Hace un tiempo vi una nota periodística en la que un concejal denunciaba que lo discriminaban por su estatura. Tras verla, solo pude decir: ¡Ya era hora de que alguien pensara en los niños! Porque con la muerte de Gilma Jiménez, los bajitos quedamos huérfanos. Desde que tengo memoria, yo también he sufrido por el tamaño -o tamañito (¿?)- de mi estatura, pues en el promedio cundinamarqués, soy el que está en la parte más baja, el chichón de piso, el amiguito del suelo.
Acostumbrado a la censura de los lejanos timbres de bus, a los tubos horizontales y las claraboyas abiertas que nunca alcanzo en el Transmilenio, a quedar con los pies meciéndose en el aire cuando me siento en cualquier silla, me envalentoné a escribir esto. Sí, porque lo malo no es ser bajito, sino no aceptar la condición. Esa palabra: condición, es tan chistosa que por eso la gente lo ve a uno con lástima, como si Dios se hubiera quedado corto en materiales a la hora de fabricarlo a uno y lo hubiera castigado condenándolo a ser una versión sachet de ser humano.
Mido 1.60 cms a ras. La verdad no pensé llegar tan alto, pues vengo de una familia perfecta para modelar los juegos de Fisher Price: todos pequeños, de piernas cortas pero con el orgullo, precio y arrogancia por la nubes. Nada más peligroso que un enano con ínfulas de grandeza, aunque en mi caso, esa combinación me hizo sobrevivir a las burlas del colegio, donde pasé de ser Chiqui a Chiquirambo, pues nunca permitía que me la montaran por ser el más bajito del salón, de la ruta, de la banda marcial, del conjunto cerrado, de la Iglesia y de todo lugar que frecuento hasta la fecha.
La época de colegio siempre es cruel con los bajitos. En mi caso, no logré triunfar en el deporte que más me gustaba: el baloncesto. En la época, mi ilusión la alimentó la película Space Jam, donde Michael Jordan se acompañaba de los Looney Tunes para enfrentar a sus poseídos compañeros de la NBA, incluido Muggsy Bogues, el pigmeo al que todos se la montaban, pero que brillaba por su virtuosismo con las pelotas. Como yo, que también destaco por pelotudo.
Pensaba que si Bogues podía destacarse en lo que le gustaba, -así como pudieron otros gigantes como Danny DeVito, Daniel Guzmán (a quien lo conoce la mamá, pero Google dice que medimos lo mismo), Armando Manzanero y el inmenso Roberto Gómez Bolaños-, yo podría hacerlo también. Y he ido creciendo así, con mentalidad de grandeza, por eso es que me fastidia cuando la gente se cree mejor que yo solo por el hecho de poderme mirar por encima del hombro. Sí, perfectamente puedo comprar la ropa en Off Corss y Zara Kids, y hasta me sale más barato que aquellos que les toca endeudarse por una chaqueta mediana.
Y ni hablar de la vida amorosa. Como a las mujeres les gustan grandotes, nosotros debemos enfocarnos en alimentar otras virtudes. En mi caso, tuve que aprender a conversar y a bailar, porque los altos no driblan contra el piso como uno, que ha sido uno con él. Aunque aprendí a bailar salsa como un trompo discotequero y a la altura de los que me llevan años de experiencia, mi vida sentimental siempre se desmorona cuando llega el escaneo visual, ese que revela que tengo las piernas cortas. Eres lindo, pero muy bajito. Así, con diminutivo, que en últimas resulta siendo más ofensivo. Nadie sabe cuántos amores han agonizado por esos centímetros de más, o de menos.
Por eso, hago un llamado a que dejen de vernos como poca cosa. Ya estuvo bien de que siempre nos llamen por nuestros nombres en diminutivo, de que nos traten como si fuéramos de plastilina o pastillaje. Personalmente, estoy hasta la coronilla del típico Los perfumes finos vienen en empaques pequeños. ¿Qué nadie se ha dado cuenta que las muestras gratis también? Ya estuvo bien de los clásicos chistes recocheros como usted se cae de un andén y se fractura, o Es vital que arrojes el anillo al Monte del Destino. ¡Somos como ustedes! Nacimos en la misma tierra, conquistada y abusada por españoles, entonces, ¿por qué nos la montan? ¿Tienen alguna clase de complejo infantil por resolver con nosotros? No se busquen que nos unamos y en un acto de rebeldía les amarremos los zapatos entre sí, para que mueran descalabrados.
Lo que no saben los que miden más que yo es que mi forma de ver el mundo es tan única e interesante como la de ellos. Sí, pues esto de ver el mundo en contrapicado alimenta las grandes aspiraciones. Tanto, que mis sueños llegan a ser más altos que los de los altos, por aquello de que me encomiendo al Altísimo. Por ahí alguien dijo que lo que cambiará el mundo es la revolución de las cosas pequeñas. Fue Pirry. Y le creo, porque aunque vemos el mundo diferente, lo hacemos a la misma altura. Literal.
Luis Carlos Ávila R
@benditoavila