El pasado sábado, como tantas veces al día, compartí una opinión a través de mi cuenta de Twitter en relación con la campaña presidencial, que por esta época colma todos los escenarios de discusión. El planteamiento, resultado de decenas de conversaciones y de la propia evidencia estadística disponible en las encuestas, era sencillo.

Preocupante que la candidatura de Gustavo Petro motiva cada vez más gente a votar por opciones radicales de derecha con tal de que no gane él. Candidato Petro: entienda que en este momento histórico su candidatura significa el regreso de la derecha radical al poder”, decía el mensaje que compartí a través de la red social. De inmediato recibí decenas de respuestas, en gran medida criticando o soportando la sencilla tesis compartida.

Para muchos había sido injusto en mi planteamiento, siendo varios los usuarios que me acusaban de “censurar” la propuesta de Petro. Otros lectores, desde posiciones más pasionales y menos objetivas, señalaban que el mensaje buscaba beneficiar a las candidaturas de derecha. La cantidad de comentarios a la hora de escribir esta columna llegaba a 244, una suma inusualmente alta de respuestas a un solo trino.

Quienes entendemos las redes sociales como un espacio para compartir y debatir opiniones, también tenemos claro que no es una arena sencilla ni pacífica. En muchas ocasiones, plantear mis críticas a una determinada orilla política ha sido suficiente para recibir decenas de mensajes que incluyen desde sensatas réplicas hasta los más incoherentes y soeces ataques. Desde el comienzo he asumido el costo de compartir mis opiniones personales sin victimizarme ni tomar las réplicas más ofensivas como un asunto personal.

Pero el asunto merece varias consideraciones. En primer lugar porque si bien la tesis ofrecida desde el trino incomodó a muchos, corresponde a un válido análisis que cada vez más electores y analistas plantean. La preocupación frente al futuro del acuerdo de paz crece de manera proporcional a la división de las cuatro candidaturas que lo apoyan, mientras que sus más acérrimos opositores se concentran en una sola coalición. Y es un despropósito, lleno de maliciosa sospecha, asumir que quien plantea su preocupación frente a los efectos negativos de una candidatura, de cara a los resultados definitivos, busca favorecer a alguno de sus contendores. Resulta una absurda falacia asumir que quien critica un aspecto de A es porque adhiere al proyecto de B; la mentalidad por excelencia de la polarización.

El fondo del asunto es sencillo: el ejercicio del análisis, desde los más superficiales trinos hasta los más profundos artículos, no busca ser sinónimo de activismo a favor de campañas. Tampoco se trata de «censurar» candidatos, como tantas personas señalaron, sino de medir el impacto de decisiones políticas del presente en futuros escenarios.

Sobre todo si se tiene en cuenta que desde esta tribuna, así como desde las redes sociales y distintos espacios de opinión he planteado críticas y preocupaciones sobre las prácticas de la inmensa mayoría de candidatos, provenientes de todos los espectros políticos: las impresentables alianzas de Vargas Lleras con las más cuestionadas maquinarias políticas, la falta de autoridad moral del expresidente Uribe para asumir las banderas contra la corrupción, y la inaudita candidatura de Timochenko, incompatible con cualquier definición de la ética. Solo por mencionar algunas.

Twitter: @fernandoposada_