Instantáneamente, al pensar en Bogotá, lo primero que bien podría venir a la cabeza de cualquiera sería la carrera séptima. La nostalgia de la ciudad de ahora y siempre, de los caminos andados por tantos antepasados, se concentra toda en esa vía gris, que a primera vista carece de un encanto inmediato.
Pero nada capta mejor el espíritu bogotano, de melancolía y de frío, que la carrera séptima. Bogotá no sería Bogotá si no fuera por la séptima.
Empezando por tanta historia (y tantas historias) que ha tenido lugar en aquella vía, tan antigua como la propia ciudad, construida como el primer paseo capaz de comunicar a Bogotá con todos los municipios aledaños del sur y el norte. Fue sobre la séptima que Galarza y Carvajal acabaron a hachazos con la vida del general Uribe Uribe, a escasos metros del lugar donde años después Roa Sierra disparó su revólver contra Gaitán.
Y precisamente la séptima es uno de los pocos lugares que aún pueden dar fe de lo que era la antigua Bogotá, destruida por los vándalos durante los largos días que siguieron al fatídico nueve de abril. Cuesta imaginar las llamas que consumieron los edificios sobre la misma carrera gris donde tantos abuelos, en su juventud y a blanco y negro, fueron retratados por fotógrafos callejeros. Todos conocemos esa foto. Todos hemos estado ahí.
Hoy la séptima no solo es una pieza de historia y nostalgia para los bogotanos, incluso en medio del descuido doloroso, sino también el eje que conecta decenas de barrios residenciales. Dada su naturaleza angosta, que solo permite a los vehículos moverse a velocidades bajas, la séptima a lo largo de su extensión se convirtió en una zona de tranquilidad, si se compara con otras vías de la ciudad. También la inmensa población flotante, de caminantes y de residentes, convirtió a la séptima en un corredor próspero, en donde miles de negocios encontraron el éxito a lo largo de los años.
Pero la entera esencia de la carrera séptima podría cambiar, de seguir en marcha el proyecto de la terca Alcaldía, que instiste en convertirla en un corredor de Transmilenio, con sus estaciones de lata y sus diversas formas de contaminación, a pesar del amplio rechazo manifestado por los habitantes de la zona.
El proyecto no solo cambiaría completamente la cara de ese sector de la ciudad, creando una enorme cicatriz en el medio de dos orillas, como ya ocurrió en la Avenida Caracas. Cientos de comerciantes y habitantes de la zona han rechazado la posibilidad de que la séptima se convierta en una troncal innecesaria de Transmilenio, capaz de devaluar los predios aledaños. La Alcaldía y el Concejo han dado la espalda al debate, llegando al punto de aprobar el cupo de endeudamiento para el proyecto durante la visita del Papa Francisco a Bogotá, procurando la menor atención posible.
Pero el proyecto de Transmilenio por la carrera séptima no solo preocupa a los habitantes y comerciantes de la zona, ni amenaza solamente a ese pedazo de la historia bogotana. Su construcción, que aún no ha sido aterrizada por un estudio técnico ni sus costos calculados, también desfinanciaría otras prioridades para la movilidad bogotana, como la construcción de la troncal en la avenida Boyacá, requerida con urgencia para conectar el costado occidental de la ciudad. Además, si se tiene en cuenta que la mayoría de los predios más costosos de Bogotá se encuentran sobre la carrera séptima, los costos del caprichoso proyecto de la Alcaldía bien podrían representar un descalabro monumental para las finanzas de la ciudad.
Los impactos de un proyecto urbano tan ambicioso como el de Transmilenio por la carrera séptima de Bogotá sin duda cambiarán la cara de ese sector de la ciudad. Es responsabilidad de la alcaldía que su impopular propuesta sea consultada a la ciudadanía, a través de diversos mecanismos de participación. Que no quepa duda que los bogotanos haremos manifiesto nuestro rechazo al proyecto. ¡La séptima se respeta!