental, que la ingenuidad de los usuarios de las redes sociales es fácilmente aprovechada por quienes buscan confundir y causar pánico por cuenta de la información falsa.

La estabilidad y la tranquilidad en el interior de las naciones casi a diario se ven amenazadas por el fenómeno de las noticias falsas, que a su paso pueden acabar con el buen nombre de muchos protagonistas de la vida pública. Sin ir más lejos, hace pocos días el equipo encargado de las comunicaciones de las Farc tuvo que salir a desmentir, con un comunicado y un video, la información que miles de colombianos habían compartido con júbilo, que aseguraba que ‘Timochenko’, su máximo jefe, había muerto. En el momento en que escribo esta columna el equipo ciclístico de Movistar ha tenido que manifestar públicamente que Nairo Quintana no se cayó de su bicicleta en la mañana y que, por lo tanto, su tibia no se encuentra fracturada, como los medios de comunicación se apresuraron a informar.

Es cuestión de todas las semanas que algún incauto contacto en las redes sociales comparte una alentadora noticia, por supuesto falsa, que celebra finalmente el hallazgo de la cura contra el cáncer. También en tiempos de campaña política, cuando la guerra sucia toma su forma más oscura y nefasta, el tráfico de noticias falsas se convierte en un arma capaz de crear pánico. En Estados Unidos muchos crédulos alcanzaron a divulgar informaciones que asociaban a Hillary Clinton con la ‘creación’ del virus del Sida, por solo citar uno de los más insólitos ejemplos.

No deja de ser preocupante que en tiempos del Internet, en donde el conocimiento y el acceso a la información están a pocos clics de distancia, sean las mentiras y las informaciones sin corroborar las que ganen espacio entre los lectores. Bienvenido sea el escepticismo, las dudas y la desconfianza, sinónimos de una sociedad liberal y esencialmente crítica. Pero si a lo anterior se suman los peligrosos ingredientes de la ingenuidad y la credulidad, será inmensa la distancia retrocedida por la ciudadanía y más grave la dominación a la que, mientras busca una confusa emancipación, termina sometida.