Soy cristiano. Tal vez sea la peor frase para abrir cualquier entrada, columna, discurso y hasta rutina de stand-up, porque no hay nada que esté más caído en rating (ni siquiera RCN Televisión) que proclamarse seguidor de Jesús. Vivimos en un tiempo donde manifestar que se tiene una activa vida espiritual se traduce en militar en el oscurantismo, en ser retrógrado y hasta imbécil. Pero para mí, la discusión va más al fondo, al por qué creemos lo que creemos y cómo lo defendemos.

Siempre he creído que la fe es un mecanismo que debe pensarse, contrario a lo que muchos analizarían. Uno debe cuestionarse, preguntarse, dudar, porque la fe solo se hace firme después de ser probada. Esta es una era bien enredada para ser cristiano, y resulta irrisorio creer que el mensaje de Jesús es algo aplicable en un mundo donde debemos sobrevivir a como dé lugar, casi como Atlanta en The Walking Dead. Creo que la fe, así como es personal, es eterna, y lo único que cambia y debe adaptarse a la época son los mecanismos secundarios, la forma de contarse y expresarse.

Esto porque me genera profundo escozor cuando la gente piensa que seguir los principios de Dios es discriminar la diferencia, o que proclamar un credo implica intolerancia. Los cristianos tenemos derecho a decir lo que pensamos, a marchar, a proclamar que creemos en que la familia encabezada por papá y mamá hace parte del diseño original. Pero esto no significa que hay familias mejores que otras, ni mucho menos favoritos de Dios, o algo así. De hecho, Dios no categoriza, Dios ama a todos, seamos como seamos y pensemos como pensemos. Nuestro deber como individuos en sociedad consiste en promover ambientes sanos de amor, igualdad y respeto; sin embargo, el promover la diferencia no debe equivaler a su anulación.

Pero la verdad, me produce más fastidio cuando aquellos Jesufollowers malinterpretan la Biblia y así juzgan a los diferentes, los tildan de pecadores y hasta los rechazan, porque enfrascados en un radicalismo digno de las cruzadas, están perdiendo la oportunidad de impactar al mundo peleando por lo que creen, pero con armas mucho mayores que insultar a la Ministra Gina Parody, cuestionar sus elecciones sexuales -que son asunto de su vida personal- y peor aún, descontextualizando el primer mandamiento de Jesucristo: amar a los demás como a nosotros mismos, es decir, amar con el amor de Dios, con el que uno mismo quisiera ser amado.

No fui a la marcha no porque no esté firme por papá y mamá, ni porque no quiera rescatar principios. No fui porque no comparto el cristianismo excluyente, ofensivo y vestido de sangre que muchos proyectan, donde a capa y espada se proclama la necesidad de defenderse de un supuesto enemigo que piensa diferente y por lo tanto es una amenaza. Les aseguro que Jesús no es así. Jesús no vino a cambiarnos, vino a amarnos, y nadie tiene que ser diferente para ser amado por Dios, simplemente tiene que ser, es decir, existir.

Lo triste es ver cómo los cristianos nos hemos quedado anclados cuestionando exclusivamente la homosexualidad, la adopción gay y demás tópicos que denotan la falta de conciencia frente a otro tipo de problemáticas. ¿Qué decir del proceso de Paz? ¿De los TLC? ¿De la desigualdad? Nunca mis hermanos en la fe han decidido marchar en contra de la corrupción, o contra los abusos de Derechos Humanos, pero sí han prestado sus templos como plataforma para uno que otro pillo de ultraderecha. Para mí, todo candidato que pise la tarima de una iglesia para hacer propaganda política, no merece estar en el poder.

Jesús nos enseña a amar al diferente, a caminar con respeto, y aunque existen mandamientos claros frente a nuestras conductas, para él importa más el amor que transforma que el odio que desangra. Y en ese amor tenemos derecho a habitar todos, a tolerarnos mientras intentamos comprendernos. Yo personalmente no estoy de acuerdo con la adopción gay, ni con el adoctrinamiento de las dichosas cartillas, ni con la mafia taxista, ni con la manera en que DC Comics se están tirando a sus personajes con películas tan siniestras, pero respeto a quienes piensan diferente a mí.

En mi humilde opinión, las ideologías de género, ni Dios, se deberían enseñar en los colegios, primero porque Dios no cabe en cuadernos, pero además porque eso es responsabilidad de cada uno en su casa. Las creencias y la formación de cada individuo se definen en el hogar, donde además se debe hacer énfasis en que afuera hay gente que piensa diferente, y que es un deber respetar sin menospreciar ni discriminar.

Cuando entendamos que el libre albedrío, esa capacidad de escoger por nosotros mismos viene del mismo Dios, nos darán más ganas de contarle al mundo de un Jesús real, libre de paradigmas y religiosidades. Y a la gente le interesará más conocerlo, porque su mensaje permanece y viene a ser el mismo: ama a los demás así como te amas a ti mismo, ni más ni menos. Ese es el verdadero diseño original.

 

LUIS CARLOS ÁVILA R

@benditoavila