Recibí con decepción, como tantos otros miles de colombianos, el anuncio que ponía fin a la esperanza frente a una tercería política capaz de ganarle en segunda vuelta a la clase política tradicional.

La propuesta de una coalición con los nombres de Humberto de la Calle y Sergio Fajardo se había convertido en un clamor ciudadano en medio de la polarizada y fanatizada campaña política, que ha premiado a los proyectos menos distantes frente al populismo con los primeros lugares en las encuestas. Y la razón del llamado a la unión entre los dos candidatos era apenas lógica: en medio del fortalecimiento de los discursos más cercanos a los extremos, aumenta también el inconformismo de millones de personas ante las premisas polarizantes, demandando la existencia de una candidatura mesurada y defensora de la institucionalidad.

Puntos de encuentro como la experiencia en el sector público, la defensa del proceso de paz, la lucha anticorrupción y la protección del medio ambiente acercaban a las campañas de Fajardo y De la Calle, hasta el punto de que miembros de ambas campañas tuvieron como principal tarea concretar acercamientos programáticos. Sin embargo, cada uno de los lados enfrentaba un problema estructural.

Desde la campaña de Fajardo, a pesar de la inmensa simpatía confesada por varios de sus líderes hacia De la Calle y su trayectoria política, representaba una enorme contradicción presentarse como una alternativa frente a la clase dirigente tradicional y al mismo tiempo cocinar una alianza con uno de los partidos que por más tiempo ha controlado el poder en Colombia. Por otro lado De la Calle, quien de manera personal se había mostrado entusiasta con la propuesta, enfrentaba a la dirección del Partido Liberal, que sin manifestarle el más mínimo apoyo como su candidato oficial tampoco le permitía probar un acercamiento político con la campaña de Sergio Fajardo.

Por buena fuente sé que estuvieron muy cerca de concretar una alianza encabezada por Fajardo, que habrían lanzado a mediados de esta semana y que sin duda habría significado un remezón en el panorama de las encuestas. Pero ninguno de los dos impedimentos fue superado y al final el anuncio decepcionante fue hecho oficial. La decisión de la dirección liberal fue maquiavélica y sin corazón: no permitir el surgimiento de una tercería política que pusiera en riesgo sus apuestas de acercarse a Duque o a Vargas Lleras, y de esa manera garantizar una nueva participación en el próximo gobierno.

Con frustración, Fajardo y De la Calle anunciaron el mismo día que cada uno seguiría por su cuenta hasta la primera vuelta a la Presidencia, aún sabiendo que la división significaba una inminente derrota para ambos. Aún mayor fue la desilusión ciudadana, percibida a través de las redes sociales, ante el fallido intento de alianza entre los dos únicos candidatos capaces de plantear una verdadera propuesta de centro sin aumentar el clima de polarización, con un discurso tajante ante la corrupción y en defensa del acuerdo de paz.

El fin de la candidatura única de Fajardo y De la Calle, que habría sido presentada esta semana, es también el fin de la esperanza hacia una propuesta suficientemente sólida para pasar a segunda vuelta y ahí vencer al uribismo o a Vargas Lleras.